La realidad muestra que muchos de nuestros mayores, están confinados en asilos, o viviendo en la libertad de no saber qué hacer, carentes de recursos económicos, algunos ayudados por sus hijos, totalmente privados de la consideración estatal y de un lugar en este mundo obsesivamente joven, mientras los viejos trajinan como fantasmas molestos en un mundo que le resulta hostil, en una sociedad que exalta la competitividad, la acumulación de riqueza, ostentación de valiosas joyas, la belleza del cuerpo, e instala la dictadura del aspecto juvenil obligatorio y perpetuo, mientras los viejos quedan indudablemente muy mal parados.
Nuestra sociedad parece caracterizarse por marginar a sus sectores más indefensos, da la sensación de un Estado en fuga. La tutela sobre el viejo y sus asociaciones hasta hoy no hizo lo suficiente, y los abuelos siguen en sus casas, padeciendo todo lo que la sociedad les fue quitando. Otros ancianos eligen vivir en la calle, con el deterioro inevitable de morir un poco cada día, expuestos a las inclemencias del clima y la indiferencia de la gente. Los viejos rumian su desazón, sobreviven de mejor o peor manera, pero su mirada cuestionadora permanece clavada en el centro mismo de gobernantes que hasta ahora prefirieron ignorarlos.
La sociología del envejecimiento, plantea diversos marcos conceptuales para abordar su objeto: el de “reproducción/ consumo”, en el que a los ancianos, cumplidas sus funciones de reproducción y carecientes por tanto de un papel social, les queda la existencia residual cuyas condiciones se desenvolverán de acuerdo a lo que hayan acumulado anteriormente. Otra es la noción de “pérdida de rol”, que apunta a la construcción de una teoría de la vejez exitosa que, al mismo tiempo, sea satisfactoria para el anciano y no cause problema a la sociedad en su conjunto. Aplicado en los países del primer mundo.
En nuestro país, se aplica la “teoría del intercambio”, que consiste en que aquellos que manejan los servicios que otros necesitan y es independiente de ellos, obtiene poder sobre esos otros al hacer que la satisfacción de sus necesidades dependa de su arbitrio. Desde esta perspectiva, los problemas del envejecimiento son esencialmente problemas de disminución de recursos de poder, entendiendo por tales al dinero, el conocimiento, la persuasión y la posición social. En este último sentido, la jubilación, el retiro del circuito productivo, es vivido como una pérdida y no como una conquista, porque en la realidad se transforma en una simple y cruel variable de ajuste de la economía. Esto además viene acompañado de tristeza, depresión, abatimiento, inhibición para enfrentar lo cotidiano, con mucha bronca, que en vez de expresarla hacia fuera se vuelve hacia adentro: yo no valgo nada.
Si a la actual crisis de los adultos, se le suma la fuga de los más jóvenes al exterior, motorizados por la falta de futuro, se puede decir que si la juventud es el motor de las transformaciones y la tercera edad es depositaria de la memoria, de la experiencia, de la historia misma, el Estado en esta última década ha operado sistemáticamente sobre las dos puntas para impedir el cambio social.
Es cierto que a los abuelos, les es imposible dar marcha atrás al reloj del tiempo, pero desde el gobierno se le puede dar cuerda, para que nuestros mayores tengan el derecho a una vejez feliz. Esto es lo que está tratando el actual Gobierno Nacional, trabajando desde que asumió, para darle a todos los jubilados del país el dinero que les corresponde después de entregar su vida al trabajo. Ya está en Congreso un proyecto de ley que plantea soluciones para cada uno de los casos, y saldar esta deuda histórica que se viene arrastrando desde hace 50 años. De la oposición depende reivindicar a nuestros mayores.
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