Un joven emprendedor estaba preocupado por sus finanzas personales. Tras meses de pensar y pensar, no encontraba la forma de incrementar sus ingresos, por lo que decidió buscar ayuda consultando a dos amigos economistas.
El primer profesional que visitó se identificaba con la corriente principal del pensamiento económico. Es decir, esa que de acuerdo con Peter Boettke abarca desde David Hume y Adam Smith y llega hasta F. A. Hayek y James Buchanan.
La conversación se dio de esta forma:
- Estimado amigo, me gustaría ganar $ 100 más por mes: ¿Qué me aconsejas?
- Bueno querido amigo, te recomiendo que ahorres un poco cada mes, y luego busques invertir ese ahorro en un proyecto productivo que le sirva a la gente. De esa manera vas a generar una rentabilidad que te permitirá ganar esos $ 100 que estás buscando.
Luego de visitar a su primer contacto, se dirigió al segundo. Su nuevo consejero también era economista, pero identificado con la corriente keynesiana. La charla fue la siguiente:
- Estimado amigo, me gustaría ganar $ 100 más por mes: ¿Qué me aconsejas?
- Muy fácil mi estimado, tienes que salir a gastar $ 100.
Desde el punto de vista keynesiano, el motor del crecimiento económico es el gasto público. Cuando el gobierno gasta, entonces genera ingresos para una parte de la economía, pero esta parte luego lo vuelca a otros sectores generando un “efecto multiplicador” que reactiva el consumo, la demanda agregada y el bienestar social. Para que el efecto multiplicador tenga un impacto verdadero, el gasto debe ser preferentemente deficitario. Así, el déficit público aparece como la receta perfecta para encender la economía cuando ésta se encuentra alicaída.
La tesis keynesiana está prendiendo en el gobierno. Recientemente en La Nación, el periodista Néstor Scibona escribía que, para cambiar las expectativas de la economía, el gobierno tenía pensada una batería de instrumentos. Entre ellos, el principal era una “política fiscal expansiva, basada en mayor ritmo de ejecución de obras públicas de carácter social y licitaciones de nuevos proyectos de infraestructura vial y ferroviaria (...) y el pago de juicios y/o mejora de haberes a más de 2 millones de jubilados de ingresos medios”.
Como se observa, luego de reconocer que el déficit era uno de los principales económicos a resolver y que las cuentas fiscales debían ordenarse para bajar la inflación, ahora el gobierno parece que se compromete a hacer precisamente lo contrario. Darle “bomba” al gasto público (e incumplir sus objetivos de déficit) con la ilusión de que así la economía vuelva a crecer.
El problema de este enfoque es que ya se aplicó y fue un estruendoso fracaso.
Durante la segunda presidencia de Cristina Fernández de Kirchner, los ministros Lorenzino y Kicillof llevaron adelante una agresiva política fiscal. El déficit, que sin la contabilidad creativa ya ascendía a $AR 84.300 millones en 2012, se multiplicó por 4 en 2015, ascendiendo a $AR 370.000 millones o más del 6% del PBI.
El efecto de esta expansión del gasto deficitario del gobierno no fue el esperado por los keynesianos. Durante esos 4 años, la economía estuvo prácticamente estancada, creciendo al 0,3% promedio por año y reduciendo el producto per cápita de los argentinos. Por si esto fuera poco, el período estuvo signado por el aumento del nivel de pobreza.
Lo curioso del gobierno actual no es tanto que no haya aprendido la lección de “la era Kicillof”, sino que no escuche la opinión de los propios miembros de su equipo económico al respecto. En el año 2013, Federico Sturzenneger publicó un libro titulado “Yo no me quiero ir”. Allí explicaba por qué los aumentos del gasto público no reactivaban la economía:
“Una manera de ver que el impacto (de aumentar el gasto público) puede no ser significativo, parte de entender que cuando el gobierno gasta, primero tiene que conseguir el financiamiento para ese gasto; es decir, tiene que cobrar impuestos o tomar la plata prestada. Pero esto implica que mientras gasta por un lado, le resta un poder de compra similar a quienes les está cobrando impuestos o de quienes está tomando deuda”
Nada es gratis. Ni siquiera el déficit fiscal. Si el gobierno gasta y cobra impuestos, no hay un mayor gasto total. Si gasta con déficit, alguien tiene que financiar el déficit prestándole plata al tesoro. Si nadie lo hace, todavía queda la inflación, que no es otra cosa que la imposición de un nuevo impuesto que reduce la capacidad de consumo de la gente.
La idea de que el aumento del gasto público estimula la economía tiene pies de barro tanto en la teoría como en la práctica. Así que un consejo para el actual equipo económico es que deje de guiarse por los cantos de sirena de losgastoadictos y siga en el camino de equilibrar las cuentas públicas.
Solo si se baja el déficit achicando el gasto habrá posibilidad de bajar impuestos. Y solo con una menor carga tributaria Argentina tendrá la probabilidad de volver a crecer para alcanzar a los países que progresan en el mundo.
Un saludo, Iván.
DESDE INVERSOR GLOBAL
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