El FMI acaba de publicar un 'paper' interesantísimo que viene a reflejar lo que dice la academia anglo sistémica (vean estos documentos: uno y dos). El resumen: que la entrada de China en el sistema se ha llevado por delante los trabajos menos cualificados en el Primer Mundo, que son mayoría. Como, por otra parte, cada vez se incorpora más factor capital a las manufacturas en detrimento del factor trabajo, el resultado es paro estructural y sus derivadas: disfunción social y crecimiento del mundo político antisistema.
Pero ni China ni los avances tecnológicos son los últimos culpables. Esto viene de muy antiguo. El mundo anglo siempre ha creído dos cosas: la primera, que el librecambio es la panacea. Al aumentar el volumen de comercio, se incrementa la riqueza global y de una u otra forma, los perdedores del proceso acabarán siendo ganadores gracias a que esa mayor riqueza se combina con una desregulación interna -por definición, redistributiva-, sin necesidad de impuestos u otros arbitrios. En definitiva, volvemos al equilibrio de Walras en detrimento de la intervención de Keynes. No parece que los hechos ratifiquen estos supuestos, ni en la desregulación ni en sus consecuencias.
Empecemos, arbitrariamente, por Kennedy, que abolió la prohibición del movimiento de capitales y lo sustituyó por un simple impuesto -en realidad, todo viene de mucho más atrás pero no hay espacio para desarrollarlo-. En 1970, para poder seguir adelante con la guerra de Vietnam, Nixon desacopló dólar y oro. El 'shock' del petróleo poco más tarde dejó obsoleto a Keynes y vinó Friedmann a remediarlo. El pequeño problema es que Friedmann no eliminó la intervención estatal. Simplemente, sustituyó al agente. A los Ministerios de Obras Públicas les sucedieron los Bancos Centrales. En los 80, Reagan y Thatcher bajaron los impuestos a las rentas más altas porque imaginaron que nadie sabe invertir como lo hacen los ricos. Esto inicia un proceso de desigualdad social del que todavía no hemos salido.
Pero todo esto no fue suficiente. Si Nixon acabó con Breton Woods, la inmensa deuda americana puso fin al Breton Woods 2, a saber, que los acreedores USA compren bonos USA. La confianza del acreedor es finita. Se impuso dar otra vuelta de tuerca. Así que se inventó titulizar el mercado inmobiliario, es decir, convertir la deuda hipotecaria en bonos negociables 'urbi et orbi', clasificados según solvencia, por las agencias de rating. El sector inmobiliario se convirtió en comerciable y la deuda americana, en global. Es un modo como otro cualquiera de hacerte ciudadano americano por la fuerza. A mi me recuerda el Edicto de Caracalla, cuando el Emperador extendió la ciudanía romana a todo el Imperio. Decía: "Pues es legítimo que el mayor número no solo esté sometido a todas las cargas, sino que también esté asociado a mi victoria". Versión contemporánea. Es usted un jubilado, tiene un fondo de ahorros y de repente se encuentra con que un tercio de ese fondo son bonos inmobiliarios americanos. Esa es su participación en el financiamiento del Imperio, lo quiera o no. ¿Acaso no tiene EEUU un inmenso déficit, indispensable para mantener el dólar cómo moneda de reserva y, con él, un orden global del que usted se beneficia?
Donald Trump durante un acto de campaña en Windham, New Hampshire, el 6 de agosto de 2016 (Reuters).
Sin embargo, el mercado inmobiliario americano estaba lejos de sujetarse a las reglas del mercado libre y del riesgo comercial. Como la "revolución conservadora" -que ni es revolución ni conservadora- hizo imposible el acceso a la vivienda, el Gobierno Federal forzó a las agencias inmobiliarias propias a dar créditos a todo el que lo pidiera. Combinar titulización y crédito, barra libre, carga la escopeta, primer acto. Mientras esto sucedía en el frente interno, en el externo, y traída por la famosa panacea del libre cambio, China entró en la OMC el año 2001, lo que precarizó todavía más al deudor hipotecado. La escopeta se amartilla, segundo acto. Finalmente, cuando en 2008 el invento inmobiliario disparó, la crisis fue salvaje y global. En vez de contribuir todos a la carga común, fue la carga común la que nos arruinó a todos.
¿Cómo salir de esta trampa de lobos? Dando patadas hacia adelante. Los bancos centrales decretaron una política monetaria vudú, que consistió en comprar la propia deuda pública, después bonos de empresa, llevar los tipos a cero y, finalmente, pasar a tipos negativos. Todo esto mientras se aseguraba que es indeseable la intervención del Estado en la economía.
Hay que hacer una precisión. Todas estas burbujas, contraburbujas e intervenciones monetarias, sistémicas, por cierto, no son socialmente inocentes. Hacen inmensamente ricos a unos pocos y todavía más pobres a los pobres. Y en ausencia de instrumentos fiscales se dispara la desigualdad a niveles tercermundistas. Hoy el índice de Gini es igual en EEUU, Reino Unido y ...¡China!. ¿Qué diría Marx si levantara la cabeza? Pues que los hechos le están dando la razón. El capital se lo está llevando todo a casa y terminará por reventar de hartura, y con él todo lo demás, y las libertades de EEUU y Reino Unido son simplemente "formales", puesto que la desigualdad social iguala a potencias liberales y totalitarias.
