domingo, 11 de noviembre de 2012

CASACIóN Y EL TRABAJO INSIGNIFICANTE
La telaraña
Noticias y Protagonistas| El Tribunal de Casación Federal absolvió a un desocupado que había robado carne en un supermercado para poder comer. Pérdida de tiempo y recursos en un sistema tan inoperante que ya es perverso. Mientras tanto, matan niños y secuestran mujeres cada día. Nadie mueve un dedo. Cuesta creerlo, porque parece el desbordado argumento de una película del neorrealismo italiano, pero pasó aquí frente a los ojos de todos. Un hombre desocupado y famélico había pasado tres días sin comer, con el único sostén de unos caldos y mate. Lo peor es que había visto a su hijo en la misma situación, pasar horas y horas a la espera de una solución. Desmejorado por la extrema delgadez, incapacitado en la visión de un ojo, sin piezas dentales, su estado de deterioro alcanzaba lo patético, sin que ningún estamento del Estado estuviera presente para contener la situación. En medio de su desesperación, concurrió al supermercado Día, y se hizo de dos bandejas de carne de un corte económico, palomita, de un kilo y medio cada una. El importe que debía pagar llegaba a los $50. Al llegar a la caja dijo que había dejado el dinero en el bolso, que se hallaba colgado cerca de la mirada de todos, y que lo buscaría para pagar. Una vez allí intentó escapar del negocio, escondiendo la carne entre sus ropas, lo que despertó rápidamente las sospechas, pues se trataba de un recurso casi infantil. Presentaba las ropas abultadas, y todos lo habían visto como un hombre extremadamente flaco. Inmediatamente, las empleadas del supermercado Día dieron la voz de alarma, avisaron a la policía, y el hombre fue detenido debido a su escasa capacidad de fuga. Corría el 18 de julio de 2008, y la particularidad del caso –así como su extrema sencillez- hizo que la primera pregunta que se le formulara fuera acerca del por qué de sus actos. El hombre contestó: “para comer”. La cuestión no es lo que pasó, que sería anecdótico, sino lo que hizo nuestro sistema de control con lo que había sucedido. Desde el momento en que el imputado HHG fue detenido, y la instancia en que se emitió la sentencia, pasaron casi cuatro años: el fuero en lo correccional se hizo cargo de la cuestión el 12 de marzo de 2012, con una dilación inexplicable, ya que en este lapso no se produjo ninguna novedad en el caso. Ni una nueva prueba ni una línea de investigación: el hombre había confesado su delito y las razones que lo habían llevado a él. Nadie entiende qué pasó en esta enorme cantidad de tiempo. De hecho, había pasado tanta agua bajo el puente, que los testigos apenas recordaban lo sucedido, porque se consideró un hecho ínfimo, y sus declaraciones debieron ser leídas y no expuestas. Las empleadas del supermercado sí se justificaron diciendo que las normas de ese comercio son no contratar personal de seguridad, y sí responsabilizar a las cajeras de los faltantes de mercadería, que les son descontados de su propio sueldo, lo cual constituye de por sí una afrenta a cualquier legislación laboral.
 Enredado:
  La pena fue de quince días de ejecución condicional, cuando esos plazos ya habían sido superados ampliamente en virtud de la cantidad de tiempo que había perdido una justicia impiadosa e ineficiente en tratar el caso del hombre de la carne. El delito fue catalogado como hurto en grado de tentativa, y se estableció en los fundamentos que “la afectación del bien jurídico protegido por la norma es ínfima”: el hombre reparó el daño devolviendo la carne, y además se trata de una mercadería que no habría generado al comercio un daño económico que pudiera resultar mensurable. Por lo tanto, para la justicia estamos en el territorio de lo que se llama insignificancia. Los jueces de casación, por su parte, pretenden ser claros al expedirse, al indicar que el derecho penal -la violencia del Estado- es un último recurso, y aquí ha sido el primero y último: no se trata, en efecto, de no actuar, sino que el sistema prevé otras maneras de intervenir y corregir este tipo de faltas, que no ponen en movimiento la pesada máquina del juicio penal. Debía actuarse de otro modo, y sobre todo gastar menos plata y tiempo. Indica que el derecho penal no debe acusar sobre la desobediencia, sino en el conflicto generado, que debe minimizar. Entonces, la lesión que genera ese delito debe ser significativa para la víctima. Si no lo es, no corresponde al derecho penal la intervención. Porque es insignificante, y deben intervenir otros fueros del Poder Judicial, igualmente asalariados y con otro despachos igualmente mullidos. Los llaman los casos de “bagatela”. Pero como el sistema judicial es un ejemplo únicamente de ineficiencia, intervinieron en estos cuatro años once jueces, cuatro fiscales, cinco defensores, y ocho funcionarios más, sin contar los innumerables empleados