domingo, 5 de febrero de 2012

¡Vuelve, Dickens!

Dadas las condiciones del mercado laboral, el mundo vuelve a ser muy dickensiano

Barcelona
LaVanguardia.com

Charles Dickens, el gran escritor victoriano, vino al mundo el 7 de febrero de 1812. El martes se cumplirán, pues, doscientos años de su nacimiento. Algunos articulistas ingleses se preguntan estos días –más o menos retóricamente– por qué razones sigue gustando el autor que describió las penalidades del Londres del siglo XIX. Es decir, de esa capital de un imperio boyante donde el proletariado industrial subsistía entre la pobreza y la miseria. Las respuestas que se dan son varias: el talento de Dickens para armar relatos monumentales con un estupendo y comprensible inglés; su impresionante elenco de personajes (casi un millar de criaturas); su capacidad para empatizar con el sentimiento del lector; su enternecedora confianza en la bondad y la tenacidad del ser humano, que le permiten sobreponerse a tantas perrerías... Dicho esto, y con el debido respeto a los mercados financieros, voy a sugerir otra razón de la vigencia de Dickens: la actualidad de sus denuncias sociales. La reina Victoria es hoy una foto amarillenta; del imperio británico sólo quedan jirones; y su capital, remozada por Foster, Rogers y compañía, se parece poco al sucio escenario descrito por el padre de David Copperfield: aquella urbe que encandiló a Tolstói, fan de Dickens y sus ámbitos, es muy distinta de la que hoy deslumbra a los oligarcas rusos, quienes se compran allí mansiones prohibitivas y yates de eslora infinita (de hecho, Tolstói y estos plutócratas eslavos tampoco tienen mucho que ver).

Se ha reiterado mil veces que la obra de Dickens tiene base autobiográfica. También se ha abundado en su defensa de los niños explotados, los huérfanos, las prostitutas, los presos y demás parias; y en su aversión a los egoístas, los injustos, los especuladores o los corruptos. Todo ello, fruto de su experiencia personal en la adversidad. Dickens tenía doce años cuando su padre manirroto y moroso fue encarcelado; cuando, en lugar de seguirle entre rejas, como en la época se permitía a familiares del reo, acabó trabajando en una fábrica de betún, donde sufrió en persona los rigores de la revolución industrial.

Ya no quedan en Occidente muchas fábricas como aquella en la que el niño Dickens trabajó diez horas diarias. Pero, dadas las condiciones del mercado laboral, la tasa de paro y el creciente número de desheredados, quizás siga verificándose este fragmento de la novela Casa desolada: "Los hijos de la gente muy pobre no es que se críen, sino que salen adelante... de un modo u otro". Por desgracia, el mundo vuelve a ser muy dickensiano. Y no me refiero a la acepción literaria de este adjetivo –prosa rica, brillante, un punto sensiblera, pero siempre comprometida con los desfavorecidos–. Me refiero a la acepción social, en la que dickensiano puede referirse a situaciones abusivas, miserables, injustas, indignantes, como las que ahora progresan, al paso de la creciente desigualdad. ¡Dickens, vuelve y cuéntalo!

FUENTE:Publicado en www.lavanguardia.com

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