martes, 5 de junio de 2012

¡Cuidate!

INFORMADOR PUBLICO
Por
 
Hoy me tomo el permiso de dirigirme a todos aquellos quienes a diario me escriben, y a quienes no lo hacen, pero sé bien inspirados. “¡Cuidate, Ricardo!”, es la frase que habitualmente no falta como rúbrica de todo mensaje.
Para tranquilidad de mis amigos de la web, muchos de los cuales ya son amigos personales, les digo: soy “fatalista”, debiéndose interpretar por tal, aquel que acepta todo lo que sucede sin resistirse, porque lo cree determinado por el destino (Diccionario de la Lengua Castellana). ¡Qué joder!; debería decir “descanso en la comodidad de ese principio, que me concede la posibilidad de responder a mi argentinidad”.
Pero, ¡ojo!, esto de modo alguno implica el que alguna vez me haya atrevido a mezclarme con los “borrachos del tablón”, o hinchas de River Plate, para gritar un gol de mi Boquita querido. Una cosa es ser fatalista, y otra muy distinta ser un terrible pelotudo.
En la devolución, más de una vez, también ensayé la frase. Ocurre que no todos son “fatalistas”, y aun siéndolo, esto no quita el que uno tome ciertos recaudos como para evitar “lo pasen a degüello”, porque sí.
Lo que me provoca suma tristeza es el hecho de que la despedida de ese amigo, de ese ser querido, hoy por hoy, y en nuestro país, esté rubricada por ese “cuídate” que surge espontáneamente. Hasta hace no mucho tiempo, en esta bendita Argentina, alcanzaba con un “hasta pronto”; “nos vemos”, “que te vaya bien”.
Ocurre que estamos viviendo o sobreviviendo en una Argentina desnaturalizada, lastimada. En una Argentina que no supimos cuidar. Una Argentina que nos dio todo, y a cambio le respondimos con la más cruel de las indiferencias.
La gente linda, que sigue siendo inmensa mayoría, ha sucumbido a manos y voluntad de gente mal parida. Me cuesta, y bastante, acomodarme al “yo y mis circunstancias” de José Ortega y Gasset. Más aún, a la teoría del Dr. Eugenio Zaffaroni, hoy miembro de la Suprema Corte de Justicia de la Nación, para quien el delincuente es una víctima de “la puta sociedad en la que se ha desarrollado”. Muchas veces me he preguntado y me sigo preguntando, qué hace un tipo que no cree en la existencia del delito representando la Ley Positiva creada por el hombre. Por otra parte, ha dado ya sobradas muestras de su tan particular entendimiento, ¿no le parece?
Y si de confidencias se trata, no me quiero privar de hacerle una confesión, así la misma me descalifique en su consideración. Más de una vez estuve tentado de correrme hasta la Plaza de Mayo, munido de un banquito y un megáfono, para expresarme en soledad ante la casa de color rosado que supuestamente alberga a nuestros representantes. ¡De más está le diga que nunca lo materialicé!; de haberlo hecho, hoy le estaría escribiendo desde el interior de un frenopático, en la seminconsciencia de “algún sedante supositorio”.
¡Sí sueño y seguiré soñando con ese día que no debe tardar en llegar, en el que estemos todos unidos, sin banquitos y sin megáfonos, pero con la estatura moral y la garganta afinada que haga posible nos escuchen “definitivamente”!

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