- Gastón, háblanos de tu libro "San Martín: ¿está hoy la patria en peligro?" ¿Por qué ese título?
Porque mientras existan muertes por desnutrición en el supuesto granero del mundo, una pobreza que afecta entre el 25 y el 30% de la población, corrupción desperdigada en millones de argentinos y en las más diversas profesiones, falta de instituciones que hagan digna nuestra condición de un país que se dice ser una república, infraestructura obsoleta que se cobra vidas inocentes, inseguridad y narcotráfico matando a mansalva a ciudadanos, índices económicos calamitosos, entre otros problemas que nos impiden de salir de este subdesarrollo impactante y crónico; la patria siempre estará en peligro.
A su vez, también quise con el título hacer un guiño histórico con una legendaria frase de San Martín: “cuando la patria está en peligro, todo está permitido, excepto no defenderla”.
Igualmente, no pierdo la esperanza y por eso escribí este libro para demostrar la vigencia de los hechos y pensamientos del Libertador, con el fin de que los argentinos de hoy recapacitemos e imaginemos con él, soluciones de grandeza como en aquellos tiempos. Quizás entonces, quién termine de leer el manuscrito, obtendrá una doliente lección, que lo impulse a honrar el legado sanmartiniano, que vergonzosamente hemos olvidado.
- ¿Por qué crees que el legado de nuestros próceres fue olvidado?
Una gran mayoría de argentinos actúa como si no amaran su propia historia. No valoran nada, no les importa quiénes fueron nuestros predecesores ni qué hicieron por la Argentina. No desean recordar nuestras tumbas gloriosas, les molestan porque los cuestionan. Han decidido desmemoriarse para siempre. Viven el hoy, el placer inmediato; no les interesa saber de sufrimientos, de ideales, de proezas. Han sustituido la historia por la memoria. Difunden un relato, no la verdad. ¿Tiene sentido, entonces, reflexionar sobre San Martín? Sí, aun contra la corriente. El paradigma que describo puede revertirse, si reflexionamos sobre la frase olvidada y expresada por el inmortal Cicerón: “los pueblos que olvidan su historia, están condenados a repetir sus tragedias”.
- Leí la emoción que te provocó tu última visita a la casa de Boulogne-sur Mer, donde vivió y murió San Martín, ¿por qué crees que ninguno de los últimos presidentes visitaron ese lugar?
Es difícil saberlo. Aunque quizás sea porque no han comprendido la importancia de hacerlo y lo injusto que hemos sido con quien nos dio la libertad que hoy disfrutamos. No sólo lo condenamos a un exilio inmerecido, sino que sus restos demoraron 30 años en regresar a nuestro suelo, tal como lo había solicitado en su última voluntad escrita en su testamento.
No lo niego, me conmueve hablar y escribir sobre San Martín, sobre ese extraordinario Libertador sudamericano que, tras romper las cadenas de la esclavitud de tres países, murió ciego en una pequeña localidad del viejo continente. Solamente dos grandes hombres de nuestra historia lo visitaron durante su exilio de 26 años: Alberdi y Sarmiento. En cuanto a los tiempos más recientes, no he encontrado registro fotográfico de que haya ido algún presidente del siglo XX, aunque se presume, por una placa en el patio de honor y por los escritos de su embajador de entonces, que sí lo hizo Raúl Alfonsín, en 1985. Nadie más. Haber visto la casa de Boulogne Sur Mer en ese indigno estado, me perturbó. Las paredes descascaradas, los alambres que sostenían las persianas, el ascensor que no funcionaba, por lo que ningún anciano puede conocer la habitación que más toca las fibras sensibles, que es aquella en la cual dormía Mercedes y donde falleció su ilustre padre.
Confío en que, con el cambio de diplomáticos en nuestra embajada en Francia, esta infamia se acabará. Habrá un presupuesto específico para ponerla en condiciones y volverá a brillar. Caso contrario, espero que Dios y la Patria alguna vez demanden a alguien. Por otro lado, sería imprescindible también, que el Presidente Mauricio Macri ponga fin a esta lamentable tradición que nos dice, que jamás la autoridad máxima de la República Argentina, estuvo presente un 17 de agosto en donde la vida del Gran Capitán se apagó.
