Lealtad en la Política
Eduardo García Gaspar-Contrapeso.info
Es algo que se tiene en muchos gobiernos. Es un rasgo esencial de quienes los forman.
En teoría es una cualidad. Pero llevada al extremo, se convierte en vicio.
Hablo de la lealtad.
Es una actitud, un sentido de afecto y unión con alguien, algo que crea una alianza de confianza entre personas.
Sus sinónimos ayudan a entender a la lealtad: adhesión, devoción,
fidelidad. Es un lazo que une y que suele ser en muchas ocasiones la
cualidad más admirada entre los gobernantes.
La lealtad de uno hacia otro es, tal vez, la causa central de las
carreras exitosas en política. No es extraño esto, en un terreno en el
que la confianza es vital.
Esta cualidad es particularmente necesaria en regímenes autoritarios.
A más autoritarismo, mayor importancia cobra la lealtad. Y llega a ser
la gran cualidad buscada por los superiores.
Es una especie de sentimiento de unión y compromiso mutuo, no
diferente a los lazos familiares que buscan la protección de sus
miembros, por encima de todo.
Tome usted, como ejemplo, al PRI del siglo pasado. La lealtad al
presidente en turno era la cualidad central que determinaba futuros. Muy
ilustrativo eran los legisladores, obedientes seguidores de órdenes
presidenciales, así fueran las más extremas y absurdas.
Ir contra la orden superior es impensable bajo un sistema de lealtad
extrema. La expropiación bancaria de López Portillo en 1982 lo muestra.
Si bien, en abstracto, la lealtad es una cualidad admirable y
celebrada, tiene una faceta oscura cuando ella se convierte en lo único
de valor. Piense usted en esta posibilidad, la de la lealtad
convirtiéndose en una causa para romper con creencias personales.
Digamos que usted es fan del Barcelona, pero su jefe lo es del Real
Madrid. Bajo una lealtad extrema, su jefe le pide tirar a la basura la
camiseta firmada por Messi. ¿Lo hará usted?
En Aída, la ópera, Radamés, el jefe de los ejércitos
egipcios se angustia entre su lealtad a su rey y su amor por la esclava
hija del rey enemigo. La confrontación es inevitable en muchas
circunstancias, como cuando la lealtad pide hacer algo que va en contra
de principios propios.
Al menos, hasta aquí es clara una cosa. La lealtad, por buena que sea, no es el único criterio de valor.
Volvamos a México, al caso del PRI, señalado por R. A. Camp. Las
convicciones políticas de los políticos de esos tiempos eran variadas.
Sin embargo, se consideraba que ellas no debían ser obstáculo para
guardar una lealtad absoluta al superior, especialmente al presidente.
En un sistema así, se crean personalidades a las que se debe lealtad.
Las creencias y convicciones personales son muy secundarias. En
regímenes como el de Venezuela y el de Cuba, por ejemplo, la lealtad a
sus comandantes lo es todo.
El sistema político de esa naturaleza crea personalismos políticos, no
ideologías ni escuelas de pensamiento. Es fácil de ilustrar con las
usuales menciones de salinismo, echeverrismo, villismo, carrancismo.
Costumbre que se extendió al foxismo y al calderonismo.
Esto es penoso, porque las personas desaparecen, aunque no las ideas.
Consecuentemente emerge un régimen sin dirección ni ideas, que va al vaivén de las personalidades a las que se debe lealtad.
Cada elección es así una confrontación de candidatos que se supone
capaces de crear un nuevo personalismo, en las que se deposita una
confianza que no merecen y a las que se cree con capacidades que no
tienen.
Una patología que sufren ahora los fans de López Obrador, que se ven
como lopezobradoristas antes que nada. Lo que diga su líder, lo que
haga, todo es por definición incuestionable.
Mi punto es directo: la lealtad es una cualidad de las buenas
personas, pero no es la única. Donde los gobernantes desprecian otras
cualidades, se desperdicia talento.
El talento es usado para halagar al gobernante, no para hacer lo
bueno. La lealtad extrema crea personas serviles, capaces de toda bajeza
personal, para las que no hay sentido moral. La lealtad extrema mata
creencias y convicciones.
Me parece que otro caso ejemplar de esto es el de Perón en Argentina,
creador, por supuesto, del peronismo. Un gobernante que desvió a toda
una nación de una trayectoria prometedora y cuyos efectos duran hasta
ahora.
Más actual es el chavismo. Casos que con otros muestran esa íntima
relación entre el autoritarismo y la lealtad que exige el personalismo. Fuente: Contrapeso.info
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