Por Miquel Rosselló
Hugo Chávez, Carl Schmitt y la dictaduraLa muerte de Hugo Chávez nos ha dejado una congregación
de plañideras que entre llanto y llanto se han dedicado a loar los
logros del líder de la revolución bolivariana. Justificadas sus
tropelías y bravuconerías con las victorias electorales, sus hagiógrafos
decían cosas como que Hugo Chávez "era pueblo".
Semejante legitimación enraíza con el filósofo alemán Carl Schmitt, autor de La dictadura. Y
es que, tras la justificación "ser pueblo", dejan entrever el
pensamiento schmittiano que construye sobre Hugo Chávez al defensor de
la Constitución, la encarnación de la voluntad del pueblo que encierra
en su persona la decisión política.
Los teóricos de esa voluntad general indivisible y absoluta
que no admite disenso encuentran en la figura del defensor de la
Constitución la horma de su zapato. Carl Schmitt resolvió sobre el papel
el callejón sin salida e ingobernable que había dejado Rousseau pero
que en la práctica ya se había substanciado en esas vanguardias
conscientes de clase capaces, no solo de dirigir al colectivo, sino de
gobernarlo.
La comparación resulta interesante porque nos permite, además,
retrotraernos a la polémica entre Kelsen y Schmitt sobre el guardián de
la Constitución. Un debate que se truncó con las embestidas totalitarias
que recorrieron Europa en la mitad del siglo XX. Frente a la teoría de
la decisión, Kelsen proponía una teoría pura del Derecho
que venía a justificar el Derecho en sí mismo. Una cuadratura del
círculo positivista que fundamentaba el Derecho y la legalidad en lo
formal excluyendo cualquier otra consideración.
Este sistema kelseniano se vio superado por el ascenso al poder de
Hitler y la subversión de la Constitución de Weimar. De la democracia a
la dictadura a través de la modificación de leyes que desde el poder se
van alterando de la misma forma que se aumenta poco a poco la
temperatura de una cazuela para que la rana no salte mientras el agua
empieza hervir. Una lección histórica que algunos pretenden olvidar
cuando ya en el pasado son varios los dictadores que han llegado al
poder aupados por mayorías electorales en lugar de carros de combate.
La fusión de ambas perspectivas filosóficas desde un punto de vista
utilitario ha permitido a lo largo de la historia reciente los mayores
atropellos de la libertad individual. Lo que en principio parecía
antagónico se ha reconciliado tantas veces como ha sido necesario para
desvirtuar la democracia representativa e imponer la voluntad de uno
sólo, legitimada en el bien de todos.
Una teoría que en muchos lugares se ha llevado a la práctica. En
España, en varias ocasiones el pueblo se ha echado a las calles al grito
de "¡vivan las cadenas!", mientras los intelectuales justificaban y
proclamaban la necesidad de cirujanos de hierro que pusieran orden en
los desbarajustes institucionales del país. Incluso se han llegado a
idear términos como el de dictablanda o demodura para mantener la conciencia tranquila mientras se justificaba lo injustificable.
La novedad chavista introdujo el elemento de la legitimación
democrática permanente para retener el poder y manejarlo a su antojo. El
régimen bolivariano es una pantomima que guarda aparentemente las
formas democráticas, pero que en ningún caso permite la pluralidad de un
sistema electoral libre para electores y candidatos en los que se pueda
elegir una alternativa en igualdad de condiciones.
Cuando todo el entramado de pesos y contrapesos falla, olvidamos que
el último resorte, la red de seguridad del trapecismo de la política, no
es otra que la propia gente educada y responsable individualmente,
celosa de su libertad y desconfiada de las intromisiones del poder
estatal en sus vidas. Cuando falla, no hay garantía constitucional ni
nación capaz de resistir la deriva populista.
Fuente: Instituto Juan de Mariana http://networkedblogs.com/JvK1X
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