jueves, 24 de enero de 2013

Vivan las Diferencias
Eduardo García Gaspar
Como casi siempre, las palabras son mejores. Mejores que las imágenes.
Exactamente al revés de lo que dice el dicho. Un caso de estos es el que encontré en un libro.
Hablaba de esa enfermedad de nuestros días, las ansias desmedidas de igualdad absoluta.
Decía su autor que la sociedad tiene un reto.
El reto de “poner a los talentos diversos en una cooperación armoniosa de intercambios que beneficien a todos los involucrados —no tratar inútilmente de imponer una camisa de fuerza de uniformidad en todos”.
Las palabras son de Robert A. Sirico, sacerdote, cabeza del Acton Institute.
Leí eso poco tiempo después de haber leído otra idea. Una que en una columna alababa a la igualdad universal como el bien máximo posible de nuestros días.
Curiosa idea para quienes al mismo tiempo suelen alabar con igual intensidad otra noción popular de nuestros días, la diversidad. Digo, porque si hay diversidad, es que hay diferencias, y si las hay, no podrá existir igualdad.
Me parece una realidad innegable que entre las personas existen diferencias notables. Realmente enormes. Diferencias de gustos, de capacidades, de inclinaciones y habilidades. Por no mencionar diferencias de sexo, edad, opiniones, estudios, lugar en el que se vive y muchas más.
Intentar anular esas diferencias es imposible. De esta realidad es que salen los problemas de la igualdad.
No puede usted igualar habilidades, ni capacidades, ni gustos, ni inclinaciones, ni edades, ni fortaleza, ni estaturas. Y si no puede hacerlo, tampoco puede igualar sus consecuencias.
La altura es determinante para un basquetbolista. La voz para un cantante. Las habilidades para un empresario. Las inclinaciones para un intelectual. Los gustos para un arquitecto. Y todo ello produce desigualdad.
Desigualdad irremediable. Usted no puede hacer iguales al investigador de historia medieval con el emprendedor que abre una empresa. Ni al estudiante brillante con el estudiante perezoso. Ni al empresario hábil con el incapaz.
Lo siento, pero no se puede. No son malas noticias, al contrario. Son muy buenas. Esas diferencias nos ayudan al resto.
Debemos agradecer que hay personas a quienes gusta la medicina, y son médicos capaces de curarnos. Alegra que haya arquitectos que hagan nuestras casas y técnicos que reparen nuestros televisores. Son estos los talentos diversos que se funcionan en un sistema de cooperación que a todos beneficia.
Alegra en verdad que existan personas que cultiven espárragos y que produzcan un buen ron y que nos provean con novelas de detectives y que nos permitan escuchar una ópera.
Ninguno de ellos es realmente igual a otro. Quererlos igualar es un acto sólo posible de intentar dentro de un sistema totalitario que anule sus libertades. Por ejemplo, tome usted sólo una dimensión de ese intento de igualación, el ingreso, el querer hacerlos iguales en recursos y riqueza.
Sería una terrible injusticia. Se castigaría el esfuerzo de los más talentosos y hábiles. Se premiaría a los menos capaces y trabajadores. Lastimaría a todos. Impediría gozar de los resultados, creaciones, inventos de los más esforzados y capaces. Sí, sé que esto se intenta una y otra vez, pero es un esfuerzo inútil, contraproducente.
Se intenta por un error en la definición de un problema.
Se piensa que existe un problema de desigualdad material, aunque eso no sea un problema como se ha visto antes. La desigualdad es inevitable, al menos en una sociedad libre.
No descarta la verdad de que el problema real es que hay personas que no tienen las habilidades ni la preparación para lograr ingresos en ese sistema de intercambios que aprovecha las diferencias en talentos.
Si alguien piensa que el problema es la desigualdad, su solución será la obvia: igualar quitando a unos y dando a otros.
Pero si alguien cree que el problema es que algunos no tiene la capacidad ni el talento para lograr ingresos en un sistema de intercambios libres, la solución es otra muy distinta: prepararlos para elevar su ingreso.
De allí que sea posible hacer una predicción razonable: los intentos de igualación material producirán pérdidas de libertades, crearán incentivos perversos, reducirán estándares de vida y no solucionarán la desigualdad que se cree es el problema.
No son cuestiones ideológicas, es simple sentido común y prudencia política.
FUENTE: CONTRAPESO.INFO

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