Seguramente conocen ustedes el experimento de la rana y el agua hirviendo. Según esta conocida parábola, popularizada por el gurú del management Peter Senge, si echamos una rana en una olla con agua muy caliente, esta saltará inmediatamente. En cambio, si la echáramos en la olla con el agua a temperatura ambiente y la fuéramos calentando poco a poco, observaríamos cómo la rana se iría acomodando a la temperatura hasta perder el sentido y, finalmente, morir literalmente escaldada. Si hicieran el experimento de verdad –les recomiendo que no lo intenten en sus casas–, la rana, que es rana pero no tonta, saltaría cuando la temperatura se tornara insoportable. Pues bien, algo parecido sucede con la inflación, por la que, por muy gradual que sea, tarde o temprano abandonaremos la olla si las autoridades monetarias siguen insistiendo en las políticas inflacionistas.
El uso de un dinero determinado, sea sólido o fiduciario, supone unas ventajas frente al trueque tan importantes y, a su vez, los costes de cambiar de un medio de intercambio ya consolidado y aceptado por todos, son tan elevados, que es perfectamente comprensible que aceptemos la degradación del poder adquisitivo de la moneda de curso legal mientras esta sea gradual y no dramática. Y esto lo saben muy bien los bancos centrales, que disponen de un amplio margen de actuación para'imprimir' dinero e inyectarlo lentamente en la economía, sabiendo que el público lo absorberá, adaptándose a las nuevas condiciones elevando los precios de los bienes y servicios, siempre y cuando no perciba que le están tomando el pelo.
En este contexto, los defensores del intervencionismo monetario apoyan la impresión y critican llamando alarmistas a quienes se oponen a las políticas de falso estímulo practicadas por las autoridades monetarias. Argumentan que las estadísticas oficiales apenas reflejan rastro alguno de inflación. Es más, el propio presidente de la Reserva Federal norteamericana, Ben Helicopter Bernanke, declaró hace unos días que la inflación debería ser incluso aún mayor. Es decir, que hay que seguir calentando el agua.
Ante el argumento de que el IPC no refleje atisbos de inflación caben varias observaciones. En primer lugar, desconfíen ustedes de las estadísticas oficiales. ¿Acaso no les extraña que cada dos por tres se cambie la composición de la cesta de la compra y las ponderaciones con las que se elaboran los índices de precio al consumo? Claro que los hábitos cambian y el mix de productos de consumo que adquirimos evoluciona con los tiempos, pero ¿tan frecuentemente? Además, ¿por quétras cada cambio metodológico, la inflación siempre suele resultar menor que con el criterio anterior, tal y como refleja el interesante ejercicio realizado por Shadow Government Statistics?
Llámenme malpensado, pero permítanme llamarles la atención sobre el siguiente cambio metodológico anunciado por el US Bureau of Labor Statistics en su informe de mayo (ver PDF). En la tabla el producto que muestra, con diferencia, un cambio mayor en el índice de precio –no ajustado por estacionalidad– es el gas canalizado –utility (piped) gas service– con un 14,2% de incremento respecto a mayo del 2012. ¿Adivinan cuál es uno de los productos que cambian su ponderación para la publicación del IPC en junio? ¡Exacto! El gas canalizado. Saquen ustedes sus conclusiones. Es como si fueran midiendo la temperatura del agua e informando de ella a la rana, pero cada vez con un termómetro distinto y con diferentes marcas en la escala del mercurio.
En segundo lugar, aun aceptando a efectos dialécticos que la medición del IPC está ausente de problemas de índole técnica, tengan en cuenta que la inflación no es necesariamente equivalente al crecimiento de los precios al consumo. Antes bien, hay otros muchos precios que no están relacionados con el consumo y que se ven afectados por las distorsiones monetarias. Por ejemplo, materias primas, bienes de equipo, activos financieros, etc. De hecho, grandes economistas austriacos comoMises o Hayek, cuando analizaron las causas del boom de los años 20 y la depresión iniciada tras el crack del 29, nos advirtieron de la necesidad de estudiar la diferente evolución de los precios de los bienes de las distintas fases de los procesos productivos. Pueden comprobarlo con los precios de algunas materias primas, por ejemplo, el petróleo, omnipresente en los procesos de fabricación y cuyo precio los economistasmainstream rechazan que tenga algo que ver con las políticas de expansión monetaria. No dejen de leer el clarificador relato que Daniel Lacalle, gran connaisseur del sector, realiza en su libro Nosotros los mercados sobre el funcionamiento de los mercados de materias primas en general y del petróleo en particular. Como él mismo afirma, "no cabe duda alguna de que los movimientos de precios de los últimos años son consecuencia de la política disparatada de impresión de moneda y expansión monetaria".
Es como si las ranas del principio fueran el ingrediente principal en la final de Masterchef y un concursante metiera una en una olla con nitrógeno líquido a -180ºC y el otro introdujera su anfibio en una cazuela con aceite hirviendo a 220ºC. Aunque la rana promedio disfrutaría de una agradable temperatura de 20ºC, la realidad sería que tendríamos dos cadáveres de batracio. Así pues, ojo, no les cuenten que en promedio están ustedes fenomenal mientras les están cocinando a fuego lento y aún no lo saben.
FUENTE: PUBLICADO EN http://blogs.elconfidencial.com/economia/monetae-mutatione/2013/07/17/donde-se-esconde-la-inflacion-11663
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