El 1 de diciembre, Andrés Manuel López Obrador, mejor conocido como AMLO, se convertirá en el próximo presidente de México por un término de seis años entre 2018 y 2024. Su impactante victoria representa un momento crucial en la transición de la nación hacia una democracia moderna. AMLO ganó con aproximadamente un 53 % de los votos populares, mientras que su partido, Morena, logró conquistar la mayoría en ambas cámaras legislativas, además de asegurarse el control de un gran puñado de gobernaciones y asambleas del país.
AMLO está listo, en breve, para convertirse en un líder con poderes masivos “super-presidenciales,” con la base política para cambiar la ley constitucional y tener efecto en cambios políticos más grandes. Para los críticos, el resurgimiento de una nueva estructura de partido hegemónico es el equivalente a una versión "recargada" de lo que Mario Vargas Llosa reconoció como la "dictadura perfecta." Para sus seguidores, el impresionante ascenso de AMLO constituye un veredicto nacional contra el abuso del privilegio político, el amiguismo y la corrupción endémica en todo México.
Los mensajes de AMLO en sus primeros días como presidente electo fueron recibidos con entusiasmo. Sus futuros miembros de gabinete han prometido una forma de gobierno consistente con los principios de austeridad fiscal, comercio abierto y colaboración con el sector privado. El peso se ha apreciado frente al dólar norteamericano por un margen del 10%, contra viento y marea; y los mercados financieros parecen haber omitido el llamado efecto AMLO, viendo a este último más relacionado con el progresivo pragmatismo de Lula en Brasil, que el engreimiento utópico de Chávez para erigir una revolución socialista bolivariana. La voluntad de AMLO de participar en las últimas etapas de las renegociaciones del TLCAN y de mantenerse firme a favor de una mayor integración comercial en todas las fronteras también ha impresionado al establishment económico y financiero.
Su próximo jefe de gabinete, Alfonso Romo, un conocido hombre de negocios del próspero estado norteño de Nuevo León, incluso ha afirmado con orgullo que la administración de AMLO "respetará los derechos a la propiedad como un derecho humano inherente." A AMLO le gusta citar a su héroe, Benito Juárez, el gran líder mexicano del siglo XIX, que es famoso por su tradición liberal "el respeto al derecho ajeno es la paz."
Su último objetivo es transformar a México en un país similar a Suecia, Noruega, Dinamarca o Nueva Zelanda, ejemplos de transparencia, productividad, prácticamente sin corrupción y con un firme compromiso con "combatir la desigualdad" (sea lo que sea que eso signifique).
Esta imagen de AMLO constituye un claro intento de distanciar su personalidad política del arquetipo de un típico populista del siglo XXI, un mesías tropical autoritario (como el historiador Enrique Krauze lo llamó acertadamente) que es la autodenominada encarnación de la voluntad popular y que disfruta el acceso privilegiado a la verdad.
Sin embargo, su registro histórico cuenta una historia muy diferente, caracterizada por la intolerancia y la demagogia. En 2006, poco después de perder las elecciones presidenciales (por un margen estrecho, del 0,6%), procedió a secuestrar la Avenida Reforma de la Ciudad de México, paralizando toda actividad en la zona durante más de dos meses, en protesta por el fraude de la "mafia poder." Unos meses más tarde, arremetió contra la idea misma del Estado de Derecho, afirmando airadamente "al diablo con las instituciones." Su actitud hacia la disidencia es desdeñosa, típica del fanatismo populista: el acuerdo se encuentra con la celebración nacionalista, mientras que el desacuerdo es tildado de ocultar un interés personal, o ser parte de un grupo de identidad cuyo objetivo es explotar a "los pobres." El tema de discusión no importa: encuestas electorales, finanzas públicas, sector energético, gobernanza y estado de derecho, incluso el crimen y la corrupción. Si te atreves a estar en desacuerdo, no estás simplemente adhiriéndote a una falsedad; también estás cometiendo un acto de traición.
