“Me lo mataron, me lo mataron”, grita con desesperación Tomasa Alanda, afrocolombiana de 20 años, mientras baja las escaleras, sin apenas fuerzas, del primer piso de la Fiscalía General de Tumaco, donde ha ido a identificar el cadáver de su esposo. Al llegar a la salida, Tomasa se desploma y rompe a llorar. Familiares del difunto, vecinos y curiosos observan con resignación la escena desde la calle. Los tumaqueños se han acostumbrado a vivir con la violencia, y a tener que callar por miedo.
La familia enterró a Wilfredo Cuero, de 25 años, en el camposanto de Tumaco, donde ya no cabe ya ni un alma, y los restos de los muertos se acumulan en sacos ante la falta de espacio en el cementerio. Ahora tendrán que vivir con la incertidumbre de no saber quién lo asesinó. Su caso quedará archivado en la Fiscalía con otros miles de homicidios por los que nunca se juzgará a los culpables. Cuero desapareció un sábado por la noche después de salir de una cantina en el barrio del Bajito, donde había ido a tomarse unos tragos. El cadáver del hombre,con un tiro en la cabeza, fue encontrado por la Policía en un manglar dos días después de su desaparición.
Esta isla, en la costa del Pacífico nariñense, es el municipio con mayor índice de criminalidad de Colombia, donde mueren más de 300 personas al año, y es famosa por ser el mayor centro de producción de cocaína del país. Tumaco alberga el segundo puerto marítimo de Colombia, un aeropuerto nacional “La Florida”, y está unida por carretera con Pasto, capital del departamento de Nariño, lo que la convierte en una ruta estratégica para el tráfico de armas y narcotráficoen el Pacífico. Desde hace más de una década las FARC y grupos sucesores de paramilitares como los “Rastrojos” se han disputado el control del municipio.
Con ellos llegaron los homicidios, las desapariciones, las extorsiones y los desplazamientos forzosos de las zonas rurales al centro urbano, que experimentó un fuerte crecimiento demográfico hasta llegar a los 200.000 habitantes, la mayoría afrocolombianos.
Las FARC vencieron en una guerra de guerrillas contra los "Rastrojos" en 2013 y, desde entonces, controlan el municipio portuario. Desde que las FARC firmaron una tregua unilateral en junio de 2015, en el marco del proceso de paz, se han mitigado los atentados con bomba contra la fuerza pública (el Ejército y la Policía). Sin embargo, a pesar de la presencia de tres brigadas del Ejército Nacional, los asesinatos, vinculados a los actores armados que controlan el narcotráfico, siguen estando a la orden del día.
Efectivos del ejército colombiano ante cocaína incautada en una base militar de Tumaco (Reuters).
Cada día más empobrecida y marginada, la comunidad afrocolombiana de Tumaco lucha por sobrevivir. Menos el centro urbano y la zona turística de las playas, donde las calles están asfaltadas y hay red de alcantarillados, el resto de los barrios comunales de la ciudad portuaria, que se formaron con las invasiones de desplazados en la década pasada, carece de infraestructuras.
El barrio Nuevo Milenio, en la comuna cinco, es una ciénaga infecta, donde se hunden las esperanzas de futuro de más de 8.000 personas. Se construyó sobre un manglar. Las viviendas se levantaron sobre pilares de madera para impedir que la marea alta inunde las casas. Como carecen de una fosa séptica, cuando sube el nivel del mar, las aguas negras se desbordan. Los excrementos se esparcen y se mezclan con el oscuro fango donde los niños juegan descalzos al fútbol. Un laberinto de puentes de madera, junto a montañas de desperdicios, conforman las calles del barrio.
María P., de 64 años, es una de las fundadoras de Nuevo Milenio. Bajo su figura diminuta se esconde una mujer de armas tomar. La lucha social en el barrio la han llevado las mujeres. “Nosotras fuimos las primeras en manifestarnos para exigir a la alcaldía que trajera infraestructuras al barrio. Tuvimos que hacer un paro en la vía (la única carretera que une Tumaco con Pasto) para presionar a las autoridades”, explica orgullosa la líder comunal.
