Durante décadas, el mundo creyó que el socialismo podía funcionar. Caracterizado por la planificación centralizada de la economía, muchos se convencieron de que tal sistema superaría al capitalismo, tanto en la riqueza que alcanzaría su población, como en el grado de equidad social resultante.
Mucho antes de la caída estruendosa del Muro de Berlín, fueron Ludwig von Mises y Friedrich von Hayek los que explicaron que, aunque los gobernantes contaran con las mejores intenciones, el sistema de planificación centralizada terminaría siendo un fracaso. Este último pensador, galardonado con el Premio Nobel de Economía, argumentó que el problema principal que enfrentaba el afán de planificarlo todo era la incapacidad de un órgano burocrático central para concentrar y procesar la enorme y variada cantidad de información necesaria para satisfacer las necesidades de la ciudadanía.
Yendo a un ejemplo concreto, el gobierno no puede conocer exactamente qué cantidad, calidad, tamaño, color y variedad de zapatos se ajustarán a las necesidades de 40 millones de argentinos. Además, incluso llegado el caso que pudiera conocer ese dato, al otro día esta información cambiaría, por lo que el logro perdería utilidad rápidamente.
Sin embargo, con el avance de la tecnología de la información, el mito socialista resurgió de las cenizas. Sin ir más lejos, fue el ex Ministro de Economía, Axel Kicillof quien afirmó que, de haber existido el Excel, el socialismo soviético no se hubiera derrumbado. Lamentablemente para Kicillof, otro académico refutó su tesis. En su obra Socialismo, Cálculo Económico y Función Empresarial el profesor Jesús Huerta de Soto explica por qué el avance de las computadoras hace todavía más imposible la utopía de los planificadores centrales:
“La ingente nueva cantidad y calidad de información generada empresarialmente con la ayuda de los nuevos instrumentos informáticos progresivamente será de una profundidad y detalles cada vez mayores, hasta llegar, incluso, a ser inconcebibles desde el punto de vista de nuestro conocimiento de hoy. Y, como es lógico, seguirá siendo imposible que el órgano director pueda adquirir dicha información dispersa, incluso aunque tenga a su disposición los más modernos, capaces y revolucionarios ordenadores de cada momento”
Lo anterior viene a cuento porque el gobierno actual pareció avalar la teoría de que el uso de las tecnologías podría ayudar a los gobiernos a mejorar el control social. Hace unos meses, la Secretaría de Comercio lanzó el sitio Web “Precios Claros”, con el objetivo de “evitar los abusos” de los comerciantes en la fijación de precios.
La afirmación ya tenía una base débil. Es que, por un lado, los precios en el mercado los “fijan” tanto productores como consumidores. Por el otro, porque si el problema es que los precios suben, siglos de historia deberían haber demostrado que el problema no es de los comercios, sino de la emisión monetaria que reduce el poder de compra del dinero.
A pesar de ello, el gobierno de Macri decidió avanzar con la iniciativa. Los resultados distan de ser satisfactorios.
Recientemente hice la prueba de utilizar el servicio. En teoría, solo basta ingresar a www.preciosclaros.gob.ar, seleccionar los productos que uno desea comprar y luego ver los precios de esos productos en diferentes comercios aledaños a la zona donde el comprador reside. En la práctica, las cosas son algo más complejas.
Probé buscando el producto “Yerba Mate”. A continuación, se desplegó un menú con alrededor de 150 variedades de yerba. Paquetes de 500 gr., de 1 kg., yerba mate en saquitos por 25 unidades, por 50, etc. Y todo esto multiplicado por la innumerable cantidad de marcas diferentes.
Ahora digamos que en medio de toda esa cantidad de información encontramos la variedad del producto que buscamos. Al hacer click en él podemos ver los precios de ese bien en los 10 o 15 centros comerciales más cercanos a nuestra ubicación. Finalmente, podremos saber qué local cobra más barata la yerba. Sin embargo, cuando uno hace una compra no solo adquiere un producto, sino una canasta de ellos.
Y allí aparece el siguiente problema: ¿qué pasa si la yerba mate está más barata en el local A pero el azúcar está más barato en el local B, donde la yerba mate está más cara? ¿Y si llevamos este problema a los 10 o 15 productos que deseábamos comprar? ¿Y a 50?
Precios Claros es un costo innecesario para todos los involucrados en el proceso. Los compradores tienen que insumir su tiempo en ingresar a la web y realizar todos los cálculos para ver en dónde les conviene más comprar. Ese tiempo podrían dedicarlo a tareas más productivas.
Lo mismo les ocurre a los funcionarios del gobierno, que en lugar de ocuparse de cuestiones propias del rol del estado, deben encargarse de mantener en funcionamiento el sitio web. Por último, el sistema también implica un costo adicional para las empresas, que deben destinar recursos a comunicar la información al aparato de control estatal.
El sitio web para comparar precios puede haber tenido la buena intención de aprovechar el avance tecnológico para mejorar la planificación económica en beneficio de la población. Pero contrariamente a ello, consume recursos valiosos de la sociedad sin aportar ningún beneficio concreto.
Si los funcionarios públicos se hubiesen tomado el trabajo de leer a Mises, Hayek o a Huerta de Soto, nos habrían ahorrado a nosotros la tarea de volver a confirmar que la planificación centralizada fue, es y seguirá siendo una utopía imposible con resultados repudiables.
Iván. Inversor Global - enviado por mail
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