Por Diego Martínez Burzaco
Una vez que estalló la crisis económica más
grave del siglo XXI, en el año 2008, el debate central entre los
economistas estuvo enfocado en el rol del Estado en la economía. Lejos
de la necesidad de Estado ausente, el foco debería estar puesto en
conseguir una real tecnocracia. Noruega, un ejemplo
Resulta interesante observar cómo a lo
largo del tiempo los paradigmas ideológicos en torno al Estado que se
imponen en el globo tienden a encontrar condicionamientos concretos en
base a la coyuntura
económica imperante.
Así como en la década de los 90 la
noción de un Estado interventor de la economía fue prácticamente
"abolida" en el mundo entero, el devenir de la crisis global en 2008
volvió a poner al Estado en su rol de complemento necesario para el
mercado, en el centro del debate.
Reconozco que es difícil
encontrar posiciones intermedias en relación a este asunto. Las
posiciones extremas están a la orden del día.
Por un lado están
aquellos que pregonan una
postura de un Estado omnipresente en todos los rincones de la economía
como forma de controlar los excesos en los que recae permanentemente el
mercado. Sin Estado activo, los ciclos económicos serían más extremos,
con creciente volatilidad.
Por el otro lado se erigen los
defensores del libre mercado, con la necesidad de reducir el Estado a su
mínima expresión ya que es un actor que desincentiva el proceso de
creación e innovación impulsado por el sector privado, al tiempo que
generar
mecanismos de ganancias extraordinarias para unos "pocos amigos" a costa
del bienestar general y la eficiente administración de recursos.
Como vemos, dos visiones antagónicas, prácticamente irreconciliables.
Y
lo que se observa es que ninguna de las dos posturas se modificaron
severamente a lo largo del paso del tiempo, sino que con el devenir de
las distintas crisis económicas las dos posturas se radicalizaron,
acusándose una a la otra por los permanentes fracasos.
En mi
opinión personal, considero que ninguna de las corrientes mencionadas
anteriormente tiene la verdad absoluta. Ambas contienen parte de
realidad en su discurso, pero también falencias que son irrefutables.
Particularmente
creo que ambas visiones están dejando de lado una cuestión tan simple
como fundamental en el análisis y que se trata de quién es el encargado
de administrar el Estado. No creo en la existencia de un Estado bueno o
un Estado malo.
En cambio, sí estoy convencido que
la calidad del rol del Estado en una economía es consecuencia directa de
las cualidades que tienen las personas encargadas de manejarlo.
No
caigamos en la trampa de considerar que el Estado no puede convivir con
el mercado y viceversa. Tienen y deben ser complementarios.
Es
por eso que el foco debe estar puesto en la idoneidad de los encargados
de dirigir las políticas públicas. No hay posibilidad de tener éxito en
esta materia si no hay capacidad en las personas encargadas de
dirigir el proyecto.
Es tan simple como eso. Sin personas capaces,
involucradas responsablemente en administrar el Estado, los resultados
siempre conducirán a fracasos, a la creación de nichos de corrupción y a
la autodestrucción de la política estatal.
Si esto le suena
familiar o conocido, no se preocupe. No es un flagelo solamente de su
país, sino que es una práctica que encontramos en muchos rincones del
mundo.
¿Alguna vez escucho hablar de la tecnocracia?
El
término
tecnocracia se refiere literalmente a un "gobierno de técnicos". En vez
de basar sus decisiones en convicciones ideológicas, se favorece la
acción orientada a resultados y basada en datos empíricos. El tecnócrata
típico es científico o ingeniero, pero también se puede ampliar la
concepción.
En particular creo que un tecnócrata es aquella
persona capacitada que puede administrar exitosamente recursos escasos
obteniendo resultados favorables para toda la sociedad en su
conjunto.
Sin dudas, este tipo de personas es la que debe manejar
el Estado. No debe haber discusión sobre esta cuestión. Donde sí
tendríamos que tener un debate es cómo acercamos esas personas a la
función pública. La respuesta es generando los incentivos necesarios a
través de un sistema de meritocracia que recompense a quienes hayan
hechos los méritos suficientes y penalice a quienes están en la vereda
opuesta.
¿Es acaso una utopía lo que planteo?
En
absoluto.
Mirar al Norte
Un ejemplo claro son los
países nórdicos, donde siempre se destaca las bondades del Estado de
Bienestar y la equidad con la que conviven estas sociedades. Siendo un
poco más específico, tomemos el caso noruego y cómo la tecnocracia
administra eficientemente los recursos públicos.
Noruega está
parada sobre una riqueza natural de altísima magnitud como es el
petróleo. Pero lejos de obnubilarse con este recurso y caer en prácticas
populistas este
país destina los excedentes monetarios de esta actividad a incrementar
su "fondo soberano de inversión".
Se trata del fondo soberano más
importante del mundo, con activos bajo administración por casi US$ 840
mil millones. Esta riqueza que pertenece a todos los noruegos es
administrada con reglas rigurosamente estrictas y profesionales,
situación que permitió obtener grandes resultados.
El fondo es
administrado por el Norges Bank Investment Management, el brazo
financiero del Banco
Central de Noruega. Como todo fondo eficiente, éste cuenta con una
diversificación importante, siendo la categoría de acciones la de mayor
peso del portafolio con el 63% de ponderación.
El año 2013 fue el
segundo de mejor performance histórica al obtener un rendimiento del
15,9%, gracias a un retorno de 26,3% de las acciones y un 11,8% de
rendimiento positivo del rubro inversiones inmobiliarias. La parte
invertida en bonos, en cambio, tuvo un desempeño neutro.
El fondo
soberano
noruego tiene como objetivo incrementar su riqueza para financiar los
planes de pensión y jubilaciones, al tiempo que financia inversiones de
largo plazo.
Su manejo es absolutamente transparente y claro. Las
metas están bien especificadas y los incentivos son estrictamente
respetados.
Los resultados en el manejo de las inversiones hablan
por sí solos. Desde su concepción en el año 1998, el fondo ha rendido
una tasa anual promedio compuesta de 5,7% en moneda dura. Considerando
que se
trata de un portafolio diversificado y las crisis económicas vividas en
ese período, se trata de un rendimiento muy bueno.
Pero más allá
de estos números, la enseñanza detrás es que lo público se puede
administrar de manera eficiente, transparente y profesional si las
personas responsables de tal administración también lo son.
Para
ello, los incentivos deben ser claros y atractivos para atraer a los
mejores y obtener resultados que beneficien a toda la sociedad.
Sería
bueno
que las sociedades en su conjunto imiten este ejemplo y sepan que
construir un equipo que administre eficientemente lo público e
interactúe con el sector privado no es una utopía, sino que es posible.
Noruega y su fondo soberano son un claro ejemplo.
Un saludo.
FUENTE: Publicado en El Inversor Global - Newsletter Semanal (enviado por mail)
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