- ¿Sentís que aquel ideal de libertad que encendía su fuerza en la batalla, es una llama que aún permanece encendida en algunos de nosotros?
No sólo en algunos, son miles y miles de personas. De hecho, me arriesgaría a sostener que de los 42 millones que somos, existe una proporción mayor de argentinos honestos, nobles, creativos y trabajadores, que los que no reúnen estas cualidades. Lo que sucede, es que como decía el genial Facundo Cabral: “el bien es silencioso, mientras que el mal hace más ruido y su daño impacta más”. Debemos volver a rescatar a esos ejemplos históricos que deberían ser nuestro norte a seguir, como así también honrar, felicitar e imitar a aquellos ilustres personajes actuales que hacen lo imposible por mejorar nuestra querida Argentina. Eso sí, y aquí soy tajante: los que nos identifica con quienes mandaron a los próceres al olvido del exilio, es que seguimos siendo un pueblo caníbal que se come a sus mejores hijos. ¿Usted piensa que Favaloro se suicidó? ¡Por favor! Lo matamos los propios argentinos.
- ¿Qué crees que San Martín nos diría, al ver cómo está hoy la Argentina? ¿Qué nos reclamaría?
Que como él lo hizo en su tiempo, pensemos el país no como una herencia de nuestros padres, sino como un préstamo que les entregaremos a los hijos que hemos tenido. Si uno trabaja por las próximas generaciones y no por las próximas elecciones, el foco siempre será otro. Es decir, nos invitaría a ponernos objetivos elevados que superen las visiones enfrentadas –San Martín tuvo que desobedecer las órdenes de sus superiores, para hacerles comprender que jamás desenvainaría su sable para matar a sus compatriotas-, y que juntos nos unamos para hacer una gran nación. Hasta el último instante de su vida, el Libertador procuró que los argentinos se reconcilien. ¿Cómo hacerlo en los tiempos de hoy? Encontrando una causa, una noble razón, que permita a los sectores divididos a trabajar juntos, ya no como enemigos, sino como adversarios. ¿Mi propuesta? Embarcarnos en la lucha contra la erradicación de la desnutrición infantil en el único tiempo que es posible: en los primeros mil días de un niño (270 días del embarazo y los 730 días posteriores que transcurren hasta que el infante cumple dos años). La Fundación CONIN por ejemplo, a la fecha de hoy ya ha recuperado a más de 16 mil chicos. ¿Cuántos más podrían recuperarse, si estaríamos ayudándolos? Sin cerebros intactos, no hay posibilidad de educar. Duele el alma saber que los argentinos por ignorancia o por complicidad, estemos generando discapacidad. Un niño que fallece por este flagelo, ha sido asesinado. Como así también, un desnutrido no recuperado, lo será para toda su vida. No es un problema de edad, es una cuestión de tiempo. Lo que no se hizo en su primera infancia, se reflejará en su limitado y atrofiado cerebro. Su discapacidad será invisible para los demás. Ese el horror, la tragedia, la herencia y drama oculto de esta patología social originada en la extrema miseria.
- Hay una frase de San Martín que dice “Sacrificaría mi existencia, antes de echar una mancha sobre mi vida pública que se pudiera interpretar por ambición". ¿Por qué crees que los políticos de hoy no pueden decir lo mismo?
Hay dos explicaciones que contestan esa pregunta.
