Por Martín Simonetta
Martín Simonetta es Director Ejecutivo de la Fundación Atlas
de Buenos Aires, Argentina. Es licenciado en Relaciones Internacionales
(Universidad del Salvador) habiendo cursado una Maestría en Política
Económica Internacional (UB).
Han transcurrido dos años del llamado “cepo cambiario”,
que impone fuertes restricciones a la compra de moneda extranjera, y
hoy los argentinos necesitamos más del doble de pesos para comprar un
dólar en el mercado informal que lo que requeríamos en aquel momento. A
pesar del uso de alrededor de 1/3 de las reservas del Banco Central
desde entonces a la fecha, no fue posible frenar la caída del peso
respecto al dólar (y otras monedas). ¿Cuál es la lógica detrás de estas
caídas recurrentes del valor del peso?
Inflación, luego devaluación
La presente situación nos lleva a una reflexión en torno a
este ciclo que parece repetirse a lo largo de nuestra historia
económica: el camino de procesos inflacionarios que —al tiempo— son
seguidos por devaluaciones. En una primera etapa, elevados niveles de emisión monetaria generan inflación,
afectando negativamente el poder de compra de los ciudadanos y
encareciendo en moneda extranjera los costos de producción de la
economía. Esta inflación hace su trabajo sobre el tipo de cambio real,
encareciendo el “costo argentino” y dando lugar al fenómeno del “atraso
cambiario” que pone a los sectores productivos a demandar “devaluaciones
competitivas”. Tal situación se constituye en la antesala de procesos
devaluatorios (más o menos intensos), los que —por una vía heterodoxa—
abaratan este “costo argentino” y devuelven artificialmente la
competitividad perdida como consecuencia de la inflación. Y así,
sucesivamente.
La enorme tentación para los gobiernos suele ser el
establecimiento de “tipos de cambio múltiples”, tales como los vigentes
abiertamente en otras épocas de la historia argentina, que favorecen a
determinados sectores y desfavorecen a otros, y que permiten
compatibilizar los intereses recaudatorios y proteccionistas. En la
actualidad ya existe algo así pero —por el momento— de forma menos
abierta. A modo de ejercicio práctico, pensemos, cuánto recibe por dólar
un exportador sojero (menos de cuatro pesos) y cuánto debe pagar si
decidiera comprarlo en el mercado “blue” (cerca de diez pesos).
¿Miami o San Clemente?
Las variaciones del tipo de cambio real hacen que los flujos
internacionales de bienes, servicios, personas y capital se encarezcan y
abaraten en lapsos relativamente cortos de tiempo. En el mercado
turístico, pasamos del “deme dos” —que caracteriza a los períodos
colmados de argentinos viajando y comprando en el exterior y una caída
en el turismo extranjero a nuestro país— a veraneos masivos en la costa
atlántica y a la recepción en gran escala de visitantes del mundo, como
consecuencia del abaratamiento del país en moneda extranjera
post-devaluación. Luego, la inflación se encarga nuevamente de encarecer
la economía doméstica en moneda dura y volvemos a viajar a un exterior
más barato que la Argentina. Imaginemos cómo éste péndulo afecta con
incertidumbre a la actividad productiva local.
Este círculo inflacionario-devaluatorio ya es un clásico en
la economía argentina moderna. Miremos dos ejemplos extremos de estos
procesos desde el regreso de la democracia (para no irnos más atrás en
la historia): la crisis hiperinflacionaria de 5.000% anual en 1989 que
llevó a renunciar al entonces presidente Raúl Alfonsín y la crisis “3D”
(devaluación-default-depósitos confiscados) que hizo lo propio con De la
Rúa.
La predictibilidad de lo impredecible
La experiencia parece demostrar que resulta más cómodo y
políticamente más rentable manejar el ciclo económico de esta forma:
“pateando la pelota hacia adelante” y permitiendo explosiones que
lastiman a la sociedad toda, en lugar de poner orden en las finanzas
públicas. Pero lo cierto es que la predictibilidad de lo impredecible
aleja al país de la competencia por atraer inversiones, propias y
extranjeras. En consecuencia, nos obliga a vivir con lo nuestro. O con
lo puesto. Guiados por la incertidumbre del corto plazo. O certidumbre
ya que, quienes han vivido algunas décadas en el país, ya saben qué
esperar y como protegerse.
Fuente: Publicado en http://www.elcato.org
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