Está previsto para el 24 de febrero el referendo aprobatorio de la Constitución castrista, que sustituirá a la vigente de 1976 promulgada por Fidel Castro con el mismo procedimiento: el proyecto elaborado en la sombra no se sabe por quién, es aprobado por unanimidad en la Asamblea Nacional, bajado como lineamiento a discutir a puerta cerrada en el partido y las llamadas organizaciones de masas, luego sometido a ratificación popular, para finalmente ser aprobado con el 98% a favor, un porcentaje idéntico al de participación.
Según el principio del “centralismo democrático” una vez discutido un asunto y aprobado, la minoría debe someterse al dictado de la mayoría y acatar lo que ya es una línea del partido, por lo que no sólo se prohíbe cualquier oposición o divergencia, sino que se toma y se trata como una traición, en este caso, no se permite ni siquiera hacer propaganda por el “NO”, tanto menos organizar la oposición, por lo que no es un referendo propiamente dicho, sino la imposición de una decisión desde arriba hacia abajo, por encima de la voluntad popular.
Pero hay diferencias: en 1976 no se había muerto Fidel Castro, ni desmembrado la URSS, ni derribado el muro de Berlín, ni existían medios de comunicación alternativos por lo que los medios globales podían invisibilizar a la oposición dentro de la isla, ni era imperativa la atención que debe prestarse a un mínimo respeto por derechos humanos fundamentales, en resumen, los secuaces internacionales del comunismo gozaban de absoluta impunidad.
Por ejemplo, Federica Mogherini, Alta Representante de la Unión Europea para Asuntos Exteriores y Políticas de Seguridad, debe rendir cuentas por su concepción de Cuba como “democracia de partido único”, asentada en sus informes sobre derechos humanos. ¿Ella justifica la brutal represión que emplean para mantener semejante régimen? ¿En qué país de la UE existe lo que ella aprueba para Cuba? ¿Es eso compatible con los principios y valores que la UE dice defender y ella representar?
Quien haya visto la investidura de Manuel Andrés López Obrador como Presidente de México debe sorprenderse no tanto por el estrepitoso rechazo a Maduro sino por la ovación inmediatamente dispensada a Miguel Díaz-Canel, tan ilegítimo y tanto o más represivo que éste, así como a Silvio Rodríguez, sin que se sepa a guisa de qué estaba allí, porque no ostenta ningún cargo oficial.
Algo muy malo debe estar ocurriendo en México y en la izquierda en general que no distinguen la causa del efecto, no reconocen el daño que ha dispersado el castrismo durante décadas por toda Latinoamérica, África y el resto del mundo, camuflado bajo la coartada de la revolución socialista mundial, pero en verdad carne de cañón del imperialismo soviético. Condenan al gulag pero no a sus agentes.
Y mientras se denuncian catástrofes humanitarias en Siria, los Balcanes, el cuerno de África, el Sudeste asiático, Venezuela, no se ve o se quiere ignorar en una suerte de ceguera voluntaria que detrás de todas ellas han estado metidas las alianzas estratégicas de Fidel Castro y sucesores.
No puede dejar de causar perplejidad que después del derrumbe de la URSS Castro haya encontrado asidero en el Foro de Sao Paulo; pero liberado Brasil y estando Venezuela ya exhausta, ahora se les abre México como próxima tabla de salvación y con toda seguridad también terminará arruinado por el proverbial parasitismo comunista.
México nunca rompió relaciones diplomáticas ni comerciales con Cuba ni siquiera en las épocas de más alta conflictividad con EEUU y los países de América Latina, cuando hasta Venezuela lo hizo; pero no había experimentado la agresión castrista en su propio suelo, como está a punto de escarmentarla con el gobierno de López Obrador, un izquierdista radical de muy vieja guardia.
Otro hecho sintomático son las casi unánimes votaciones en la Asamblea General de la ONU condenando el embargo de EEUU al régimen castrista, con las únicas excepciones de los votos en contra de Israel y los mismos EEUU (durante la Administración Obama incluso EEUU se abstuvo).
La UE y otros supuestos aliados, aprovechan esa oportunidad para desairar a EEUU de manera completamente gratuita porque la votación no tiene consecuencia alguna; pero se presenta ante el mundo y sobre todo al interior de la isla como que Cuba está derrotando abrumadoramente a los EEUU y son estos los que se encuentran “aislados” y no el régimen de los Castro.
El efecto es puramente propagandístico sin su dejo de burda falsedad, porque no existe tal “bloqueo” como les gusta publicitarlo, pero a los ojos del ciudadano común parece como si la comunidad internacional refrendara esa falacia; tampoco parece que reprobaran un hecho puntual, “el embargo”, sino que apoyaran al castrismo en general contra los EEUU.
La verdad es que los Castro y Compañía tienen que pagarles a ciudadanos norteamericanos y cubanos que fueron despojados de sus bienes sin indemnización alguna por esa supuesta revolución, de un modo arbitrario y por cierto también muy propagandístico.
Por poner solo un ejemplo sobresaliente: el famoso Hotel Habana Hilton, supuestamente expropiado a esa cadena hotelera americana, en realidad fue construido con los fondos de las cajas de retiro del Sindicato de Trabajadores de la Gastronomía, que suscribió un contrato de administración con la cadena Hilton para que regentara el hotel y con los beneficios obtener dinero para pagar las pensiones.
En verdad, “la revolución” no les expropió el hotel a los americanos sino a los propios trabajadores cubanos afiliados al Sindicato de Trabajadores de la Gastronomía; pero eso no da buena prensa, por lo que es mejor seguir con la leyenda antiimperialista.
Hoy el hotel es administrado por la cadena española Meliá Hotels Internacional o Sol Meliá que junto con Iberostar son los principales socios del Grupo Gaviota, empresa del Holding GAESA, tutelado por el general Luis Alberto Rodríguez López-Callejas, yerno de Raúl Castro (no se sabe cuál de esos títulos es más importante).
Más de otras doscientas empresas españolas no muestran escrúpulo alguno en contratar mano de obra esclava, lo que hace más burda la mentira del “bloqueo” y explica mejor la sociedad de José Luis Rodríguez Zapatero y su canciller Miguel Ángel Moratinos con esa mafia militar mercantilista, herencia de Pedro Sánchez y Pablo Iglesias.
Más grave que el blanqueo de dinero es el blanqueo de palabras: revolución, socialismo, antiimperialismo, son conchas lustrosas, sin contenido; instituciones como presidente, primer ministro, canciller, son todos fachadas vistosas.
Igual que constitución, elecciones, referendo, diálogo, reducidas a mera ficción, que Castro llama “fuegos artificiales” para divertir al público: La cruda realidad es su nudo poder.
El reto para los cubanos es sacudirse ese yugo, todo lo demás se les dará por añadidura.
Enviado por su autor desde Venezuela
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