La primera, tiene que ver con la falta de vergüenza y de moralidad entre quienes ocupan funciones públicas. Pregúntese -como si usted estuviera en el lugar de ellos-, lo siguiente: “¿cómo es posible que después de robarle a la ciudadanía, pueda apoyar mi cabeza sobre la almohada y conciliar el sueño? ¿De qué manera predico valores de honestidad y sinceridad a mis hijos, si esa misma tarde he lavado dinero y firmado una licitación por un monto irrisorio?” No debemos ser ingenuos: las crisis recurrentes del país, antes de ser técnicas, son éticas. No obstante, la corrupción, no sólo afecta a los dirigentes políticos, sino que se ha desparramado lamentablemente en todos los estratos sociales (sindicalistas, policías, empresarios, jueces, etc), lo que hace que estemos cada vez más lejos de seguir el ejemplo de nuestros antepasados. ¿Sabe que dijo Sarmiento antes de morir? “Próximo a mi partida, debo reconocer que no dejo bienes materiales. Los he considerado siempre una pesada carga para la hermosa tarea que me habéis puesto. No puedo decir que no haya cometido errores. He cometido errores, pero los errores que cometí fueron por la premura con que quise poner a mi país en donde en mi cabeza y en mi corazón ya lo había puesto. Y así como Jesús perdonó a la Magdalena porque había amado mucho, espero que mi patria me perdone porque mis errores fueron fruto de mi inmenso amor por ella”. Ese gigante, que hasta hace muy poco tiempo era denostado en un programa infantil en la televisión estatal (¿habrán leído los 50 tomos de su obra o sólo se apoyan en fragmentos descontextualizados?), comenzó su presidencia con 84% de analfabetos y la terminó habiendo construido 1117 escuelas y generando el camino para que la Argentina se convierta en el primer país del mundo en quebrar el analfabetismo. Con esto no le estoy restando importancia a sus errores, pero tampoco me olvido de sus logros inigualables y de este último ejemplo que nos dio: cuando concluyó su mandato, se fue a vivir a lo de su hija Faustina. No tenía casa. ¿Soy claro no?
La segunda argumentación que daría, sería que el Poder Judicial durante años consagró la impunidad y los políticos ladrones (no todos los son y aplaudo a aquellos que honran su valioso rol) se enamoraron de ella. La justicia calló, paralizado por el temor o infectado por la política. En los últimos meses felizmente ha reaccionado, advirtiendo que en sus manos está la suerte de la República. Nuestra patria necesita una profunda regeneración moral y ella puede comenzar a producirse si los jueces investigan a fondo los actos de corrupción, cualquiera sea quien los haya cometido. Y esto que pareciera vislumbrarse ahora, debe continuar; ya que si se juzga a los que ocuparon cargos durante el kirchnerismo por sus delitos, también deberá hacerse en el futuro, si dentro del reciente gobierno electo, se descubren corruptos inescrupulosos.
- ¿Crees que el olvido al Prócer por parte de nuestros gobernantes se debe a que la corrupción de sus actos queda humillada ante la grandeza de aquel hombre?
Absolutamente. Sería lógico que me increpen por lo que expreso, manifestándome que más allá de la inquebrantable voluntad que le hizo lograr lo que se propuso, no existen razones lógicas que justifican traer a la memoria un prócer. Inclusive podría ser más agresivo el asunto conmigo: “¿cómo cree usted Lic. Vigo Gasparotti que alguien que falleció hace 165 años, puede ayudarnos a cambiar el presente que nos preocupa?” A lo que sin titubear, contestaría: “¿y si no murió?” Fueron nuestros gobernantes quienes lo utilizaron y lo desecharon a su conveniencia. Hoy nadie habla de él. ¿Saben por qué? Nuestra clase dirigente le sigue temiendo, como aquéllos que demoraron treinta años en traer sus restos a la Argentina. Intentan día a día convencernos de que nunca existieron hombres capaces de todo por defender la libertad de ellos y la de las generaciones venideras. Los corruptos no quieren dar a conocer al pueblo hombres que los juzguen; prefieren olvidarlos para hacernos creer que no hubo algo mejor, que siempre se actuó así y que ellos son lo que necesita el país. Quieren oprimir nuestro espíritu y amputarlo para no dejarlo actuar. Su único objetivo es permanecer todo el tiempo posible que puedan en sus cómodos puestos políticos, perdiendo el honor por lo que hacen y ocupando cargos distintos todos los años. Un día quieren ser concejal, otro día diputado o tal vez senador, ¿por qué no gobernador de una provincia? Las mismas personas durante años mintiéndonos, no es vocación por estar en el sitio más útil para la nación, van donde su bolsillo se llene. Por eso les diría a los más escépticos que cuando comenzamos a olvidar nuestras ilustres leyendas, cuando la historia fue sólo una materia y no una lección de nuestros aciertos y errores, fue allí cuando la decadencia se inició.
