sábado, 2 de febrero de 2019

Las privaciones del socialismo en la Unión Soviética. Por Andrew Moran

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Un hombre entra en una tienda y pregunta: “¿Tienen algo de carne?” “No”, replica el vendedor, “no tenemos pescado. La tienda al otro lado de la calle es la que no tiene carne”.

Escenas de escasez de alimento, largas colas y rusos hartos eran comunes en la Unión Soviética. Moscú creía que podía ofrecer un mundo de prosperidad e igualitarismo instaurando cálculos matemáticos avanzados para gestionar la economía. ¿Cómo fue? Bueno, como cualquier buen economista, cuando las cosas fueron tan mal, los hombres más listos de la sala recurrieron a la única publicación que podía salvar a a humanidad: el Catálogo de Sears.
En lugar de usar el método de precios del mercado, los dirigentes soviéticos copiaron a sus colegas chinos y peinaron el icónico pero ya difunto catálogo para conocer los precios de los bienes de consumo. A pesar del estudio intensivo y el análisis del coste de un par de calzones largos, Moscú no pudo aliviar la miseria.
Utilizando fórmulas para gestionar una economía nacional con las incomodidades de una monstruosidad burocrática decrépita, el gobierno soviético fracasó en prácticamente todo. Al menos crearon una abundancia de chistes, contados a menudo por Ronald Reagan.
Economía soviética
Era habitual entre los camaradas discutir sobre el gulag, Josif Stalin, Nicolai Gorbachov y la Guerra Fría cuando de pensaba en la Unión Soviética con una botella de vodka. Pero es raro llevar a cabo una conversación larga sobre las políticas económicas empleadas por la URSS durante un periodo de 70 años.
Como cualquier otro experimento socialista a lo largo de los siglos XX y XXI, los signos distintivos de la ideología (controles de precios, cuotas de producción, planificación centralizada y gobierno totalitario) estaban por todas partes. Y, en consonancia con estos intentos, la extendida miseria y sufrimientos estaban a la orden del día. Despreciando el capitalismo occidental, los soviéticos dependían de la sabiduría de sus nuevos dioses para lograr el éxito económico y el dominio mundial: un antisemita borracho llamado Karl Marx, un tirano cruel llamado Vladimir Lenin y un paranoico, Josif Stalin.
La Unión Soviética empeló todas las políticas con las que fantasean los socialistas y comunistas actuales mientras sorben sus caffe latte, ven la CNN y visten camisetas que muestran la hoz y el martillo: propiedad estatal de los medios de producción, granjas colectivas, vida comunal, nacionalización de los activos industriales y planificación centralizada. Los soviéticos trataron de dirigir la economía sin precios de mercado, confiando en su lugar en la inteligencia del Gosplan, una agencia pública federal que establecía los niveles “correctos” de precios, producción y salarios.
Por ejemplo, el Gosplan determinaba los precios de los bienes al por menor calculando primero la cantidad total de dinero que se gastaba en salarios y cuánto era apto para el consumo. La agencia usaría luego el cálculo y lo igualaría al valor de todos los bienes producidos en ese año de acuerdo con uno de sus muchos planes quinquenales. Para entonces, el Gosplan creía que podía establecer el precio de cada bien utilizando principalmente la falsa teoría marxista del valor trabajo: el valor de un bien o servicio basado en el “trabajo socialmente necesario”.
Los bienes también se clasificaban en dos categorías: el Grupo A, que era la industria pesada, y el Grupo B, que incluía los bienes de consumo. El primero recibía la máxima prioridad: esto era evidente en la baja calidad de productos como neveras, lavadoras y televisores.
¿Pero cuánto pueden ser de buena de calidad cuando los consumidores apenas tienen acceso a estos productos lamentables?
Los efectos de la planificación centralizada
Las escaseces de los productos básicos de consumo (alimentos y similares) estaban por todas partes. Mientras que las escaseces no eran tan graves en los grandes centros de población, como Leningrado y Moscú, eran comunes en el resto del país. O no encuentras nada en las estanterías de las tiendas, o tienes que esperar largas colas. Si incumples el undécimo mandamiento del comunismo (no serás cliente de un negocio privado) seguirás sin tener acceso a una pieza de fruta fresca o a algo de carne, porque los precios serán demasiados altos o las existencias solo durarán una temporada.
En 1982, el New York Times describía lo que se podía encontrar en cualquiera de las tiendas de la nación dirigidas por el estado:
Al mediodía, un día de la semana pasada el mostrador de carne estaba lleno de lamentables cortes de vacuno y ovino, todo grasa y hueso. Después de varias semanas desde finales del año pasado en que desapareció de las tiendas de Moscú, la mantequilla estaba de nuevo a la venta, pero con un límite de medio kilo por comprador. El mostrador de verduras mostraba simétricamente expuestas zanahorias, remolachas y repollos, pero buena parte estaban podridas.
Para aliviar esta triste situación, el gobierno instauró un sistema de racionamiento, conocido también como la “opción por defecto de distribución estalinista”. Las distintas jurisdicciones tenían distintas reglas. Por ejemplo, Moscú estableció límites en la cantidad que podían adquirir los compradores y reguló las horas de apertura. Algunas ciudades tenían cupones, otras impusieron restricciones. Para entender lo grave que era la escasez de comida, los zoos estatales hicieron que sus animales se convirtieran en vegetarianos.
Estas medidas pronto se extendieron a otras áreas de la Cortina de Hierro, incluyendo la atención sanitaria. Los niños no podían comprar leche sin una receta del médico, los cortes de corriente en los hospitales eran habituales y el gobierno empezó una campaña de concienciación pública sobre los peligros de la sobrealimentación. Los funcionarios médicos usaban la anestesia como una forma de extorsión: estaba “indisponible” para las operaciones, pero, si se pagaba un soborno, aparecía mágicamente. La tasa de mortalidad infantil era tan baja que el gobierno no consideraba que los niños habían nacido hasta que sobrevivían al primer mes.

