«Cualquier terrorista parte de unas ideas deformadas para promover su lucha. Se puede responder de forma contundente, pero no se acaba con su pensamiento. Hace falta secar la fuente desde la que se alimentan esas ideas. Ese es el objetivo de esta institución». Sentado en uno de los sillones de la primera fila del espléndido salón de actos del edificio moderno y de estilo andalusí donde tiene su sede el instituto, su director, Abdessalam Lazaar, cuenta que este año hay matriculados 1350 alumnos, 160 de los cuales son mujeres. Proceden en su mayoría de Marruecos y de los países subsaharianos, pero también hay algunos de Francia y Bélgica. «Ahora esperamos a un estudiante de Tailandia», explica orgulloso Lazaar, que cuando se le pregunta si ha habido algún alumno español, responde sonriendo: «Insha Alá» (Si Dios quiere).
Uno de los franceses que estudian en el Instituto Mohamed VI es Aboubakr Hmaidouch. Tiene 25 años, es licenciado en diseño industrial y fue uno de los encargados de hablar ante el Papa. Contó que decidió matricularse después de los atentados terroristas que sacudieron Francia en 2015, «cometidos por unos criminales que decían actuar en nombre del islam». Entonces se dio cuenta de que «para ser eficaces» a la hora de contrarrestar el radicalismo hacía falta «adquirir los conocimientos y saber comunicarlos».
Junto a Hmaidouch habló otra estudiante, la nigeriana Hindu Usman, microbióloga, quien lamentó que en su país mucha gente esté «aferrada a la religión» más por «emoción que por conocimiento y razón», lo que los hace «vulnerables» y «fáciles de manipular» para quienes predican la violencia, como el grupo terrorista Boko Haram. «Muchos jóvenes cogen las armas y ponen bombas en mezquitas, iglesias y mercados, matando a mujeres y niños. Observando esto, me di cuenta de que para que esta situación cambie, hay que instruir a la gente». Según Lazaar, las predicadoras tienen mucho éxito pues acaban convirtiéndose en líderes de sus comunidades.
Además de cursos sobre estudios islámicos, sociología, psicología, otras religiones e incluso educación sexual, el Instituto Mohamed VI ofrece clases voluntarias de formación profesional. «Nuestros alumnos deben ser ya licenciados y conocer el Corán de memoria para matricularse. Cuando terminan, los marroquíes son contratados por el Ministerio de Asuntos Religiosos y tienen un sueldo, pero nos preocupaba que los subsaharianos volvieran a sus países y, al no poder ganarse la vida algunos, fueran captados por grupos extremistas que aprovecharan sus conocimientos. Para eso creamos cursos de electricidad, agricultura, corte y confección», cuenta el director del centro. «Varios antiguos alumnos de Malí compaginan su labor de imanes con la empresa de electricidad que han montado».
Mientras muestra las distintas aulas, separadas por fuentes y plantas, y los estudios de grabación para programas de radio y televisión, Lazaar explica que las autoridades marroquíes cubren todos los gastos del Instituto Mohamed VI e incluso ofrecen una beca de unos unos 200 euros al mes para los estudiantes. Parece una estupenda manera de responder al terrorismo islámico, que en su opinión no está sólo motivado por razones sociales. «El problema no es tanto la pobreza como la pobreza de ideas».
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