(Por cierto, esta actitud de "estás conmigo o en mi contra" parece ser la otra cara de la moneda compartida por su homólogo en Washington).
Aun así, es significativo que en el esfuerzo de AMLO por atemperar su impulso mesiánico, haya sido capaz de ganar el elogio cauteloso de las principales voces intelectuales. Mario Vargas Llosa, el gran anti populista, fue claro (aunque cuidadoso) en su declaración pocos días después del triunfo electoral de AMLO: "esperamos que López Obrador sea un presidente liberal (clásico) exitoso."
El tiempo dirá si la administración de AMLO es un primer paso hacia el camino hacia la servidumbre. Podría decirse que es más seguro afirmar que su temperamento intolerante e iliberal representa un serio obstáculo para abordar el conjunto de problemas políticos y económicos de México, así como para el objetivo más amplio de avanzar hacia una sociedad abierta. De hecho, más allá de la fachada de la "moderación" se encuentra una serie de preocupaciones genuinamente complejas.
Por ejemplo, hay que considerar las implicaciones de su partido y el movimiento que dirigió durante la contienda electoral. Ambos están contando casos de este "iliberalismo". Morena significa Movimiento Regeneración Nacional. Y su electorado político, Juntos Haremos Historia, encarna una dimensión historicista, que recuerda la undécima Tesisde Marx sobre Feuerbach: "el objetivo no es interpretar la historia, sino cambiarla." No es sorprendente que AMLO haya descrito su amplio proyecto político como, "La Cuarta Transformación de México."
El renacimiento de una nación, la transformación de la soberanía popular para el beneficio de todos, un cambio trascendental de un pasado injusto y corrompido a una nueva sociedad gobernada por un líder moral destinado a impartir igualdad, justicia y bondad. Un salvador y un santo. Por lo tanto, no es de extrañar que una de las principales prioridades de AMLO implique la construcción y aprobación de lo que él llama una "constitución moral:" un conjunto ético de normas nacionales que se centrará tanto en el progreso material como en el "bienestar de los ciudadanos."
Tal presunción fatal contrasta con el pragmatismo moderado exhibido en reclamos recientes. Como ha declarado la destacada intelectual Isabel Turrent, la incertidumbre que rige la futura administración de AMLO se deriva de un problema de personalidades múltiples: las "muchas caras" de AMLO, por así decirlo. Él es un maestro operador político, capaz de establecer alianzas con todos y cada uno, desde personalidades empresariales cuestionables (Romo) hasta figuras rabiosas como Naomi Klein, como el crítico Paco Taibo II (quien afirmó que todos los reformadores neoliberales deberían ser "ejecutados" por traidores a la nación). Luego puede cambiar el rostro a un líder más amable, cuya pureza moral purificará a todas las almas políticas, incluidas figuras notoriamente corruptas como el perpetuo jefe de la unión de docentes (Elba Esther Gordillo, recientemente liberada de la cárcel) o Manuel Bartlett (el arquitecto del fraude electoral de 1988, ahora nombrado jefe de la Comisión Federal de Electricidad). También está el enojado y resentido AMLO, que ha utilizado la antigua retórica leninista de la lucha de clases para engendrar una política de odio e instigar el choque de identidades entre los privilegiados y el resto de México.
¿Que AMLO gobernará México en los próximos seis años? Todos los rostros generan incertidumbre y todos representan una amenaza a la idea de una sociedad libre y abierta. Hay una nostalgia presente en la plataforma política de AMLO, un cierto anhelo por un pasado en el que la política imperial imponía la ley y el orden a través de un acuerdo patrimonial con sindicatos, gobernadores, líderes del sector privado y los medios. Su lista de promesas, como la membresía de su partido, admite un poco de todo. AMLO ha prometido revisar todos los nuevos contratos de energía realizados después de la histórica liberalización energética de 2013; pero también prometió revitalizar la empresa estatal PEMEX, construir una nueva refinería y reestructurar otras seis. No se ha presentado ningún análisis de costo-beneficio, lo que parece esencial a la luz del costo exorbitante que conllevará esta iniciativa.
