Desde el poder
mismo se atenta reiteradamente contra el cumplimiento de los objetivos
del PEA. En tal sentido cabe destacarse equivocaciones puntuales para
cada rubro y políticas económicas generales a contramano.
Por: Aldo Norberto Bonaveri
A poco más de un año del lanzamiento del Plan Estratégico
Agroalimentario y Agroindustrial “PEA”, se puede observar que las metas
estipuladas en dicho proyecto no serán tan sencillas de cumplir, aún
cuando por la potencialidad del campo argentino y, las condiciones
internacionales imperantes, tales estimaciones tendrían que resultar
alcanzadas sin mayores dificultades.
Corresponde
recordar que el PEA requirió dos años de consultas con provincias,
entidades y diversos organismos; fue trazado con el propósito de
establecer una perspectiva del sector agropecuario a mediano plazo
(2020). En los fundamentos que le dieron origen se hace referencia a
lograr una fuerte inserción del país en las cadenas globales de valores,
promoviendo el arraigo a la tierra y una nueva ruralidad, garantizar
reglas de juego claras y consistentes para el largo plazo y, crear
riqueza económica con competitividad, de manera sustentable con
innovación tecnológica. Por cierto que con los enunciados no puede dejar
de coincidirse; pero naturalmente para hacer realidad las expectativas
es menester instrumentar políticas concretas relacionadas.
Si
nos atenemos al comportamiento verificado por las distintas
producciones en el último lustro, advertimos que la evolución ocurrida
no se compadece con los objetivos planteados. En tal sentido, es
importante repasar las proyecciones del PEA cotejándolas con lo que
viene sucediendo en la realidad.
En materia de
producción de granos el PEA aspira para 2020 157.500.000 toneladas.
Sobre el particular cabe acotar que el Ministerio de Agricultura parte
del registro del 2010, cuando la sumatoria de cereales y oleaginosos
llegó a 100.000.000 de toneladas, suponiendo sobre ese récord un
crecimiento del 57,5% acumulado. No obstante el móvil es aún más
ambicioso si tenemos en cuenta que por distintas razones, el promedio de
las cosechas nacionales entre 2008 y 2012 ronda las 85.200.000
toneladas.
En el rubro ganadería bovina el PEA
prevé alcanzar 54.000.000 de cabezas en el lapso señalado; lo que sería
volver al stock de 2008 y, 4.000.000 menos que en 2007; para tocar 4
años después el piso de 48.000.000 como consecuencia de las irracionales
medidas adoptadas por el Gobierno nacional. El año pasado cerró con una
existencia aproximada de 49.500.000 cabezas. Dado el ciclo biológico de
la ganadería, esta leve recuperación obedece a las mejoras de precios
operadas en 2010-2011, pero con una tendencia descendente por el
retroceso de valores relativos y reales que vienen ocurriendo desde el
año pasado. Al paso que vamos, lograr el objetivo aparece cuanto menos
vidrioso.
Las estimaciones del PEA con vista a
2020 son de 18.300 millones de litros de leche. Cuando analizamos la
performance extendida desde 1999 hasta 2010 vemos que la producción
osciló en torno a los 10.000 millones de litros, en 2011 se produjo un
incremento importante respecto del año anterior al contabilizar 11.802
millones de litros, exactamente 1.494.594.400 litros más; empero lo
exportado fue el equivalente a 794.699.187 litros, generándose así un
excedente de 699.891.231 litros. A partir de allí la historia es
conocida, los productores cobran lo mismo con un sustancial incremento
de costos, lo que irremediablemente lleva a que los tamberos trabajen a
pérdida.
Los precios internacionales de la leche
en polvo que en febrero de 2011 registraban u$s 4.320 la TT, se
desplomaran hasta u$s 2.763 en mayo pasado, hoy cotizan a u$s 3.288 la
TT, con el agravante de la desoptimización de costos en dólares;
escenario que está originando cierre de tambos y protestas recurrentes,
razón por la cual nada hace suponer se cumplan las pautas del PEA.
A
quince meses de su lanzamiento es evidente que ninguna de las metas del
PEA condice con lo proyectado; tal como se puede apreciar los
resultados hasta el presente no son nada halagüeños. Para revertir la
tendencia es menester un giro substancial, pergeñando estrategias
específicas convergentes, las que no se vislumbran en ninguno de los
ítems.