El panorama hoy es insólito y preocupante, tanto en el orden técnico cómo en el político. La finanza vudú ha terminado por volverse contra la finanza. Es difícil entender cómo pueden sobrevivir la banca tradicional, los seguros o los fondos de pensiones a un entorno de tipos negativos. En cuanto al dinero, los tipos negativos nos llevan al final de camino que abrió Nixon. El dólar es papel y por almacenar papel se paga. En cuanto al Estado, necesitado de una financiación cada vez más desorbitada, estos excesos monetarios le están poniendo en trance de enfrentarse a su propia extinción. Trump en EEUU o el Brexit en el Reino Unido son ejemplos de cómo fuerzas antistema están escalando hasta posiciones alarmantes. Y sucede en países con democracias asentadas. No es casual.
En esos países, el entorno económico desregulado es el que más ataca al ciudadano medio, las expectativas de estos ciudadanos son las más altas, y las libertades de expresión y asociación, máximas. Por consiguiente, han de ser en esas sociedades donde más se manifieste la contradicción entre el principio de ciudadanía político (todos somos iguales) y una desigualdad económica insoportable. En un primer momento, esto se traduce en un incremento de la desestructuración personal (suicidio, tasa de crimen, etcétera), pero antes o después termina por alcanzar el estadio político. Y en eso estamos. De ahí el 'paper' del FMI y las preocupaciones del MIT en la materia. Van bien encaminadas. El capitalismo es proteico. Pasó del horror de Manchester al Estado de bienestar inglés de la posguerra y, ahora, va camino de entrar otra vez en aguas turbulentas. Nada grave. Basta con cambiar de rumbo, aplicar la experiencia pasada y poner en marcha instrumentos que debelen la brutal desigualdad que padecemos. Lo contrario es ir camino de algo muy malo y muy violento. Recuerden los días del Bajo Imperio Romano: unos pocos honestiores, riquísimos, y la inmensa mayoría, humiliores; hoy diríamos precariado. Y en esas llegó la caída.
Sin embargo, el mercado inmobiliario americano estaba lejos de sujetarse a las reglas del mercado libre y del riesgo comercial. Como la "revolución conservadora" -que ni es revolución ni conservadora- hizo imposible el acceso a la vivienda, el Gobierno Federal forzó a las agencias inmobiliarias propias a dar créditos a todo el que lo pidiera. Combinar titulización y crédito, barra libre, carga la escopeta, primer acto. Mientras esto sucedía en el frente interno, en el externo, y traída por la famosa panacea del libre cambio, China entró en la OMC el año 2001, lo que precarizó todavía más al deudor hipotecado. La escopeta se amartilla, segundo acto. Finalmente, cuando en 2008 el invento inmobiliario disparó, la crisis fue salvaje y global. En vez de contribuir todos a la carga común, fue la carga común la que nos arruinó a todos.
¿Cómo salir de esta trampa de lobos? Dando patadas hacia adelante. Los bancos centrales decretaron una política monetaria vudú, que consistió en comprar la propia deuda pública, después bonos de empresa, llevar los tipos a cero y, finalmente, pasar a tipos negativos. Todo esto mientras se aseguraba que es indeseable la intervención del Estado en la economía.
Hay que hacer una precisión. Todas estas burbujas, contraburbujas e intervenciones monetarias, sistémicas, por cierto, no son socialmente inocentes. Hacen inmensamente ricos a unos pocos y todavía más pobres a los pobres. Y en ausencia de instrumentos fiscales se dispara la desigualdad a niveles tercermundistas. Hoy el índice de Gini es igual en EEUU, Reino Unido y ...¡China!. ¿Qué diría Marx si levantara la cabeza? Pues que los hechos le están dando la razón. El capital se lo está llevando todo a casa y terminará por reventar de hartura, y con él todo lo demás, y las libertades de EEUU y Reino Unido son simplemente "formales", puesto que la desigualdad social iguala a potencias liberales y totalitarias.
El panorama hoy es insólito y preocupante, tanto en el orden técnico cómo en el político. La finanza vudú ha terminado por volverse contra la finanza. Es difícil entender cómo pueden sobrevivir la banca tradicional, los seguros o los fondos de pensiones a un entorno de tipos negativos. En cuanto al dinero, los tipos negativos nos llevan al final de camino que abrió Nixon. El dólar es papel y por almacenar papel se paga. En cuanto al Estado, necesitado de una financiación cada vez más desorbitada, estos excesos monetarios le están poniendo en trance de enfrentarse a su propia extinción. Trump en EEUU o el Brexit en el Reino Unido son ejemplos de cómo fuerzas antistema están escalando hasta posiciones alarmantes. Y sucede en países con democracias asentadas. No es casual.
En esos países, el entorno económico desregulado es el que más ataca al ciudadano medio, las expectativas de estos ciudadanos son las más altas, y las libertades de expresión y asociación, máximas. Por consiguiente, han de ser en esas sociedades donde más se manifieste la contradicción entre el principio de ciudadanía político (todos somos iguales) y una desigualdad económica insoportable. En un primer momento, esto se traduce en un incremento de la desestructuración personal (suicidio, tasa de crimen, etcétera), pero antes o después termina por alcanzar el estadio político. Y en eso estamos. De ahí el 'paper' del FMI y las preocupaciones del MIT en la materia. Van bien encaminadas. El capitalismo es proteico. Pasó del horror de Manchester al Estado de bienestar inglés de la posguerra y, ahora, va camino de entrar otra vez en aguas turbulentas. Nada grave. Basta con cambiar de rumbo, aplicar la experiencia pasada y poner en marcha instrumentos que debelen la brutal desigualdad que padecemos. Lo contrario es ir camino de algo muy malo y muy violento. Recuerden los días del Bajo Imperio Romano: unos pocos honestiores, riquísimos, y la inmensa mayoría, humiliores; hoy diríamos precariado. Y en esas llegó la caída.
FUENTE: http://blogs.elconfidencial.com/mundo/las-tres-voces/2016-08-10/fmi-crisis-trump-brexit-crisis-mercado-inmobiliario_1244172/
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