Cristinazo, inflación y salarios
¡Se viene el Cristinazo!
Por Ricardo Lafferriere
ricardo.lafferriere@gmail.con
Cuando estalla la inflación, todo se desordena. No es una excepción lo
que está pasando a causa del “Cristinazo” en el que país va ingresando,
día a día. Lo adelantamos hace justo un año y en ese lapso la situación
se ha empeorado al compás de la irresponsable gestión del “todo-vale”.
La inflación se desborda, y está al límite de ponerse fuera de control.
Frente a ello, la presidenta comienza a recitar el tradicional libreto
del ajuste que tantas veces repudió: las paritarias “deben tener techo”,
que sugiere sea en la mitad de la inflación prevista.
Pero la inflación… ¿es culpa de los salarios?....
Una nueva presión del gobierno nacional sobre los sindicatos busca poner
un “techo” del 20 % sobre los aumentos salariales que comenzarán a
discutirse en paritarias.
La medida genera obvias resistencias, no sólo en los sindicalistas más
directamente relacionados con sus bases, sino por parte de la misma
burocracia gremial que ha sido la socia íntima de la pareja gobernante
desde 2003, personificada en la figura de Hugo Moyano.
Sólo el sindicalismo más oficialista, quienes fueran informantes del
tenebroso “Batallón 601” durante la dictadura, Gerardo Martínez a la
cabeza, actúa como ariete del discurso oficial, aunque sin muchas ganas.
Es natural: todos saben que, aunque la tolerancia de las bases es amplia
respecto a los negocios y negociados, corrupción y corruptelas que les
permite un nivel de vida exponencialmente más alto del de sus
representados, ello es a condición de respetar una máxima: “Con el
salario no se juega”.
Desde esta columna, no coincidimos con aquellos que afirman que la
inflación es causada por las subas salariales. Al contrario: los
salarios son –en general- los últimos en actualizarse.
Es conocida la frase que se atribuye a Perón: los precios suben por el
ascensor y los salarios por la escalera. Lo que no decía Perón es que
antes que los precios y mucho antes que los salarios está la
falsificación de dinero que realiza el gobierno. El suyo fue el primero.
Muchos otros lo siguieron, hasta hoy.
Actualmente, el 40 % del circulante es papel falsificado por el gobierno
kirchnerista. Moneda sin respaldo, sin autorización parlamentaria, sin
contrapartida en divisas ni riquezas reales. Papeles que han ido
reemplazando a la moneda nacional, tan falsos como el relato K. Algunos
rumores incluso adelantan una falsificación en escala global, cambiando
la totalidad del dinero circulante por bonos kirchneristas que se
denominarían pomposamente “pesos federales”.
Por eso es que no nos sumamos a la demonización de las subas salariales
que buscan recuperar la capacidad de compra perdida por la pérdida de
valor de la moneda. Estamos, en este sentido, en las antípodas de
Cristina Kirchner y la cúpula empresarial, aunque ello nos acerque al
reclamo de Moyano, que, despechado, parece volver a buscar en sus bases
el respaldo que rifó en casi una década de complicidad kirchnerista.
Por supuesto que el problema no es lineal. Aunque las causas de la
inflación puedan ser varias, no hay ningún caso en que su detonante no
sea la defraudación por parte del gobierno de los recursos públicos.
Efectivamente, el primero que da el paso al frente para apropiarse de
ingresos ajenos es el Gobierno, reduciendo el valor de la moneda al
provocar que cada peso en circulación sea más débil, es decir valga
menos.
Lo hace de dos formas: apropiándose de las divisas que lo sostenían
(llamadas Reservas del Banco Central) o fabricando nueva moneda sin
respaldo. En ambos casos, gastado fondos públicos sin tomarse el trabajo
de recaudarlos antes. Si ésto lo hace un particular, sería robo o
falsificación. Como lo hace el Gobierno, se llama inflación.
El reflejo inmediato ante este desfalco del Gobierno es que los precios
aumentan. Aunque en realidad, no es que aumenten los precios, sino que
como la moneda vale menos, es necesaria más cantidad para comprar las
mismas cosas, ya que los productos deben subir “nominalmente” su precio,
para poder intercambiarlos con otros productos, también más “inflados”.