Al comienzo del ciclo 2011/2012 distintas
fuentes auguraban una siembra de 31.000.000 de hectáreas, prediciendo
una cosecha nacional entre 105 y 110.000.000 de TT de granos. A ello se
le agregaba la propensión ascendente de las cotizaciones
internacionales, las que si bien oscilantes, se sustentan por la
progresiva demanda de los países emergentes. Tal contexto
retroalimentaba la idea de redondear un nuevo récord de producción y,
con ello abultar las divisas a ingresar en concepto de exportaciones
propiamente dichas y, con ello el erario público batir cualquier marca
en materia de retenciones.
La sequía se interpuso
haciendo que la soja cosechada se redujera un 20% y 30% el maíz, luego
el fenómeno golpeó tremendamente en Estados Unidos haciendo disparar los
precios de todos los mercados; en tanto aquí la falta de agua se
cortaba con el advenimiento de la corriente del Niño. El cambio
substancial en las condiciones climáticas y, las altas cotizaciones
volvieron a hacer calcular excelentes resultados para la presente
campaña. Pero está demostrado que la agricultura siempre está expuesta a
imponderables. El exceso de lluvias de primavera ocasionó inundaciones
que malogró sementeras, obligó a resiembras o retrasó implantaciones,
afectando severamente la calidad de trigos y cebada. En síntesis, otro
período que se recolectará menos que lo estimado.
Las
pérdidas atribuibles a factores climatológicos no pueden ser resultas
por el hombre, pero si hay tecnologías disponibles para atenuarlas. Para
neutralizar la incidencia de excesos hídricos es menester encarar obras
de infraestructuras pendientes desde décadas. Los problemas de sequía
en parte se pueden minimizar con la incorporación de más riego y, a
futuro, con la utilización de semillas de eventos biotecnológicos con
genes de resistencia. La superficie de tierras aptas para riego pueden
crecer 200%, pero para ello debería el Estado otorgar créditos a largo
plazo y tasas razonables. En materia de bioingeniería deben establecerse
reglas de juego claras y previsibles.
Sin lugar a
duda desde el poder mismo se atenta reiteradamente contra el
cumplimiento de los objetivos del PEA. En tal sentido cabe destacarse
equivocaciones puntuales para cada rubro y políticas económicas
generales a contramano.
Por la rapidez para
obtener respuestas, elevar la producción de granos a niveles compatibles
con los objetivos del PEA es lo menos complicado de lograr. La base
para ello es generar confianza con acciones concretas: Dejar de lado las
absurdas intervenciones en los mercados de trigo y maíz, las que solo
favorecen a exportadores y la industria molinera; revisar las alícuotas
de retenciones en general y, especialmente bajar las del girasol.
El
fracaso de las interposiciones en trigo es tan contundente que no
resiste mayores explicaciones, la prueba está en las exiguas 10.000.000
de toneladas cosechadas en la última campaña, cuando con un claro
mensaje de liberar el mercado en uno o dos años sería posible cosechar
20.000.000 de toneladas. En maíz la evidencia más nítida de difidencia
se reflejó en la última siembra, cuando con condiciones ambientales e
internacionales inmejorables se implantaron mucho menos hectáreas de lo
teóricamente esperable. En este caso el productor se mostró cauto ante
la mayor inversión requerida y la incertidumbre en la comercialización.
El
mercado de la carne fue el más depredado por la política oficial, la
tremenda caída de los stock se frenó por la propia escases y natural
suba de precios, pero no se hizo nada para estimular una recuperación
del rodeo. Las exportaciones siguen desalentadas, las retenciones
persisten y los créditos de prefinanciación de exportaciones son
gravosos; no existen intensivos de ninguna naturaleza.
Los
granos seguían siendo rentables por los altos precios logrados meses
atrás, pero con el reacomodamiento operado últimamente el panorama ha
cambiado. Actualmente el principal problema para todas las actividades,
radica en la pérdida de competitividad del país producto del retraso
cambiario, contraste que se acentúa por el encarecimiento dolarizado de
los costos. La muestra más elocuente es que con las mismas cotizaciones
nuestros vecinos del MERCOSUR crecen sin inflación, no saben de la
desoptimización de costos internos y, continúan exportando sin ningún
inconveniente.
ENVIADA POR MAIL POR SU AUTOR
No hay comentarios:
Publicar un comentario