domingo, 2 de septiembre de 2012

El francotirador
SE VIENE LA REFORMA
Un momento crucial
Adrián FreijoEs un hecho que el oficialismo buscará una reforma constitucional que, aunque difícil de alcanzar, es posible, y supondrá un momento crucial que condicionará el futuro argentino. 
Por Adrián Freijo
Después del arrollador triunfo de octubre de 2011, era seguro que Cristina iba a agitar el fantasma de una reforma de la Carta Magna que le permitiese intentar un nuevo período. En un partido con las contradicciones del peronismo, afrontar su segundo mandato sin posibilidad de continuidad era garantía de una lucha interna por la sucesión que no sólo desangraría a su Gobierno, sino que entregaría al país a una inestabilidad difícil de sostener en las circunstancias de crisis internacional que ya por entonces eran evidentes. Lo que no podía asegurarse era si ese fantasma reeleccionista sería real o solamente una manera de ganar tiempo y espacio político. Hoy está claro que se trata de la primera opción.
La Presidenta sabe que su liderazgo no es real. En base a caja y aprietes, ha logrado mantener encuadrada a la dirigencia justicialista (en todos sus niveles) pero es consciente de que esa misma forma de “ordeno y mando” le ha granjeado más enemigos que seguidores.
Sabe también que cualquier maniobra reformista deberá darse antes de las elecciones legislativas del próximo año porque conoce de los cambios del humor social y observa los peligros que se ciernen sobre un esquema de gobierno cada vez más ajado y alejado de la realidad ciudadana.
Y sabe, por fin, que cualquier intento de eternización que se pretenda desde una maniobra al margen de la ley –un facto “camporista”, por ejemplo- naufragará arrasado por una sociedad que, aunque a veces no lo parezca, tiene sus límites. Cristina no tiene poder de fuego suficiente para semejante aventura, y sus “militantes” son en realidad un grupo de pequeños burgueses ávidos de Puerto Madero y un lumpen que responderá en cada caso a quien le asegure mayor bienestar. Las revoluciones, desde siempre, se hacen con liderazgos inteligentes y pueblos dispuestos a cambiar; nunca con presos, piqueteros y prebendistas.
Le queda a la jefa de Estado la posibilidad de una maniobra “legal” que consista en manipular la Asamblea Legislativa, imponer la agenda, declararla soberana y saltarse por lo menos dos pasos constitucionales… Pero hoy, salvo defecciones y sobornos tan comunes en nuestra política, los números no le dan.
Si bien es cierto que la personalidad caprichosa y errática de la mandataria abre caminos a cualquier dislate, aún es posible suponer que algún delirio megalómano será frenado por gobernadores y caciques del conurbano, que están dispuestos por necesidad a ir hasta la puerta del cementerio pero de ninguna manera a la tumba. Son conscientes de que un intento de esa magnitud sería una demostración de debilidad y no de fuerza. Y en el peronismo, si perdés la fuerza, lo perdés todo.
De cualquier forma y con cualquier destino, la mesa de la reforma está servida, y en una sociedad que padece desde hace mucho tiempo a una dirigencia miserable, ello supone un riesgo al que todos tenemos que estar muy atentos.
Algo está claro: si todo el arco opositor, al que debería sumarse el sector del oficialismo que no desea cambiar la Constitución se pone de acuerdo, la reforma no pasa. Las alianzas coyunturales son también parte de la vida política. Juntarse para vencer a un Gobierno y no tener plan alguno para sucederlo, es un error y un suicidio; la Alianza es un caso de manual al respecto. Pero nuclearse detrás de un objetivo institucional, lograrlo y recuperar luego la individualidad es una señal de madurez.
Cuando Menem y Cafiero intentaron en 1986 reformar las respectivas Constituciones, toda la oposición se unió en el “Frente por el NO” y les pegó una paliza soberana.
Allí estaban presentes peronistas no reformistas, radicales, socialistas, conservadores, comunistas, sindicalistas y organizaciones sociales que no pensaban en una alianza para los comicios de 1987 sino simplemente en frenar aquella reforma que sólo pretendía consagrar la reelección. Y se logró. Después, cada uno a lo suyo.
¿Cuál fue el secreto de aquel éxito anti reforma? Muy sencillo: nadie hablaba de otra cosa que no fuese el tema específico, y en el acta constitutiva del núcleo opositor, la prohibición de hacerlo estaba taxativamente expresada. Quien esto escribe integró en Mar del Plata dicha organización y puede dar fe de ello.
Después vino el Pacto de Olivos, una página bochornosa de nuestra historia reciente que deberá tenerse en cuenta en las actuales circunstancias.
Algunos pequeños partidos y amplios sectores de un radicalismo cada vez más disperso pueden verse tentados a repetir la maniobra una vez más. Claro que para ello Cristina debería poder agitar el fantasma de un plebiscito –tal cual lo hiciese entonces un Menem que contaba con una fenomenal base de apoyo social-, y ello no parece hoy demasiado posible.
De una u otra forma, el único pecado que no podemos cometer los argentinos es el de la indiferencia. La Constitución Nacional, en cada una de sus expresiones temporales, ha sido suficientemente violada, manoseada y reformada a gusto del poder de turno demasiadas veces como para que no le demos a la cuestión la importancia que se merece.
Desde el retorno de la democracia, todos los gobiernos lo han intentado. Alfonsín postulaba un “radicalismo para cien años”, que indudablemente lo involucraba a él mismo y que en el pacto con Menem dejó las huellas de la falta de respeto a la norma máxima. El riojano lo logró una vez y sólo la caída de la convertibilidad le impidió volver a lograrlo. Duhalde no dudó en cambiar la ley fundamental de la provincia para “volver a ser”. ¿Por qué no lo iba a intentar Cristina? El que lo logre depende de nosotros…
Una tendencia instalada

