sábado, 10 de noviembre de 2012

¿Qué parte de "basta de mentiras" no se entiende?
Las primeras reacciones oficialistas frente a la masiva manifestación del jueves fueron del exjefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y del jefe de Carta Abierta, Ricardo Forster.
Por Adrián Simioni.- LaVoz
Las primeras reacciones oficialistas frente a la masiva manifestación del jueves fueron del exjefe de Gabinete, Aníbal Fernández, y del jefe de Carta Abierta, Ricardo Forster.
“No comprendo hacia dónde va el mensaje”, dijo el primero; “No sabemos muy bien lo que quieren”, dijo el segundo.
A ver si los ayudamos con una interpretación posible, entre varias.
Las múltiples consignas agitadas anteanoche están engarzadas como un collar por una demanda común, que apunta al eje del estilo y de la forma de ejercer el poder que tiene el Gobierno. Se pide honestidad intelectual.
No en vano la palabra “mentira” apareció en tantos, tantos carteles. ¿No es demasiado imaginar que 700 mil personas se puedan movilizar por semejante candidez?
No. El rechazo a la mentira no es un lujo de moralistas. Se la rechaza porque la mentira provoca daños concretos. Y a las mentiras no las detectan sólo intelectuales astutos. La falsía salta a la vista en experiencias cotidianas.
Todos nos damos cuenta
El caso de la inflación es el mayor ejemplo. Ha sido una mentira masiva, prolongada y grotesca. La fundamental.
El Gobierno lleva más de cinco años negando una vivencia diaria de todas las capas sociales. Millones de personas han constatado que pierden poder adquisitivo (daño) cada vez que van a comprar el pan de cada día (experiencia cotidiana). La Presidenta ha cansado las cadenas nacionales sin hablar ni una vez del tema. Cinco años de mentirles a todos y todas en la cara.
Falsas teorías. Muchas veces la mentira tomó la forma de extorsiones morales con las que se encubre la inoperancia. Esto es clave en otro reclamo fundamental de anoche: el de la inseguridad.
Los gobiernos K recitan desde siempre la teoría fosilizada de intelectuales culposos, según la cual el delito depende de una sola variable: políticas de inclusión que brinden una oportunidad a las personas más perjudicadas del sistema.
Esa fue la letanía constante de los últimos ocho años. Y al Estado le han sobrado recursos para financiar esas políticas. Pero nadie percibe una sociedad más segura.
A estas alturas, hasta esos teóricos saben que es una verdad renga decir que la violencia sólo depende de las condiciones en las que se vive. Pero la fiaca o la corrección política les impide revisarla.
La falsedad resulta, también en este caso, obvia, masiva, cotidiana. No sólo para la clase media a la que el delito se le mete por el garaje.
Cientos de personas que, según el postulado, deberían transformarse en delincuentes por la dureza de las condiciones en que viven son arrebatadas cada día cuando esperan un colectivo que demora demasiado. Para volver a su casa en un barrio pauperizado. En largos viajes. Después de trabajar en empleos que no pagan demasiado.
Si alguna de las víctimas se harta y pide “que alguien haga algo”, pasa a ser estigmatizada por el poder como la expresión del autoritarismo.
Lo hacen los teóricos –ahora en su rol de extorsionadores morales– que no toman colectivos. Nos siguen diciendo que sólo pagando más impuestos para financiar más políticas sociales se terminará el delito. Y tributamos más que nunca en la historia, pero el delito continúa lo más campante. Es que es otra mentira.
Hay muchos ejemplos de falsedades masivas y cotidianas. Uno más: durante años la gente supo que el transporte público era un suplicio. Pero los funcionarios sólo se enteran de que gastaron miles y miles de millones de pesos sin ton ni son cuando hay 52 muertos. Los ocho años anteriores actuaron como si todo estuviera fantástico.
La gente sabe más. Hay otro tipo de mentira. Más escurridiza. Tenés que tener ciertos conocimientos para saber que te están verseando. No todas las 700 mil personas que protestaron el jueves están en condiciones de detectar cada falsedad. Pero identifican a la perfección las que competen a su vida.
Los ingenieros que protestaron saben que los recurrentes cortes de luz no se deben a los sabotajes que Julio De Vido ve en todas partes, sino a una prolongada mala política que nos va a dejar una pesada hipoteca. Los abogados sospechan que se intenta manipular a la Justicia. Los inmobiliarios saben que el cepo cambiario les destruyó su industria. La gente de campo sabe que tras 10 años de retenerles el 35 por ciento de su facturación bruta no les repavimentaron una ruta. Los industriales saben que si quieren ampliar su planta no tendrán gas. Los estatales provinciales saben que la Nación se queda con plata de las provincias desde hace años.
Hasta kirchneristas fanáticos saben que es una estupidez decir que quienes se manifestaron ayer son golpistas o fueron llevados de las narices por Cecilia Pando. Pero eso dijo y sugirió la propaganda oficial, ayudando a los indignados a constatar, azorados, que les mentían hasta sobre sus propias íntimas intenciones.
Parece imposible que Fernández y Forster no entiendan algo tan elemental. Pero ayer dijeron que no lo entienden. Fuente: Lavoz.com.ar

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