El martes por la tarde fui invitado a disertar en el evento “La Libertad en la era de la Innovación, la Tecnología y el Conocimiento”, organizado por la Fundación Atlas. Aquí abajo comparto un resumen de mi presentación.
Buenas tardes a todos,
Gracias por estar acá. Estoy honrado de participar de este encuentro organizado por la Fundación Atlas y por poder hablar frente a tan notables expositores e invitados.
Hace alrededor de 15 años, yo estaba del otro lado del escenario, sentado al lado de mi papá, y presenciando charlas de grandes referentes y pensadores de nuestro tiempo, como Juan Carlos de Pablo, Roberto Cachanosky y Ricardo López Murphy. Son esos eventos que uno no se olvida, y espero que el de hoy tenga el mismo efecto en muchos de los jóvenes que veo aquí presentes (tanto en edad, como en espíritu).
Bueno déjenme comenzar contándoles la profunda frustración que traigo a cuestas. Uno se frustra cuando no puede conseguir un objetivo deseado, y el objetivo que yo estoy persiguiendo es dejar a toda la gente sin trabajo.
Sí, así como escucharon. Al fin un liberal lo dice claro, ¿no? Quiero que todos perdamos nuestro empleo y quedemos en la calle. Por eso favorezco el uso de todas las nuevas tecnologías habidas y por haber. ¡Que vengan ya! ¡Más tecnología, más desempleo!
Uber, Facebook, el email, los autos que se conducen solos, Netflix... ¡Por favor! ¡Vengan ya! Cuando antes, mejor.
Pero, como les decía, estoy frustrado. A pesar de mis esfuerzos, no logro generar desempleo.
Cada vez somos más personas en el mundo, cada vez somos más ricos... ¡Y cada vez hay más gente con trabajo!
Finalmente, decidí reflexionar y ver qué estaba pasando. Después de mucho indagar, llegué a la siguiente conclusión: el método que estoy utilizando es verdaderamente malo.
La paranoia anti-tecnología
La paranoia anti-tecnología se remonta a fines del Siglo XVIII y principios del siglo XIX, cuando Ned Ludd, un mitológico sindicalista británico se hizo famoso por incendiar y destruir las nuevas máquinas que los industriales de la época estaban comenzando a emplear en la producción de tejidos. De su apellido se derivó el adjetivo “ludista”, que engloba al movimiento que rechaza a la tecnología por los efectos que ésta supuestamente tiene en las fuentes de trabajo.
Quien le dio forma y categoría teórica al movimiento fue nada menos que Karl Marx. En 1840, el economista alemán afirmó:
“La maquinaria (...) dondequiera que se implante por primera vez, lanza al arroyo a masas enteras de obreros manuales, y, donde se la perfecciona (...) va desalojando a los obreros en pequeños pelotones.”
El problema de Marx y del ludismo es que se chocan con los datos.
Las personas con trabajo en los Estados Unidos pasaron de ser 31,5 millones en 1939 a 144,6 millones de acuerdo al último dato de 2016. Este número aislado puede no resultar del todo significativo, pero sí lo es la tasa de empleo, que mide el total de personas con trabajo sobre el total de la población. Ese guarismo pasó de 57% en los primeros años de la década del ’50, a 60% según los últimos datos disponibles.
Es decir que hoy hay más empleo, tanto en términos absolutos, como relativos a la cantidad de población.
Pero pasan los años, pasan los datos, y muchos siguen considerando que la innovación tecnológica es un problema.
En un reciente libro, titulado “La segunda era de la maquinaria”, Erik Brynjolfsson y Andrew McAfee sostienen que:
“El progreso tecnológico va a dejar en el camino a algunas personas, y tal vez a muchas personas, a medida que avance”
En nuestras latitudes, quien muestra una preocupación por estos temas es el economista Eduardo Levy Yeyati, quien sugiere que el avance tecnológico“beneficia a los puestos calificados, y mejor remunerados, a expensas del resto”.
Desde perspectivas moderadas, el foco está puesto en la educación, de manera que las personas puedan aprovecharse de las nuevas tecnologías en lugar de ser desplazadas por ellas.
Desde perspectivas menos moderadas, la reacción es la violencia y el prohibicionismo. El caso más reciente es la decisión del gobierno de la Ciudad de prohibir a Uber, y la de grupos mafiosos de taxistas de emboscar a los choferes de Uber, romperles los autos e incluso incendiárselos.
Persistir en el error
El problema con el nuevo ludismo es que está tan equivocado como el viejo.
En su trabajo “¿Por qué todavía hay tantos empleos?”, David Autor se pregunta cómo es posible que, en un mundo en el que la tecnología avanza a pasos acelerados, y donde cuya función principal es la de “ahorrar trabajo”, no se haya eliminado la mayoría del empleo del mundo.
La respuesta es que, si bien la tecnología puede reemplazar al trabajo, muy a menudo lo complementa y termina aumentando, en lugar de reduciendo, la demanda de trabajadores.
Tomemos el ejemplo de los cajeros automáticos en los Estados Unidos. Cuando se lanzaron en la década del 70, se temía que el trabajo de los “cajeros humanos” se viera amenazado. Sin embargo, eso no sucedió.
El número de cajeros automáticos pasó de 100.000 a 400.000 solo entre 1996 y el año 2010. Sin embargo, el número total de cajeros humanos creció de 500.000 a 550.000 entre 1980 y 2010. Es que, si bien el número de cajeros humanos por sucursal bancaria cayó, los menores costos de operar una sucursal permitieron que se multiplicaran las sucursales, lo que incrementó la demanda de personal.
Otro aporte de Autor es reconocer que, incluso cuando la tecnología sí termine por reemplazar y reducir la demanda de determinados empleos específicos, esto no es equivalente a reducir la demanda agregada de trabajadores.
“A medida que los autos de pasajeros reemplazaron el transporte a sangre y la infinidad de profesiones que sostenían este mercado, explotaron la industria de los moteles y de la comida al paso para servir al público motorizado”
Lo mismo podemos ver hoy. Hasta hace 10 años nadie habría pensado en el boom que tendría la industria de aplicaciones de celular. Sin embargo acabamos de ver el impresionante impacto que tuvo el lanzamiento de la aplicación “Pokemon Go”, que generó a Nintendo USD 15.000 millones.
La tecnología no es una tormenta eléctrica o una invasión extraterrestre, sino la acción humana en acción, pidiendo mejores formas de producir, y más económicas. El beneficio que la gente obtiene de esta innovación se ve reflejado en una caída en los gastos de los bienes que la tecnología abarata. Y es esto lo que les permite mejorar su ingreso real y consumir nuevos bienes y servicios. Esa nueva demanda se satisface con nueva producción, por lo que no hay una caída del nivel de empleo, pero sí un notable incremento del nivel de vida.
La tecnología refleja el deseo del hombre de hacer la vida más fácil. Con su avance, se mejora la calidad de vida de la gente, se curan las enfermedades y se supera la pobreza.
Quienes intentan detener el avance tecnológico en nombre de la protección del trabajador, en el mejor de los casos, sólo postergarán el cambio necesario que algunos trabajadores tendrán que hacer tarde o temprano.
Pero esto no será gratis, sino al prohibitivo costo de frenar, nada más y nada menos, que el progreso de la humanidad.
Iván. - Para el Inversor Global
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