- En tu libro haces esta pregunta ¿Es hoy Argentina un país independiente? ¿Lo es?
Relativamente. Podría serlo en mucha mayor medida de haber comprendido a tiempo las tendencias mundiales. No ocupa en el mundo el lugar que podría tener por sus potencialidades naturales y el talento de su gente. La emancipación fue sólo el comienzo del camino; luego, al transitarlo, nos extraviamos. Quedamos anquilosados en nuestras pasiones y visiones pretéritas. La inseguridad jurídica, el alto déficit fiscal, la ausencia de índices confiables, la politización del poder judicial, han quebrado las bases de una política soberana.
- San Martín dijo "La soberbia es una discapacidad que suele afectar a pobres infelices mortales que se encuentran de golpe con una miserable cuota de poder". ¿Crees que esa frase aun hoy se adapta perfectamente a nuestros políticos y burócratas?
En muchos de ellos, sí. Argentina tiene 700 mil políticos: 1 cada 62 ciudadanos. ¿Usted dimensiona el daño que se le hace a una sociedad cuando la soberbia es la que guía a sus dirigentes? Además, cuando escucho frases como: “nunca estuvimos mejor”; me hierve la sangre porque no sólo que se miente, sino que se tiene la caradurez y la falta de humildad, de admitir que lejos están de los que convirtieron a esta nación en la perla de Sudamérica.
Por ejemplo, si por riguroso establecería plantarme a comienzos del siglo XX, podría observarse un notable progreso alcanzado: ocupábamos el séptimo puesto del Producto Bruto Interno Mundial; el 50,10% del comercio exterior de América Latina era realizado por el país; contábamos con 38.000 kilómetros de vías férreas (mientras que por ejemplo, Chile, Italia y Suecia, solamente poseían 9.500, 17.600 y 18.000 kilómetros respectivamente) ; el sueldo medio de un porteño era hasta un 80% superior al de un habitante de París (lo que nos hace comprender la llegada de 6.000.000 millones de inmigrantes entre 1860 y 1916); para 1914, el 40% de la población económicamente activa pertenecía a los sectores medios; la inflación jamás superó durante 75 años el 2,3% anual; por casi cincuenta años antes de la Primera Guerra Mundial crecimos a tasas de un promedio de 6% anual (la tasa más alta jamás registrada en la historia del mundo por un periodo tan prolongado); habíamos tenido desde 1891 hasta 1914, de los 24 años que corresponde a ese período, 22 años consecutivos de superávit comercial gracias a los adelantos inéditos de la ganadería; entre 1900 y 1914, la producción industrial de Argentina se triplicó alcanzando un nivel de industrialización similar al de Alemania y Japón; poseíamos una extensísima red telegráfica que nos comunicaba con todo los países; fuimos el primer país en quebrar el analfabetismo, la tercera nación en abolir la esclavitud; y por último, en 1912, habíamos dado un paso institucional relevante, como fue instaurar el voto secreto, universal y obligatorio, que sólo tenía antecedentes en cuatro territorios del orbe.
¿De qué me están hablando entonces? Si hoy tenemos un déficit fiscal de 8% del PBI, 12 millones de pobres, la tercera inflación más elevada del globo, el segundo riesgo país más alto registrado en todo el mundo, sueldos africanos, rutas que asesinan a 9 mil personas por año, muertes por narcotráfico que hacen recordar al Medellín de Pablo Escobar, una mortalidad infantil promedio de quince por mil que nacen y como si todo esto fuese poco, el índice PISA que mide a nivel mundial cómo nos encontramos en materia educativa, señaló que estamos en puesto número 59 de 64 países evaluados.
- ¿Qué lo que más valoras de San Martín?
Yo siento un cariño muy especial por él, porque en medio de las dificultades mantuvo la templanza y su intachable honestidad, aún sufriendo ingratitudes, rechazo, destierro, odios y resquemores, pero continuó su lucha, sabiendo que la historia le daría la razón. En fin, me demostró con su testimonio que no se puede vencer a un hombre que no se rinde.
Gracias Gastón!