La gente acabó harta de socialismo.
La caída de la “amenaza roja”

Durante décadas, tuvieron que vivir con cuatro personas en un apartamento de una habitación, tuvieron que vivir bajo la bota tiránica de líderes autoritarios, tuvieron que sacrificarse por el estado y, lo peor de todo, tuvieron que ver que su enemigo mortal (EEUU) disfrutaba de las bondades del capitalismo. ¿Sorprende que el gobierno rodeara las torres de radio con guardias militares y alambre de espino, que las fuerzas de seguridad inspeccionaran constantemente a la población y que las burocracias rebuscaran en las oficinas en busca de disidentes? El estado temía a la gente, como tendría que pasar siempre.
La caída de la Unión Soviética es un caso de estudio de esperar a que las leyes de la economía destruyan una nación. EEUU no tuvo que invadir Rusia o lanzar bombas sobre San Petersburgo para acabar con la Amenaza Roja. La disolución de la URSS se debió a una economía fracasada y a la fatal arrogancia de los socialistas.
Es como el viejo chiste:
Una anciana va a al Gorispolkom (las autoridades locales) con una pregunta, pero cuando entra en el despacho del funcionario ha olvidado el propósito de su visita. “¿Se refiere a su pensión?”, pregunta el funcionario. “No, percibo 20 rublos al mes, está bien”, contesta. “¿Sobre su apartamento?” “No, vivo con tres personas en una habitación de un apartamento comunal, estoy bien”, replica. De repente, se acuerda: “¿Quién inventó el comunismo: los comunistas o los científicos?”. El funcionario responde orgullosamente: “¡Bueno, los comunistas, por supuesto!” “Eso es lo que pensaba”, dice la anciana. “¡Si lo hubieran inventado los científicos, lo habrían probado antes con perros!”.

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