judiciales que hicieron bulto. Bulto, sueldo, papeles, cafés, intermedios, boletos de colectivo del acusado, preguntas de los defensores. Tiempo y tiempo. “Necesitaba llevarse la carne porque no tenía para comer y su hijo hacía tres días que no comía” cita el juez de Casación en la sentencia, aludiendo a la declaración, y nadie pensó nada más que en hacer papeles. “Allí radica la irracionalidad del sistema inquisitivo, que no ofrece respuestas diferenciadas de acuerdo a la problemática concreta del caso, sino que aplica automáticamente la violencia estatal frente al mero incumplimiento”, indica la sentencia de Casación, a la vez que agrega que esto es lo que no permite que el esfuerzo de jueces y fiscales se oriente a resolver problemas de alta trascendencia social o complejidad. Y detalla que deben ocuparse de crímenes de lesa humanidad, criminalidad económica, trata de personas, narcotráfico, etc. Sin embargo, un hombre que confesó haber intentado sustraer un pedazo de carne para comer debió esperar cuatro años para ser condenado a 15 días en suspenso, porque “los papeles se encargaron de mediatizar la realidad”, dice el resolutorio. La cuestión es que la Cámara no se contentó simplemente con dictaminar esta absolución, sino que solicitó que se informe a la Corte Suprema, porque es imprescindible realizar una modificación del sistema de persecución y ejecución en lo penal que impida futuras dilaciones, dispendios de energía y de dinero. Considera, además, que resulta imprescindible solicitar al Consejo de la Magistratura que evalúe los costos que ha tenido este proceso, para que se tomen las medidas del caso, es decir: alguien tiene que pagar, y no es el menesteroso. Por último, solicita que se informe a todas las instituciones involucradas, incluso la Secretaría de Trabajo, de que el supermercado Día pone a sus empleados en una situación no solamente impropia sino además ilegal: les descuenta del sueldo lo que les roban, imponiéndoles una tarea de personal de seguridad para la cual no están preparados. Y esa crueldad social también debe de ser contemplada.
 Atrapados:
 Interesante metáfora construye la que detalla en la resolución el magistrado Alejandro Slokar, integrante de la Cámara. Dice que desde Solón, padre de las leyes en Grecia, se denuncia todo esto como “las telarañas”, pues ellas enredan lo leve y de poca fuerza, pero lo mayor las rompe, y se les escapa. Nada más oportuno para significar no solamente el peso social de los acusados, y la permanente criminalización del pobre de la que habla el magistrado, sino además, el peso específico de los delitos tratados. Porque indudablemente, esta telaraña pegajosa que llamamos justicia, escapa de investigar delitos que resultan de un peso importante, y que por obvias razones amenazan con romper sus redes. Poco habrá que observar los diarios de la semana para sacar conclusiones al respecto y expresar repudio sobre los fiscales que no salieron de sus despachos para buscar a Sofía Viale, la pequeña asesinada en La Pampa. El fiscal general le habría dicho a su abuelo: “la nena se fue porque se calentó con alguno”. Esa es la justicia que pagamos, la que tenemos, pero no la que merecemos. La trata de personas ahuyenta funcionarios judiciales. No hay fiscal que desee apersonarse en un allanamiento de burdeles clandestinos, como si todos ellos prefirieran no darse a conocer, no mostrar las caras, porque la red se romperá con el peso excesivo de proxenetas adinerados y con numerosas conexiones que incluyen indudablemente la complicidad de algunos estamentos del Estado: sin ella quizá no sería posible el tráfico de personas. Pocos quieren estar en las causas de narcotráfico, y hacerse presente en cada uno de los nidos que se descubren a diario por incansables pedidos de los vecinos, que no soportan más la inseguridad en la que viven sumergidos. La misma justicia que teme enfrentarse con los delincuentes violentos, y que firma la salida de un violador reincidente, aun sabiendo que matará a los pocos días a una nueva mujer, como si tal cosa careciera de importancia. Como si una mujer más o una menos fuera la misma cosa: como alimento balanceado que se tira a los depredadores para mantenerlos tranquilos. Pues no, no lo son. Lo que carece de importancia son los paquetes de carne barata con los que HHG pensaba hacerse un guiso. Esos, detrás de los cuales ustedes han transitado cuatro años de sus vidas, señores jueces. Y lo han hecho para que no se les rompa la telaraña. Para no buscar paco en los suburbios, ni adolescentes desaparecidas. Para no tener la fea misión de detener a maridos incendiarios, ni a padres golpeadores. Lo han hecho como para entretenerse. Como si pasearan la tranquilidad por cada uno de los hilos de la telaraña.FUENTE: Publicado en Noticias yProtagonistas

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