Hace unos días estuve como invitado en un programa de televisión para hablar de la situación económica actual. Obviamente, los temas que más preocupan son el aumento de la inflación, la caída del empleo, y el retroceso de todos los indicadores de la actividad.
En el estudio, uno de los panelistas dio a entender que la delicada situación de la economía reflejaba la dureza de las medidas económica que se están implementando.
La verdad, no es la primera vez que escucho una reflexión de este tipo.
De parte de muchos políticos solemos escuchar o leer que la mala situación económica se debe a las “políticas de ajuste”, o frases como que “con esta tasa de interés la economía es inviable”.
A los ojos de muchos, la situación actual es pura consecuencia de “drásticas medidas ortodoxas”.
La realidad, sin embargo, es que esta lectura de los hechos es incorrecta.No son ni las tasas de interés del Banco Central, ni el ajuste acordado con Christine Lagarde lo que tiene a la economía a maltraer.
A continuación intentaré explicar por qué.
Inflación, tasas de interés y crecimiento
En una carta a Roosevelt escrita en 1933, el famoso economista John Maynard Keynes exigía al entonces líder norteamericano que iniciara una “nueva era económica” que, con políticas fiscales y monetarias expansivas, sacaran a Estados Unidos de la Gran Depresión.
En su misiva de 1933, Keynes busca refutar anticipadamente a quienes seguramente le iban a decir que sus propuestas traerían inflación. Así, en una parte de su escrito, sugiere:
“Dos falacias técnicas pueden afectar las políticas de vuestra administración. La primera se refiere al rol que juegan los precios al alzaen un momento de recuperación. Los precios al alza deben ser bienvenidos, dado que son, por lo general, el síntoma de una producción y un empleo en crecimiento. Cuando se gasta más poder de compra, es esperable que suban la producción y también los precios. Dado que no puede haber una recuperación de la producción sin aumento de los precios, es esencial asegurarse que la recuperación no se frene por una insuficiencia en la cantidad de dinero…”
Este pensamiento de Keynes perduraría por décadas, abonando la idea de que cuando la economía crece hay inflación, y que, por el contrario, cuando la inflación baja, entonces aparece la recesión.
Si pasamos de aquí al tema de la tasa de interés, el círculo se cierra. De acuerdo con el punto de vista keynesiano, una alta tasa de interés que busque bajar la inflación, afectará la producción frenando la actividad económica.
Lo primero que debemos decir frente a esto es que, al menos en los últimos 5 años, se verifica para la economía argentina una relación exactamente opuesta a la que menciona Keynes. En los años donde la inflación “salta” (como en 2014, 2016 y 2018), el PBI cae, mientras que lo contrario ocurre cuando la inflación desciende.
Lo segundo que debemos mencionar es que, en la específica coyuntura de 2018, la actividad económica comenzó a caer mucho antes de que el Banco Central subiera las tasas.
En el gráfico de aquí arriba puede verse cómo evolucionan el Estimador Mensual de Actividad Económica (la línea azul) y la tasa de interés de la política monetaria (en rojo). Como se ve, el EMAE frenó su ascenso en febrero, para comenzar a caer en marzo. Ahora entre enero y marzo, la tasa de interés de la política monetaria mostró una leve baja, pasando de 28,0% a 27,25%. Fue recién en mayo, cuando ya estaban todas las variables entrando en un escenario de crisis, que la tasa subió con fuerza hasta llegar al 40% de junio de este año.
A la luz de estos datos, queda claro que no es la política monetaria dura lo que frena la economía.
Así, es más lógico pensar que la tasa de interés se movió como respuesta a otros eventos que hicieron que la economía comenzara a desplomarse.
Las políticas de ajuste del FMI
Descartada la idea de que las altas tasas de interés llevaron a la economía a la recesión, todavía queda analizar el argumento que sugiere que el problema es el Fondo Monetario, dado que propone medidas de “ajuste” que ahogan el crecimiento.
En este caso, el argumento va más o menos así: dado que se propone achicar el déficit fiscal, esto implica que el gasto neto del gobierno deberá caer. Y cuando el gasto del gobierno cae, entonces se deprime la demanda, la gente consume menos, los empresarios venden menos, producen menos, despiden empleados y la economía entra en recesión.
Ahora bien, si este razonamiento fuera cierto, entonces habríamos encontrado la receta mágica para el crecimiento económico. Solo basta con que el gobierno aumente 50% el gasto real todos los años, y la economía estaría en un eterno boom de demanda agregada, producción, consumo, empleo y abundancia…
Obviamente, esto no ocurre.
Ahora volviendo al tema de si el FMI y sus políticas de ajuste son responsables de la crisis actual, vale la pena ver las proyecciones de crecimiento económico que hicieron los consultores del sector privado desde septiembre de 2017 hasta septiembre de este año.
En el gráfico de abajo se observa el resultado. En septiembre de 2017, los economistas consultados por el Banco Central esperaban un crecimiento promedio de 3% para 2018.
En diciembre de ese año subieron sus perspectivas a 3,2%, para luego volver al 3% un mes después.
En febrero, las perspectivas de crecimiento volvieron a recortarse, y lo mismo ocurrió en marzo, cuando la mediana de las respuestas apuntaba a una variación del PBI de sólo 2,5% positiva.
Para mayo, cuando el dólar se disparó 22% en el mes, las proyecciones se recortaron al 1,3%, y luego nunca cesaron de revisarse a la baja hasta llegar al -2,5% que se anticipó en septiembre.
Al margen de cuán acertadas – o no- puedan ser las proyecciones de crecimiento de este Relevamiento de Expectativas privadas que realiza el Banco Central, lo que queda claro es que algo ocurría mucho antes de que se anunciara que se pediría ayuda al FMI para sortear la crisis cambiaria… Recordemos que recién el 8 de Mayo, el presidente anunció por primera vez que se iba a acudir a esa vía.
Punto de llegada
A quienes siempre rechazaron y siempre rechazarán la dureza monetaria y la austeridad fiscal, les viene al pelo que la economía esté cayendo.
En donde sea que den su opinión, buscarán instalar que lo que nos pasa hoy es consecuencia directa de estas “políticas de ajuste”. Sin embargo, lo contrario es cierto: tanto el FMI como la nueva política monetaria son puntos de llegada de una economía que ya había entrado en crisis.
¿Y por qué había entrado en crisis?
Porque había tenido una política fiscal demasiado blanda (con un déficit mayor al que el mercado estaba dispuesto a financiar) y una política monetaria igualmente débil (en parte producto del fatídico 28D).
Obviamente que este ajuste actual poco creíble puede reforzar a corto plazo las perspectivas negativas, pero debe dejarse en claro que no es éste la causa de la crisis, sino una más de sus consecuencias.
Saludos,
Iván Carrino
Para CONTRAECONOMÍA
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