Conciencia Personal
Eduardo García Gaspar
“Es tu conciencia la que te dirige”. Eso dijo la persona.
Es cierto, pero no suficiente.
Hablaba ella de los crímenes del narcotráfico.
Los reprobaba y dijo eso sobre tales criminales. Habían ellos, noo
hace mucho, lanzado una granada en medio de un festejo privado.
¿Qué es conciencia? Su definición es algo que imaginamos con
facilidad. Recuerda una frase: “La conciencia es eso que molesta en
medio del placer”
La hemos visto en caricaturas. En esas en las que un personaje tiene
un ángel en un hombro y un diablo en el otro. Los dos aconsejan al
personaje y él decide. La imaginamos, pero no está demás tratar sobre el
concepto de conciencia.
La definición de conciencia dice que ella es un juicio o una
valoración, que usa nuestra capacidad de razonar, y que reconoce la
moralidad de un acto personal.
La conciencia, por tanto, es una especie de examen de actos que
realizamos y a los que analizamos en cuanto a si debemos o no hacerlos.
En esencia es como una exploración que reconoce terrenos buenos y malos
para caminar.
El sujeto es la persona que realiza ese juicio y reconoce la cualidad
moral del acto que está haciendo, hizo, o va a hacer. Por esto es que
es cierto que es nuestra conciencia la que nos dirige.
Pero la clave se lo que es la conciencia es una palabra que pasa desapercibida, la de “reconocer”. Ella hace toda la diferencia.
Como escribió John Flader, “El papel de la conciencia, por tanto, no es ‘crear’ la cualidad moral de una acción”.
La conciencia no tiene el rol de inventar reglas éticas o
morales. Su función consiste en reconocerlas, admitirlas, aceptarlas.
Hay en esto algo similar al científico que descubre una ley física. Él
no la inventa, sino la descubre.
La pregunta que sigue es la natural, la de dónde se descubren los principios morales. En dos partes.
Una es en nosotros mismos. De manera innata tenemos algunas ideas
básicas sobre qué es bueno y qué es malo. La más obvia de ellas es la
vida. La consideramos buena y por eso evitamos perderla y nos disgusta
ser dañados en nuestro cuerpo.
La otra es la afinación de esa conciencia innata en multitud de
fuentes: libros, religiones, conversaciones, reflexiones, educación
escolar, ejemplos en familia y demás.
Es decir, no podemos por nosotros mismo descubrir los principios
morales. Tenemos alguna idea innata de ellos, pero sólo pueden pulirse
con educación que proviene de muchas fuentes. Y entre ellas, aunque le
pese a muchos, la religión es posiblemente la más influyente de todas.
El lector sagaz se preguntará ahora qué sucede con quienes no educan a
su conciencia y la educan con principios contrarios. La interrogante es
vital. Y es complicada.
Puede ser que la persona, por ella misma, decida no educar su
conciencia. Esta es una falta personal de despreocupación y la culpable
es la persona misma.
Pero puede ser que otra cosa le suceda a la persona.Quizá ella no
tenga culpa alguna de su inhabilidad para saber si algo debe o no
hacerse. Puede ser que jamás haya sido educada en eso, o bien algo peor,
que se le haya educado con una conciencia equivocada. En este caso, la
persona no puede ser realmente considerada responsable total de sus
malas acciones.
La clave, entonces, está en la iniciativa de la persona. Si ella es
la que ha preferido no educar a su conciencia habiendo tenido
oportunidad de hacerlo, será ella responsable de sus acciones.
Y lo opuesto, cuando la persona no sea la responsable de la falta de
educación de su conciencia. Este último caso es extremo. Muy pocos en el
mundo moderno, con tanta información, podrían argumentar en su defensa
el desconocer cuestiones de conciencia.
Queda por ver otro aspecto, eso que ha sido llamado “conciencia
social” y que se entiende como la atención que la persona da a los
efectos de sus actos en los demás. No es un concepto prometedor y más
bien es parcial de la conciencia sin adjetivos.
No sólo se trata de considerar el efecto en los demás, sino también
en uno mismo. Y más aún, de valuar a los actos en sí mismos como
apegados a la moral y sin tanta dependencia en los efectos percibidos.
En resumen, es un asunto central esto de la conciencia, central y personal, pero no
subjetivo. No pueden crearse morales paralelas y tampoco pueden tenerse
reglas morales que sólo pongan atención en los efectos en los demás.
Fuente: Contrapeso.info
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