Esta nueva forma de democracia populista – a la que engoladamente se llama nacional y popular- se ha instalado con fuerza en toda América Latina. Chávez reformó su Constitución, Correa hizo otro tanto, Evo está intentándolo con renovadas fuerzas y Ortega ya logró en Nicaragua un ordenamiento legal que le permite quedarse a vivir en el poder.
El argumento de que ello sólo ocurrirá si la gente quiere cae por su propio peso al observar que las nuevas Constituciones toman al voto popular como una mercadería manipulable y sujeta en sus derechos a cambios que pueden ser implementados con instrumentos jurídicos de rango muy inferior a las leyes fundamentales de los países citados.
Y en todos los casos, los nacientes ordenamientos introducen normas de control extorsivo capaces de torcer voluntades agitando fantasmas como la desaparición del capital privado y hasta la pérdida de la libertad personal para quienes se opongan a los designios del gobernante de turno. Los escasos trascendidos acerca de los contenidos del proyecto argentino ponen en evidencia que estas vías al autoritarismo –el cacareado socialismo es otra cosa y por cierto más seria y consistente- estarán presentes en el texto oficial de la reforma.
No se trata entonces de modernizar la norma ni de buscar nuevas formas de representación; se trata solamente de encapsular para siempre el poder en manos de una nueva casta que se adueñaría así del futuro de los argentinos. Y ello, aun por estas tierras, parece demasiado.

Una verdadera pena…
… que las cosas sean así. Porque Argentina necesita iniciar prontamente un debate en serio sobre nuevas formas de representación que garanticen estabilidad institucional y aseguren la división de poderes. La vieja Constitución liberal, con sus reformas incluidas, tal vez ya no esté dando las respuestas necesarias a un tiempo de cambios que el mundo observa y se dispone a resolver. Los próximos años van a encontrar a muchas naciones desarrolladas discutiendo estos temas; pero seguramente en esos casos, la eternidad en el poder no va a ser un tema de agenda.
FUENTE: Publicado en noticiasyprotagonistas

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