Después, en 2011, se gestionó con las autoridades municipales la construcción de la escuela y del centro juvenil afro, las únicas dos infraestructuras que hay en el barrio. “El agua sigue siendo el mayor problema. Cómo es posible que viviendo a orillas del Pacífico no tengamos agua”, se queja María P. “Nunca sabes cuando va a llegar,por eso la lluvia es una bendición. Se llenan los depósitos de las casas y al menos tenemos un poco de agua para cocinar, o para bañarnos”, exclama, antes de añadir: “Aquí la gente es muy pobre. Ojalá que al menos uno por familia tuviera trabajo”.
Para muchas familias, llevar a sus hijos a la escuela es la única garantía de que van a poder comer. La mayoría de los alumnos deja los estudios antes de los 15 años. La pobreza extrema, la falta de oportunidades laborales y la presencia de bandas criminales en los barrios hace que muchos jóvenes desempleados encuentren una salida con el narcotráfico.
Viviendas de lujo en medio del lodazal
“Los muchachos ya no quieren estudiar. Quieren ganar dinero fácil transportando en lanchas rápidas toneladas de coca hacia Panamá. Por viaje, se puede llegar a ganar hasta 150 millones de pesos (50.000 euros). Pero muchos chicos son detenidos por la Policía costera antes de entregar la carga o los mismos narcos losmatan en medio del mar para no tener que pagar ”, reconoce la alemana Urike Purrer, que desde hace seis años coordina el Centro Afro, donde niños y jóvenes aprenden música, danza, teatro y otras actividades educativas.
A los narco lancheros se les conoce como “los panda” y llegan al barrio pavoneándose con su pistola recortada, sus alhajas de oro, comprando discotecas y construyendo viviendas lujosas en medio de este lodazal.
“Son jóvenes que han crecido en la violencia, sin esperanzas de llegar a viejos. Ante la falta de oportunidades se unen a la guerrilla o a bandas criminales. No lo hacen por convicción sino porque no tienen otra alternativa”, lamenta Purrer, antes de agregar: “les ofrecen plata, poder, reputación y eso para cualquier joven de 15 o 16 años es atractivo”.
La violencia sexual se ha convertido en una de las mayores lacras que sufren las mujeres afro, especialmente las adolescentes. “El 98% de las chicas menores de edad han sufrido abusos sexuales por parte de paramilitares, guerrilleros de las FARC o los soldados que llegaron con el Plan Colombia (un acuerdo de cooperación militar entre EEUU y Colombia para combatir a la guerrilla y erradicar los cultivos de coca)”, denuncia Luz de María, miembro de la Mesa Municipal de Mujeres de Tumaco.
Cada día más empobrecida y marginada, la comunidad afrocolombiana de Tumaco lucha por sobrevivir. Menos el centro urbano y la zona turística de las playas, donde las calles están asfaltadas y hay red de alcantarillados, el resto de los barrios comunales de la ciudad portuaria, que se formaron con las invasiones de desplazados en la década pasada, carece de infraestructuras.
El barrio Nuevo Milenio, en la comuna cinco, es una ciénaga infecta, donde se hunden las esperanzas de futuro de más de 8.000 personas. Se construyó sobre un manglar. Las viviendas se levantaron sobre pilares de madera para impedir que la marea alta inunde las casas. Como carecen de una fosa séptica, cuando sube el nivel del mar, las aguas negras se desbordan. Los excrementos se esparcen y se mezclan con el oscuro fango donde los niños juegan descalzos al fútbol. Un laberinto de puentes de madera, junto a montañas de desperdicios, conforman las calles del barrio.
María P., de 64 años, es una de las fundadoras de Nuevo Milenio. Bajo su figura diminuta se esconde una mujer de armas tomar. La lucha social en el barrio la han llevado las mujeres. “Nosotras fuimos las primeras en manifestarnos para exigir a la alcaldía que trajera infraestructuras al barrio. Tuvimos que hacer un paro en la vía (la única carretera que une Tumaco con Pasto) para presionar a las autoridades”, explica orgullosa la líder comunal.
Después, en 2011, se gestionó con las autoridades municipales la construcción de la escuela y del centro juvenil afro, las únicas dos infraestructuras que hay en el barrio. “El agua sigue siendo el mayor problema. Cómo es posible que viviendo a orillas del Pacífico no tengamos agua”, se queja María P. “Nunca sabes cuando va a llegar,por eso la lluvia es una bendición. Se llenan los depósitos de las casas y al menos tenemos un poco de agua para cocinar, o para bañarnos”, exclama, antes de añadir: “Aquí la gente es muy pobre. Ojalá que al menos uno por familia tuviera trabajo”.
