Por Carlos Rodriguez Braun(*)
Los mayores enemigos de la libertad se han proclamado demócratas y
han recurrido a la democracia para tomar el poder. No es casualidad que
cuando había dos Alemanias, y en una los ciudadanos padecían una
dictadura comunista, el país se llamaba República Democrática. A estos
hechos se une la constatación reiterada de que la democracia puede
llegar a conspirar contra las libertades y los derechos de los
ciudadanos, puede dar lugar a innumerables controles, multas,
regulaciones, vigilancias y prohibiciones. Y de hecho ha desembocado en
los mayores niveles de presión fiscal que ha conocido nunca la
humanidad. Sin embargo, en vez de reflexionar sobre ello, en vez de
poner en valor la democracia de modo que signifique ampliar la libertad
de elegir de los ciudadanos, en vez de poner coto a los abusos del
poder, se instala el cliché de que todo lo que se haga democráticamente y
con consenso está siempre bien.
La democracia desdibujada
Lo primero que se necesita es situar a la democracia en lo que
debería ser: una forma de gobierno, no un objetivo. Un medio, no un fin.
Es evidente que el fin tiene que ser superior, tiene que ser la
protección de los derechos y libertades de los ciudadanos. A veces este
fin queda desdibujado cuando se supone que la democracia es el único
sistema para recambiar los gobernantes de modo pacífico, cuando Venecia
los cambió durante mil años en paz, y en el último siglo hemos visto
democracias nada pacíficas.
Tampoco es verdad que los defensores de la democracia lo sean siempre
sin tapujos. Nadie aceptaría, por ejemplo, que se votara
democráticamente la despenalización de la violación. Asimismo, se admite
que algunas decisiones democráticas no se tomen por mayoría simple sino
cualificada.
La falacia de la democracia sometida al “poder económico”
Hemos visto ya que es una falacia que la democracia sea impotente
frente al supuesto poder económico: al contrario, la democracia ha
servido al poder político para crecer como nunca. El problema estriba en
que ha crecido sobre la base de conceder a los ciudadanos libertad de
elegir para votar, pero a continuación ha recortado su libertad de
elegir en numerosos ámbitos, desde su vida privada hasta cómo disponer
de sus propiedades. Lo hace con toda suerte de excusas, desde que
protege (quebrantándolos) los derechos de los ciudadanos, hasta que los
defiende de supuestos “poderes económicos antidemocráticos”, frente a
los cuales, como vimos, el ciudadano puede elegir no entregarles su
dinero.
A esta confusión democrática se une la idolatría del “consenso”,
noción que jamás significa los acuerdos a los que voluntariamente llegan
las personas en la sociedad civil. Eso nunca. El jaleado consenso sólo
corresponde a los políticos y los oligárquicos grupos de presión que a
su socaire medran.
Y así como se da la bienvenida a unos “electores” que eligen cada vez
menos, se aplaude un “diálogo social” donde la sociedad no dialoga.
(*) El Dr. Carlos Rodríguez Braun es Catedrático de Historia del
Pensamiento Económico en la Universidad Complutense de Madrid y miembro
del Consejo Consultivo de ESEADE.
FUENTE: PUBLICADO EN ESEADE - http://eseade.wordpress.com
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