Agregue a esto una duplicación de las pensiones para todos los jubilados; o la descentralización inmediata de todos los ministerios desde Baja California hasta la Riviera Maya; o el despido del 70% de la fuerza de trabajo en la burocracia federal; o la transición inmediata a la autosuficiencia agrícola; o, nuevos subsidios para bajar los precios de la gasolina y la electricidad, así como para perdonar las facturas vencidas; o la cancelación del aeropuerto multimillonario que se encuentra en pleno desarrollo para la Ciudad de México y la reconstrucción de otro aeropuerto en otro lugar. La lista sigue y sigue…
La matemática fiscal involucrada en esta gama de fantasías es un dato irrelevante, porque tal es la voluntad de un caudillo todopoderoso con un mandato nacional. Este no es un gobierno para la gente, es un gobierno de AMLO. Si tal ronda masiva de gastos federales conlleva un gran costo de oportunidad, o si implican impuestos más altos o una mayor carga de deuda pública, que así sea. L'état, c'est moi.
El experimento propuesto de una constitución moral para mejorar la salud de nuestras almas es la mayor fuente de preocupación. Casi parece como si AMLO se representa a sí mismo como un San Benedicto moderno que, a la Macintyre, llega por el destino de la voluntad popular, capaz de salvarnos de los bárbaros que han gobernado la sociedad, y transformar a todos los ciudadanos en nuevos paradigmas de virtud civil, de acuerdo con un diseño preconcebido de lo que constituye la buena vida. ¿Qué viene después? ¿Comités para la verificación ética?
En esto, uno inevitablemente recuerda la burla de Doug Bandow contra los conservadores compasivos de los últimos días: el gobierno puede ser bueno en algunas cosas, Bandow ofreció como ejemplos elevar las tasas de impuestos o matar gente, pero simplemente debería mantenerse fuera del negocio.
En el fondo, López Obrador es un ejemplo de las advertencias expresadas por Raymond Aron en el siglo pasado: una ley potencialmente peligrosa en los sistemas democráticos es que, al admitir a todos los concursantes como políticos, abre la puerta a demagogos antidemocráticos empeñados en imponer su voluntad. Turrent expresa una profunda preocupación por la concentración de poder en una nueva figura monolítica, con una propensión a imponer un modelo de política "estatista, proteccionista, de planificación central, contra la ley de la oferta y la demanda, o la ley de ventaja comparativa, un modelo que nunca ha funcionado, en ningún lado, en ningún momento."
Sin embargo, uno debe esperar que México pueda resistir un autoritarismo inexorable del populista AMLO de antaño. El resultado electoral del 1 de julio de 2018 es más un repudio total hacia un círculo vicioso de amiguismo y corrupción, que un mandato democrático para "regenerar" a la nación, y aún menos para limpiar nuestra ética cívica. Tales esperanzas se basan en las áreas de progreso logradas en México en el último cuarto de siglo, incluyendo una mayor competencia, estabilidad de precios e integración comercial. Y la esperanza también se fundamenta cuando vemos cómo otros países latinoamericanos se han alejado del camino hacia la servidumbre o, al contrario, cuando vemos países como Venezuela que implosionan trágicamente en medio de un experimento miserable con la planificación central del siglo XXI.
Sin embargo, para que esta esperanza sea real, implicará comprender el significado y defender las consecuencias precisas de la famosa idea de Benito Juárez: entre los individuos, como las naciones, el respeto al derecho ajeno es la paz ... Entre los individuos, como entre las naciones, el respeto por los derechos de los demás significa tener como resultado la paz.
FUENTE: https://www.atlasnetwork.org/news/article/amlois-mexico-headed-back-toward-the-road-to-serfdom/es
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