Para muchas familias, llevar a sus hijos a la escuela es la única garantía de que van a poder comer. La mayoría de los alumnos deja los estudios antes de los 15 años. La pobreza extrema, la falta de oportunidades laborales y la presencia de bandas criminales en los barrios hace que muchos jóvenes desempleados encuentren una salida con el narcotráfico.
Viviendas de lujo en medio del lodazal
“Los muchachos ya no quieren estudiar. Quieren ganar dinero fácil transportando en lanchas rápidas toneladas de coca hacia Panamá. Por viaje, se puede llegar a ganar hasta 150 millones de pesos (50.000 euros). Pero muchos chicos son detenidos por la Policía costera antes de entregar la carga o los mismos narcos losmatan en medio del mar para no tener que pagar ”, reconoce la alemana Urike Purrer, que desde hace seis años coordina el Centro Afro, donde niños y jóvenes aprenden música, danza, teatro y otras actividades educativas.
A los narco lancheros se les conoce como “los panda” y llegan al barrio pavoneándose con su pistola recortada, sus alhajas de oro, comprando discotecas y construyendo viviendas lujosas en medio de este lodazal.
“Son jóvenes que han crecido en la violencia, sin esperanzas de llegar a viejos. Ante la falta de oportunidades se unen a la guerrilla o a bandas criminales. No lo hacen por convicción sino porque no tienen otra alternativa”, lamenta Purrer, antes de agregar: “les ofrecen plata, poder, reputación y eso para cualquier joven de 15 o 16 años es atractivo”.
La violencia sexual se ha convertido en una de las mayores lacras que sufren las mujeres afro, especialmente las adolescentes. “El 98% de las chicas menores de edad han sufrido abusos sexuales por parte de paramilitares, guerrilleros de las FARC o los soldados que llegaron con el Plan Colombia (un acuerdo de cooperación militar entre EEUU y Colombia para combatir a la guerrilla y erradicar los cultivos de coca)”, denuncia Luz de María, miembro de la Mesa Municipal de Mujeres de Tumaco.
Cementerio de Tumaco. Hay tantos muertos que enterrar que los restos se acumulan en sacos para dejar espacio a los nuevos muertos (Ethel Bonet).
Como la gran mayoría, Luz María es víctima del conflicto armado. Los paramilitares mataron a su esposo y a su hijo de 18 años y se hicieron después con su finca. “Las chicas son siempre las víctimas. Se aprovechan de su condición de pobreza y su bajo nivel cultural para engañarlas y violarlas. A veces quedan embarazadas y después son abandonadas o asesinadas”, advierte la defensora de la Mujer. “La justicia no las ampara. Los abusos sexuales se justifican diciendo que lo han hecho de forma voluntaria, que se trata de prostitución encubierta. Pero una niña de 13 o 14 años no es consciente de lo que está haciendo”, lamenta. “Los paramilitares y la guerrilla han convertido esto en Sodoma y Gomorra”.
Una de las tragedias más reciente que ha conmocionado a Tumaco ha sido el triple homicidio de tres menores de 14, 15 y 16 años que aparecieron muertas con los pies atados y un tiro de gracia en un manglar de la playa del Morro. Ximena Arboleda iba a cumplir 15 años el 26 de junio, el día que la mataron junto con sus dos amigas, Paula Campaz, de 14 años y Yurani Preciado, de 16. Se había comprado unos zapatitos rojos para su fiesta, una costumbre en toda América Latina, nos cuenta su tía Diana. La niña y su dos hermanos pequeños vivían desde hacía años con su tía y sus abuelos en el barrio el “Voladero” porque la madre se había marchado a trabajar a Bogotá y el padre nunca estaba en casa.
“Mi sobrina era muy rebelde. Siempre andaba por ahí con las amigas hasta tarde, pero siempre volvía a casa”, describe Diana. “Cuando me levanté el sábado y vi que no había dormido en casa tuvo un mal presentimiento. Al día siguiente nos enteramos por los periódicos que nos la habían matado”, expresa con dolor la tía de Ximena. “No sabemos quién puedo matar a las niñas, ni lo que pasó. Ximena estaba en la flor de la vida y un desgraciado nos la arrebató”, dice desconsolada, sin poder contener las lágrimas.