Si no hicieran eso, las fábricas y negocios deberían cerrar, porque no
podrían reponerlos. Entrarían en quiebra, con la consiguiente
desocupación y crisis. La suba de los precios es, entonces, una medida
defensiva destinada a sobrevivir, no a ganar más. No es responsabilidad
empresarial. Es responsabilidad política. Su causante es quien gobierna,
en nuestro caso y desde hace una década, el peronismo “kirchnerista”.
Ante estas subas, los trabajadores, últimos eslabones de una cadena
perversa iniciada por el kirchnerismo ya hace siete años, reclaman, con
justicia, aumentos de los salarios que les permitan comprar lo mismo que
antes. Y además, pagar las tarifas del “cristinazo”, cuyas subas
duplican en su dimensión al ajuste de su compañero Celestino Rodrigo, en
tiempos de su antecesora Isabel Perón, en 1975.
Por supuesto que siempre hay pícaros que siguen el ejemplo cínico del
gobierno. Entre los empresarios, los que aprovechan para aumentar los
precios más de lo que debieran, o reciben directamente los fondos
públicos por sus vinculaciones con el poder. Y entre los trabajadores,
los que en lugar de recuperar posiciones, reclaman aumentos desfasados
con la inflación, que terminan –esos sí- haciendo subir más los precios y
castigando a los consumidores.
Porque como todo se descalabra, quienes tienen mayor poder logran
disminuir los daños. Los más débiles son los que más pierden. Y
siguiendo el viejo refrán de “a río revuelto, ganancia de pescadores”,
saltan en punta los oportunistas. El primero es el Gobierno, que tiene
el mayor poder, y es el que gana más, desatando el proceso. Las empresas
más grandes reaccionan más rápido y tratan de evitar las pérdidas
moviendo sus precios. Los sindicatos más fuertes logran defenderse mejor
y tienen mejores aumentos.
Los que pierden son los empleados públicos, los docentes, policías,
judiciales, militares y en mayor cantidad que cualquiera de ellos, los
jubilados y pensionados. Por último, quienes no tienen trabajo estable
ni formal, que ven reducir sus niveles de ingresos reales en forma
dramática sin tener siquiera a quién reclamarle.
Así se forma la cadena, que no es precisamente de la felicidad. El
gobierno en una punta, apropiándose de una parte sustancial de la
riqueza de los argentinos mientras se hace el distraído y busca a quién
culpar. Cristina, a los empresarios y a los reclamos salariales. De
Vido, vocifera sin vergüenza ninguna: “¡la culpa es de Macri!” y algún
economista oficialista llega al límite del dislate: la inflación habría
sido generada…. ¡por Julio Cobos! Kirchnerismo de libro: la culpa
siempre es ajena.
Los jubilados, los pensionados, las provincias y municipios que no
pueden fabricar alegremente los billetes con la imagen de Eva Perón,
siguen en la cola. Y los desocupados y trabajadores informales, en la
otra punta, sufren la suba de los precios, de los salarios activos, y de
sus gastos de supervivencia. La “ilusión de riqueza” de los aumentos es
inmediatamente seguida de la “desazón de pobreza”, al notar que a pesar
de los aumentos, los salarios valen inexorablemente menos.
Quizás uno de los mayores daños que provoca la inflación es la sensación
de inseguridad, nerviosismo y agresividad, que se traslada a cada
ámbito de convivencia. Las imágenes de las calles tomadas por la
violencia y la intemperancia son la patética muestra de hacia dónde nos
lleva un gobierno sin conciencia de sus límites y de sus deberes. El
cristinazo se come el salario, pero peor aún, disuelve las esperanzas y
licúa la solidaridad.
Por eso decimos que la inflación es enemiga de una convivencia en paz,
que es injusta y que no debe tolerarse que el gobierno la provoque por
conveniencia, por malicia o para escudar su ineptitud. Y mucho menos,
que pretenda que es buena, o que deba ser soportada por los asalariados
limitando sus reclamos por debajo del deterioro sufrido por la moneda,
contracara del aumento de precios que él mismo ha provocado. FUENTE: Publicado en Argenlibre
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