sábado, 14 de abril de 2012

El auténtico decadente

Boudou es un neoliberal reciclado, que sobreactúa la fe de los conversos por provenir de la derecha que inspiró las privatizaciones menemistas. 

 Claudio Fantini*
LaVoz 

Las tres escenas hablan por sí mismas. En la primera, Amado Boudou aparece lanzando zarpazos como fiera acorralada. En la tercera, arañado por las garras del vicepresidente, Esteban Righi abandona el Gobierno.
En el medio, está la escena oculta: Cristina Fernández queda entre la espada y la pared, y sale de la encrucijada con una decisión que desgarra el relato oficialista y su propia imagen.
La espada era Boudou y la pared era ese viejo y leal amigo que llevaba nueve años como procurador General sin haber recibido un solo cuestionamiento interno.
Entre ambos, la Presidenta, obligada a optar por uno u otro porque así lo impuso la situación creada por Boudou, en su afán de salvar el pellejo en el caso de presunta corrupción que lo acorrala.
Además de haber sido amigo y abogado del matrimonio patagónico, Righi es un genuino exponente del camporismo, la variante peronista que el kirchnerismo eligió como identidad política.
Una reliquia viviente, ya que fue ministro del Interior en el efímero gobierno de Héctor Cámpora, a quien acompañó en el exilio en México.
En estos años, desde la Procuraduría General de la Nación, Righi fue un cauto protector del Gobierno que, sin cometer ruidosos estropicios, probó en muchas oportunidades su lealtad política sin fisuras.
En síntesis, el hombre que representa la esencia ideológica de lo que postula el relato kirchnerista, incluso desde antes que el kirchnerismo existiera.
El verdugo que lo ejecutó con la aprobación de la Presidenta representa todo lo contrario.
Boudou es un neoliberal torpemente reciclado, que sobreactúa la fe de los conversos por provenir de la derecha que inspiró las privatizaciones menemistas.
Efecto dominó. El salto ideológico del vicepresidente lleva, para muchos, la marca inconfundible de los arribistas y los trepadores.
Así lo ven, incluso, en círculos peronistas y kirchneristas, donde primero se preguntaron por qué la Presidenta lo coronó como número dos del Gobierno y ahora se preguntan por qué volvió a elegirlo, esta vez sacrificando a un funcionario de identidad ideológica genuina, no impostada, y calidad técnica y política inmensamente superior.
Para el kirchnerismo de base, debe ser difícil asumir que la Presidenta desgarra el relato oficialista y lastima su propia imagen por un portador de jopo y sonrisa marketinera, con discurso insustancial, gesticulación decadente y juventud en estirado tiempo de descuento.
Una lectura inevitable de la inquietante decisión de Cristina es que Righi fue castigado por no haber impedido que un fiscal investigue de verdad a un miembro del entorno presidencial.
El mismo razonamiento explicaría la ofensiva judicial de la Casa Rosada contra el juez que permitió el allanamiento, quien lograba respeto dentro y fuera del Gobierno a pesar de su visible oficialismo.
Al fin de cuentas, si por el “caso Ciccone” cayera Boudou, de manera inexorable caerían otros funcionarios cercanos a la mandataria.
Por ejemplo, Ricardo Echegaray y Guillermo Moreno, por el turbio levantamiento de la quiebra de Ciccone, y Mercedes Marcó del Pont por encomendar a dicha empresa calcográfica nada menos que la impresión de billetes, a pesar de que aún no se sabe a ciencia cierta quiénes son sus propietarios.
Además, si hoy allanan a Boudou, mañana el allanado puede ser Julio De Vido y pasado vaya a saber quién.
En síntesis, Cristina acaba de marcar el terreno a la Justicia, señalándole cuál es la raya que no debe atravesar.
Chantaje. Si bien la escena oculta, en la que Cristina aparece sacrificando a Righi, es la que más urge dilucidar, en la primera escena, donde Boudou lanza zarpazos de fiera acorralada, están las claves secretas (o inconfesables) de este revelador drama kirchneriano.
Por ejemplo, si Righi actuaba como Boudou afirma que actuaba, lo cual es muy posible, entonces quedan en duda todos los sobreseimientos que beneficiaron al oficialismo en estos años, incluido el del matrimonio Kirchner en la causa por enriquecimiento ilícito.
De tal modo, una interpretación válida de la tercera escena muestra al ex ministro de Economía tomando de rehén a su propio Gobierno, para dejar claro que, si lo dejan solo ante la Justicia, el precio que pagará el kirchnerismo, incluida la propia Presidenta, va a ser infinitamente más caro que el que pagaría defendiéndolo.
Ese precio ya es altísimo. Las bases kirchneristas, que vieron en las rupturas con Hugo Moyano y la familia Eskenazi la superación de las oscuras asociaciones tejidas por el marido, están viendo ahora a la Presidenta en una escena desconcertante.
Puesta a elegir entre un amigo leal que políticamente representa la esencia y un trepador alegre que chorrea decadencia, la Presidenta sacrificó lo esencial en el altar de lo decadente.
* Claudio Fantini  es Politólogo y periodista
FUENTE:Publicado en www.lavoz.com.ar

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