viernes, 5 de octubre de 2012

Desigualdad, Algo Desconocido

Por Eduardo García Gaspar- Contrapeso.info
Todo empieza con una idea extraña. Tan extraña que se niega y rechaza.
Se le considera una idea mala y discriminatoria. Y, sin embargo, es una realidad cotidiana.
Imagine usted a alguien que afirma con toda seguridad que “los humanos no somos todos iguales”.
Quizá eso ocasione algunas rasgaduras de ropa.
La obsesión igualitaria de nuestros tiempos de demasiada televisión y escasa razón, se apresuraría a negar esa frase. “Es un sacrilegio”, se diría.
Pero pensándolo con cierta tranquilidad, es cierta, las personas no somos iguales. Me gustaría cantar como Plácido Domingo, pero lo hago como becerro hambriento.
Un caso fascinante. El de un obsesionado con la igualdad, con el que conversé hace tiempo.
La misma persona, semanas después, hablaba alabando la diversidad cultural y humana. Como que hay contradicción entre las dos cosas. Si alguien quiere la igualdad, tendrá que elogiar la similitud entre personas, no su variedad. La diversidad es desigualdad.
En fin, el tema bien vale una segunda opinión para ver más de cerca esa idea de la igualdad como meta política de muchos gobernantes. Intentan ellos hacer iguales a los ciudadanos y en eso basan sus políticas. ¿Lo lograrán?
Jamás lo podrán hacer y, si lo intentan, crearán una pesadilla.
Es un problema de realización. Para igualar a la gente se necesita el poder de un igualador y, por definición, éste será distinto a los igualados. Como consecuencia, no todos serán iguales.
No hay manera de salirse de este problema de implantación que lleva a la creación de una élite de poderosos igualadores con poder excesivo.
Pero el problema real es la naturaleza humana. Somos profundamente distintos en la inmensa mayoría de nuestros rasgos. Si no me cree, vea a su alrededor. Es imposible negarlo.
Si se quiere hacer a todos iguales, tendría que forzarse a todos a ser capaces de inventar el iPad, o a ser incapaces de hacerlo… y lo más sencillo sería volverlos incapaces de lograr cosas excepcionales.
Todos tendrían que leer los mismos libros, digamos a Aristóteles, o no hacerlo. Por supuesto, lo sencillo sería evitar leerlo y así nadie sabría más que el otro.
Los grandes logros tendrían que ser evitados y todo se volvería un promedio aún más bajo que el anterior. Interesante consecuencia de la obsesión igualitaria, que promueve la reducción de los logros personales.
Muy bien, la obsesión igualitaria tiene objetivos supuestamente buenos, pero es imposible de implantar y va en contra de la naturaleza humana.
¿Es buena la desigualdad? En la superficie la opinión políticamente correcta diría que no y, sin embargo, viéndola más de cerca, es buena, muy buena. Una cosa que no fácilmente se ve.
Piense usted en la alegría que le produce a usted esa desigualdad humana cuando bebe una cerveza, come una pasta italiana, viste una camisa, usa su auto, habla por teléfono, o va al cine. Todo eso puede hacer usted porque hay personas que no son iguales a usted y que producen comida, bebida, películas, música, ropa, casas.
Esto tiene un efecto que a muchos pasa como un secreto: los talentos desiguales difunden sus beneficios al resto. El médico tiene ciertos talentos y habilidades que el resto de nosotros aprovecha. ¡Bendita desigualdad!
Es de alegrarse que existan personas que sean diferentes a uno, porque sin quererlo ellos intencionalmente, sus habilidades nos benefician.
Alegra que haya carpinteros y albañiles, que haya escritores y músicos, que haya mecánicos y futbolistas. Cada uno de ellos nos hace vivir mejor. Y eso es posible porque son libres de ser distintos y al serlo, nos complementamos unos a otros. Sin ese complemento mutuo tendríamos una vida miserable.
Estas son las razones por las que me opongo a la obsesión igualitaria de tantos gobiernos. Al ser diferentes, por supuesto, unos serán más exitosos que otros y no hay remedio a esto. Querer evitar la desigualdad humana es una misión imposible y lo que se intente logrará regímenes de pesadilla.
Hay una sola cosa en la que sí somos iguales, el valor que tenemos como personas. Nuestra dignidad esencial. En el resto de las cosas, debemos agradecer la desigualdad, la diversidad, las diferencias.
Es gracias a todo eso que podemos tener progreso. Es un gran don el ser desiguales.
Fuente: Publicado en contrapeso.info

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