martes, 16 de agosto de 2016

TAMAÑO FAMILIAR EN ALTOS INGRESOS SE REDUJO 3 VECES MÁS QUE EN LOS POBRES

Aumenta la preocupación por la perseverancia de la pobreza. Se trata de un fenómeno que responde a factores estructurales donde se destacan la insuficiencia de empleos de calidad y la ausencia de servicios e infraestructura básica. Menos mencionado pero no menos importante es la aplicación de políticas públicas que desalientan entre las jóvenes la educación, la maternidad responsable y, asociado a ello, su inserción laboral.
El tema de la vulnerabilidad social vuelve al centro de la escena. Mediciones privadas señalan que en los últimos años la cantidad de personas en situación de pobreza se mantuvo alta, en alrededor del 25% al 30% de la población urbana. Se trata de un fenómeno estructural que se intensificó con la aceleración de la inflación y el estancamiento económico. Entre las causas se destacan la falta de empleos de calidad y de accesos a servicios básicos de vivienda, urbanismo, salud y educación.
Un rasgo central de los hogares pobres es la escasa capacidad para generar sus propias condiciones de sustentabilidad y progreso. Esto responde a varios motivos. Uno de ellos es el tamaño relativamente grande de los grupos familiares. En general, la pobreza aparece asociada a hogares con un mayor número de miembros dependientes y una menor proporción de generadores de ingresos sea porque no tienen edad para trabajar o porque deciden no participar en el mercado laboral.
En función de la importancia del tamaño de las familias, resulta pertinente analizar su evolución en función del estrato socioeconómico del hogar. Según los datos de la encuesta de hogares del INDEC entre los años 2003 y 2015 se observa que:
En el 30% de las familias de más bajos ingresos, el tamaño familiar promedio pasó de 4,5 a 4,4 personas por hogar.
En el 30% de las familias de más altos ingresos pasó de 2,5 a 2,2.
Esto implica que las familias de mayores ingresos redujeron 3 veces más su tamaño promedio que las familias más pobres.
Estos datos muestran que, mientras en los hogares de más altos ingresos el tamaño de las familias se redujo, entre los hogares pobres prácticamente no se observaron cambios. El proceso se dio en un periodo de crecimiento económico relativamente alto, políticas de redistribución de ingresos intensas pero donde la pobreza estructural no pudo ser doblegada. Si bien son muchas más las razones que explican la pobreza, la persistencia del tamaño relativamente grande de los hogares más pobres resulta muy sugerente.
Evidencias extraídas de la experiencia internacional señalan que la reducción de la pobreza estructural está asociada a una menor natalidad. Aunque es difícil establecer direcciones unívocas de causalidad, el rol de las mujeres como generadoras de ingresos dentro del hogar es clave como factor promotor de desarrollo social. La secuencia de terminar la educación básica, incorporarse al mercado laboral en un empleo de razonable calidad, independizarse y establecer una relación de pareja voluntaria y planificada para recién procrear tiene impactos individuales y familiares muy positivos. Esto es lo que de manera generalizada se observa en los países más avanzados y en los segmentos más acomodados de los países de ingresos medios.
Por eso resulta muy preocupante que muchas mujeres pobres sean inducidas a la inactividad laboral. Como consecuencia de que no terminan sus estudios y muy tempranamente son madres, luego se complica su inserción laboral en empleos de calidad. Si bien estudiar, trabajar y tener hijos son decisiones individuales, las políticas públicas inciden. Por ejemplo, la Asignación Universal por Hijoy el Progresar entregan dinero por tener un certificado de asistencia a un establecimiento de educación o formación, pero no por terminar la educación básica e insertarse en el mercado laboral.
En un estudio publicado recientemente en la revista científica The Lancet se muestra que en Inglaterra se logró reducir entre los años 1998 y 2014 la natalidad entre las jóvenes menores de 18 años en un 51%. Esto fue posible gracias a acciones educativas, laborales y de salud reproductiva para prevenir los embarazos tempranos y aumentando la participación escolar, laboral y entrenamiento para el trabajo en mujeres que ya procrearon antes de cumplir los 18 años. Esto señala que para reducir la pobreza más importante que aumentar los recursos asistenciales es replantear los diseños de los programas sociales. La meta debe ser promover la inserción laboral de las mujeres contribuyendo a su desarrollo individual y a que sean ellas mismas las artífices del ascenso social de sus hogares.
Publicado en IDESA-  www.idesa.org - enviado por mail

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