El 90% de la población de Tumaco son víctimas directas o indirectas del conflicto armado. Olvidar no es la solución. Con este objetivo, misioneros de la Diócesis de Tumaco fundaron la Casa de la Memoria para dignificar la memoria de las víctimas, que en muchas ocasiones han sido estigmatizadas, a través de fotografías y recuerdos de hombres y mujeres asesinados en los últimos 20 años.
“Comenzamos con cincuenta fotografías que llevaron los familiares y hoy contamos con más de 600 fotos en el mural de la Memoria”, explica a El Confidencial José Luis Foncillas, un misionero madrileño que ayudo a fundar la Casa de la Memoria en septiembre de 2013. Foncillas es de los que opina que para construir la paz en Colombia es necesario algo más que el diálogo iniciado en la Habana: “primero hay que reconstruir la sociedad civil. Una educación digna para todos y servicios de salud y oportunidades laborales”. “Si la situación en la región del Pacífico Nariñense no cambia de poco servirá que las FARC se desmovilicen. Otros grupos vendrán a reemplazarlos”, advierte el misionero español.
FUENTE: http://www.elconfidencial.com/mundo/2016-08-08/colombia-tumaco-crimen-narcotrafico-america-latina_1242666/
Como la gran mayoría, Luz María es víctima del conflicto armado. Los paramilitares mataron a su esposo y a su hijo de 18 años y se hicieron después con su finca. “Las chicas son siempre las víctimas. Se aprovechan de su condición de pobreza y su bajo nivel cultural para engañarlas y violarlas. A veces quedan embarazadas y después son abandonadas o asesinadas”, advierte la defensora de la Mujer. “La justicia no las ampara. Los abusos sexuales se justifican diciendo que lo han hecho de forma voluntaria, que se trata de prostitución encubierta. Pero una niña de 13 o 14 años no es consciente de lo que está haciendo”, lamenta. “Los paramilitares y la guerrilla han convertido esto en Sodoma y Gomorra”.
Una de las tragedias más reciente que ha conmocionado a Tumaco ha sido el triple homicidio de tres menores de 14, 15 y 16 años que aparecieron muertas con los pies atados y un tiro de gracia en un manglar de la playa del Morro. Ximena Arboleda iba a cumplir 15 años el 26 de junio, el día que la mataron junto con sus dos amigas, Paula Campaz, de 14 años y Yurani Preciado, de 16. Se había comprado unos zapatitos rojos para su fiesta, una costumbre en toda América Latina, nos cuenta su tía Diana. La niña y su dos hermanos pequeños vivían desde hacía años con su tía y sus abuelos en el barrio el “Voladero” porque la madre se había marchado a trabajar a Bogotá y el padre nunca estaba en casa.
“Mi sobrina era muy rebelde. Siempre andaba por ahí con las amigas hasta tarde, pero siempre volvía a casa”, describe Diana. “Cuando me levanté el sábado y vi que no había dormido en casa tuvo un mal presentimiento. Al día siguiente nos enteramos por los periódicos que nos la habían matado”, expresa con dolor la tía de Ximena. “No sabemos quién puedo matar a las niñas, ni lo que pasó. Ximena estaba en la flor de la vida y un desgraciado nos la arrebató”, dice desconsolada, sin poder contener las lágrimas.
El 90% de la población de Tumaco son víctimas directas o indirectas del conflicto armado. Olvidar no es la solución. Con este objetivo, misioneros de la Diócesis de Tumaco fundaron la Casa de la Memoria para dignificar la memoria de las víctimas, que en muchas ocasiones han sido estigmatizadas, a través de fotografías y recuerdos de hombres y mujeres asesinados en los últimos 20 años.
“Comenzamos con cincuenta fotografías que llevaron los familiares y hoy contamos con más de 600 fotos en el mural de la Memoria”, explica a El Confidencial José Luis Foncillas, un misionero madrileño que ayudo a fundar la Casa de la Memoria en septiembre de 2013. Foncillas es de los que opina que para construir la paz en Colombia es necesario algo más que el diálogo iniciado en la Habana: “primero hay que reconstruir la sociedad civil. Una educación digna para todos y servicios de salud y oportunidades laborales”. “Si la situación en la región del Pacífico Nariñense no cambia de poco servirá que las FARC se desmovilicen. Otros grupos vendrán a reemplazarlos”, advierte el misionero español.
FUENTE: http://www.elconfidencial.com/mundo/2016-08-08/colombia-tumaco-crimen-narcotrafico-america-latina_1242666/
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