jueves, 26 de abril de 2018

Argentina no es un país rico. Por Iván Carrino

El debate sobre las tarifas de servicios públicos parece no acabarse más. Revisando algunas notas del pasado, percibo que desde bien temprano 2016 que discutimos de lo mismo: ¿debemos ajustar las tarifas? ¿Hay que hacerlo de shock? ¿Se debe hacer más gradual? 
El debate en cuestión sigue casi intacto, solo que ahora las tarifas ya se han ajustado en un porcentaje muy importante en comparación con la situación de 2015. 
Como sea, el tema me llevó la semana pasada a debatir con Leandro Santoro, ahora diputado por “Unidad Ciudadana”, pero otrora militante del partido radical y furioso crítico de Néstor y Cristina. 
Este histriónico y encendido legislador no dudaba en sostener, tiempo atrás, que “Argentina va a salir adelante, el día que dejemos de votar al peronismo por lo menos por dos años”. ¿Qué habrá pasado? 
La gente cambia… 
Lo concreto es que en medio de la conversación sobre las tarifas, Leandro enunció una de las falacias más destructivas que puede haber sobre nuestro país. 
Para Santoro: 
“La Argentina tiene recursos naturales suficientes como para poder pensar en una situación de autoabastecimiento, y tiene recursos económicos como consecuencia de áreas estratégicas (la soja, la minería) para buscar mecanismos para redistribuir el ingreso. La política de subsidios era una forma de meterte el salario dentro del bolsillo y ayudar a redistribuir la riqueza y el poder adquisitivo sea mayor como consecuencia de la distribución del estado”. 
Obviamente, lo primero que hay que decir es que la teoría fracasó estrepitosamente. 
El salario real (medido como el promedio del salario de los empleados registrados del sector privado dividido el IPC de la Ciudad de Buenos Aires) llegó a caer 8,9% en 2014, moviéndose punta-punta 0,97% a la baja entre enero de 2013 y diciembre de 2015, plena vigencia del “Modelo K”. 
Pero el punto principal no es ese, sino que nuestro país no es un país rico, sino más bien lo contrario. 
País rico, país pobre
A esta altura del partido, debería ser claro que los recursos naturales no son sinónimo de riqueza. Rusia tiene el mayor tamaño en kilómetros cuadrados y, sin embargo, es mucho más pobre que Suiza, que tiene el 0,02% de su extensión. 
Venezuela, por su parte, tiene una de las reservas de petróleo más grandes del planeta. No obstante, es infinitamente más pobre que Japón, que apenas tiene algo de cobre y carbón. 
Como puede verse, los recursos naturales, que pueden sin duda ser una bendición para una sociedad que sabe aprovecharlos, no aseguran nada en términos de riqueza y pobreza. 
¿Por qué esto es así? Porque la riqueza de un país, así como la de una persona, está determinada por su productividad. Es decir, por su capacidad de generar mayor cantidad de bienes y servicios con el mínimo uso de los recursos posibles. 
Obviamente, tener recursos naturales sirve para ser productivo. Sin embargo, no es lo único que se necesita. Entre los determinantes de la productividad también tenemos el capital físico invertido per cápita, el capital humano, y la tecnología. 
Lo que quiere decir esto es que podemos tener una maravillosa mina de oro frente a nosotros, pero si no contamos con las máquinas y la tecnología para explotarla, seremos igual de pobres que antes. 
Esto nos lleva a un quinto pilar de la productividad, que es el capital institucional. 
¿Por qué alguien querría alguien invertir en una máquina para efectivamente poder extraer el oro de la mina? La respuesta fácil es que si el oro sale, podrá venderlo en el mercado generando un beneficio. 
Ahora bien, si el país en cuestión cobra impuestos confiscatorios, regula los mercados laborales de manera que sea extremadamente caro contratar y, además, cambia las reglas de juego cada 5 años, dejando la ecuación de costo/beneficio altamente incierta para la empresa, lo más probable es que esa máquina nunca llegue a la mina. 
El capital institucional, que asegura los derechos de propiedad de los inversores, es clave para que aparezca la riqueza de un país. Ningún país se hizo rico violando los derechos de propiedad, sin importar cuántos recursos naturales tenían. 
Sociedad de saqueadores
En Argentina, la productividad es muy baja en comparación con países verdaderamente ricos como Australia, Dinamarca o Hong-Kong. Es por esto que no somos un país prósprero, sino apenas uno de “mitad de tabla”. 
Ahora bien, cuando ignoramos este punto y creemos que lo único que hay que hacer es distribuir la riqueza, aparece un nuevo problema: la sociedad de saqueadores. 
Es que, en realidad, los recursos y los bienes siempre están en manos de alguien. Por tanto, si para que un miembro de la sociedad prospere el estado debe arrebatarle sus bienes y recursos al que ya los tiene para “distribuirlos mejor”, entonces el saqueo queda institucionalizado. 
Al margen de la condena moral que este sistema merece, lo cierto es que es destructivo en términos económicos. Volviendo a lo anterior, si el saqueo se institucionaliza, entonces los derechos de propiedad pierden vigencia y el capital institucional se destruye. Finalmente, eso redunda en menores incentivos, menos productividad y más pobreza para todos.
Siete décadas de deterioro
Lo que decimos no es un mero análisis abstracto. En las últimas décadas, la performance de Argentina ha sido lamentable. 
De acuerdo con el gráfico armado por Nicolás Cachanosky (donde se observa la posición relativa del país en términos de su ingreso per cápita), en 1950 “Argentina se ubicaba en el percentil 93%, mientras que en 2016 el país cayó al 63%. 
Actualmente, el país se encuentra en un percentil similar al de Hungría y Letonia. De seguir esta tendencia, en la década del 2050 Argentina caería debajo de mitad de tabla.” 


Es decir que nuestro país alguna vez fue efectivamente rico, pero luego comenzó a empobrecerse. 
¿Por qué? La respuesta la encontramos precisamente en lo que se mencionaba antes. Compramos la teoría de que solo había que distribuir las riquezas. Así, el rol del estado creció, y con él las crisis fiscales y el deterioro de los derechos de propiedad. 
La sociedad de saqueadores se impuso a la de productores. Y cuando eso sucede, la pobreza es el único destino. 
Saludos,
Iván Carrino
Para CONTRAECONOMÍA

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