En sus albores, cuando aún no se podía considerar como tal, tenía un conocimiento instintivo: “solo, no se podía sobrevivir”.
Le tocaba como especie convivir, con bestias carnívoras gigantes, lobos de 70 kg, de estos últimos aprendió la estrategia de cazar en grupo y de protegerse de igual modo. No ya en forma pasiva como un cardumen o una majada, sino en forma activa, gregaria, pero en actitud, si se quiere desafiante y agresiva. Entendió que la mejor defensa era el ataque.
Ese gregarismo tenía forma de familia pequeña y luego la forma de gran familia, de allí a la tribu, fue un solo paso.
El manejo del fuego, poder hacer fuego a demanda, fue uno de sus primeros logros. Descubrió que el fuego suplantaba al sol, en las noches heladas, tanto por su calor como por su luz. También advirtió que las fieras le temían. Le dio un poder que nunca tuvo. No dependía ya de sus capacidades físicas.
También perfeccionó, herramientas, que fueron más filosos que los más filosos colmillos. Con ellas cortó, rasgó y raspó las pieles y cueros para abrigarse ya que la naturaleza de su especie no lo dotó de abrigo natural.
Confeccionó armas que aumentaron y potenciaron sus escazas aptitudes físicas. Con ellas y organizado en clanes, se transformó en un enemigo letal, para cualquier otra especie.
Tanto es así que no hay fiera que no recele del ser humano, en especial si porta un instrumento y lo blande.
Milenios de evolución, instalaron en el reino animal, una sana desconfianza en “ese mono erguido capaz de manejar palos y lanzar piedras”
El ser humano reforzó su naturaleza gregaria con hábitos que hasta el día de hoy tienen su significado: COMPARTIR ALIMENTOS Y HACERLO EN GRUPO. Esto es ya un hábito atávico.
Estos lazos no pudieron ser posibles sin la aparición de ciertos sentimientos de gusto por la vida grupal. La pertenencia, la amistad, la correspondencia y hasta la relación con una especie que lo acompaña desde hace casi 100.000 años para compartir las partidas de caza, “los perros”.
Es necesario tener presente que en nuestros ritos, costumbres, celebraciones de todos los tipos, subyacen atavismos milenarios, que permitieron a nuestra especie débil en sus albores, sobreponerse a esa condición.
Tal vez sea esa la razón que en lo oscuro de la noche, la vista se nos fija ante la visión de una hoguera prendida. El fuego, lejos de provocarnos pavor como al resto de los animales, nos atrae.
Las celebraciones solsticiales rondan las cuestiones que tienen que ver con el fuego.
Creo que no es casual que pongamos velitas (hoy luces de colores) en los árboles de navidad. (Antiguamente se colocaban velitas). Tal vez no sea casual que las celebraciones de Navidad y Hannuka sean coincidentes con el solsticio en el hemisferio norte y tengan en común la cuestión de la luz.
Para los primeros humanos, la oscuridad de la noche era sinónimo del ataque de fieras nocturnas, capaces de ver, oír y oler mejor que él. El sol escaso del invierno representaba el frío y el hambre. Razonable es entonces que al advertir el cambio de la estación y el alargamiento de los días, recibiera con alegría ese hecho.
Conocer los ciclos estacionales, le permitió saber cómo, cuándo y dónde, la naturaleza sería más pródiga en alimentos. Dónde estarían pastando las manadas, o cuándo llegarían la migración de los peces a desovar o las parvadas de aves migratorias bajarían a anidar.
En lo referente a la celebración de festividades, actualmente tienen que ver con convocar a los afectos a “COMPARTIR LOS ALIMENTOS”. Hoy en día tienen distintas razones: religiosas, sociales, comunitarias, patrióticas,….pero en todos los casos se recurre a los banquetes para reforzar los vínculos.
Creo que es el atavismo el que nos convoca, que más allá de todo significado, tienen la COMPONENTE SAGRADA DE LA SUPERVIVENCIA y eso es SAGRADO en sí mismo.
Los norteamericanos, en su día de acción de gracias patentizan esta situación de la supervivencia pero con un acontecimiento más cercano, pero del mismo tipo.
Celebramos que estamos vivos, celebramos que estamos juntos. Celebramos que nos tranquiliza el hecho de que juntos, somos poderosos, o por lo pronto, MENOS VULNERABLES.
Sabemos que vivir en forma gregaria, no se hace sin superar conflictos; igual permanecemos juntos. Sabemos en forma atávica que solos somos débiles y que la familia representa un apoyo indudablemente.
No es casual que las formas de materialismo del tipo que sea (izquierdas o derechas), ponen en duda la utilidad del vínculo familiar. Solos, sentimos una angustia inexplicable.
Esta angustia suele ser superada por el individuo, incorporándose a un grupo social o político. El sentimiento de pertenencia a un grupo y la aceptación de un líder carismático como guía, termina siendo un mal remedo de “FAMILIA”. Los estados totalitarios, del signo que sean, van invariablemente por ese camino. Termina siendo lo más parecido a un hormiguero o a una colmena, pero no a una comunidad.
Indudablemente el ser humano se diferencia de las abejas o las hormigas, en que su variabilidad genética, es infinitamente mayor pues NO SOMOS HERMANOS, hijos de una sola madre.
El hecho de que la reproducción del género humano no depende de una sola pareja, sino que todos los individuos son reproductores en potencia es una fuente inacabable de variabilidad genética por recombinación.
Con las personas migrando de a millones, de un punto a otro del planeta, procura a la especie una posibilidad muchísimo mayor aún de hibridación y mezcla.
La aparición de una nueva posibilidad: la de interconectarse en forma global y de establecer intercambios culturales, sociales, afectivos, económicos, religiosos y de todo tipo, atraves de la Internet, lejos de producir masificaciones, promueve la propagación de los pensamientos individuales, a escala planetaria.
Tenemos en claro que solos somos más manejables por el entorno, ya sea por el marketing, un partido político, una secta, un líder carismático, las propagandas convincentes del mercado de consumo, etc.
El ser humano gregario, obtiene de su entorno, muy a menudo otras opiniones que no son simpáticas al mercado o al líder.
Estas formas de conducir a las personas encuentran en la familia (extensible a los amigos y allegados), un obstáculo en su tarea de manejar al individuo. El individuo es mucho más manejable que un grupo que además delibera e intercambia opiniones en tiempo real y a gran velocidad.
Es posiblemente por estas razones que acabo de exponer, que aún tenemos la atávica tendencia a juntarnos para celebrar, con familia y amigos.
Los argentinos cultivamos con esmero, el culto de la amistad, otra forma de familia ampliada. Como aún “el potaje” no terminó de combinar ingredientes y sabores, termina siendo tan compleja la formación de una identidad.
También, tenemos las convulsiones, propias de un intento de romper los instintos y atavismos naturales.
En las tribus de los albores de la humanidad, todos los individuos, tenían una actividad designada o emprendían alguna acción que propendía al bien común. Era inconcebible la existencia de miembros de la comunidad, que pretendiesen vivir del esfuerzo de los demás.
ENVIADO POR SU AUTOR
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