En el medio del océano Pacífico existe una pequeña isla que se llama Yap. Tiene tan solo 100 km2 y actualmente pertenece a los Estados Federados de la Micronesia.
¿Cuál es su particularidad? Sus pobladores usaban gigantescas monedas de piedra.
Ante la ausencia de oro y plata en Yap, sus habitantes suplieron esa carencia con otros objetos de valor.
En una isla a miles de kilómetros, encontraron cuevas con depósitos de piedra caliza. Con ese insumo esculpieron grandes discos de piedra que luego trasladaron a su hogar en balsas.
Al describir el tamaño de los discos como “grandes” quizás me quedo corto…
¡Eran enormes!
Algunas rocas tenían más de tres metros de diámetro y pesaban más de una tonelada. Esto equivale al peso de uno o dos automóviles chicos.
Después de un tiempo, los habitantes de Yap llegaron a una instancia a la que llega toda sociedad medianamente avanzada.
Se dieron cuenta de que necesitaban algo para almacenar valor. Algo que pudiera servir para depositar el resultado de su esfuerzo. Algo en lo que todos estuvieran de acuerdo que pueda usarse para los pagos.
En definitiva, su sociedad demandaba una forma de dinero.
Y como no contaban con metales preciosos, decidieron que sus monumentales discos de piedra, su propia versión de oro, serían dinero.
Pero esas enormes monedas no se empleaban para transacciones ordinarias.
Se usaban, en cambio, para operaciones grandes como el pago de una dote u otros intercambios significativos de riqueza. También se podían vender en caso de que una persona estuviera en serios apuros por una cosecha desfavorable o por escasez de provisiones.
A medida que la sociedad evolucionó, estas transacciones se hicieron cada vez más frecuentes.
Sin embargo, los discos seguían siendo los mismos. Y debido a su gran peso, muchos eran realmente muy difíciles de mover.
Fue en este punto en donde esta forma concreta de dinero rápidamente se volvió algo abstracto.
Los formidables discos de piedra dejaron de cambiar físicamente de manos. Hubo un momento en el cual no hizo falta desplazarlos más.
En concreto, había piedras en el medio de la aldea. Éstas un día pertenecían a una persona, y al otro día tenían nuevo dueño. Y todo el mundo lo sabía.
Incluso, las piedras ni siquiera tenían que estar en la isla…
Un relato cuenta la historia de un grupo de trabajadores que traía un gigantesco disco de piedra a Yap. Justo antes de llegar a la isla, una terrible tormenta los sorprendió e hizo que la gran moneda de roca terminara en el fondo del mar.
Al regresar, los navegantes les dijeron a todos lo que había ocurrido. Y todos decidieron que la pieza de piedra servía igualmente, incluso estando hundida a cientos de metros de profundidad.
¿Esto te suena familiar?
Es lo que pasa cuando mirás tu homebanking y ves tu sueldo depositado o la última cobranza acreditada.
Pero lo que realmente visualizás son algunos bits de información que muestran un número.
El dinero no lo ves en ese momento. No apreciás tangiblemente la cantidad de trabajo acumulada en esa suma monetaria.
¿Y por qué nadie desespera? ¿Porqué nadie entra en pánico?
El valor del dinero, tanto en las sociedades modernas y en Yap, no está en su valor intrínseco —lo que vale por lo que contiene—. El papel moneda vale mucho menos de lo que representa.
El valor del dinero radica en la confianza que tiene la sociedad. De allí, toma el nombre de dinero fiduciario.
Argentina y sus monedas de piedra
Los discos monetarios de Yap son una forma de dinero. En cualquiera de sus variantes, el dinero debe cumplir con tres grandes funciones:
La primera de ellas es que debe servir como medio de cambio en las transacciones económicas.
Según la segunda, sirve como unidad de cuenta, es decir, debe permitir expresar los valores de los bienes y servicios como precios.
Por último, el dinero debe funcionar como reserva de valor, o lo que es lo mismo, debe ser acumulable en el tiempo a fin de realizar pagos futuros —esta última función está íntimamente relacionada con el ahorro—.
En Argentina, nuestra moneda está perdiendo la última de sus funciones jaqueada por la inflación.
La inflación hace que los billetes rindan menos. O, lo que es lo mismo, cada año es necesario contar con más billetes para comprar la misma cantidad de bienes que antes.
El siguiente gráfico da cuenta del deterioro en el poder de compra de los pesos a causa de la inflación.
Los resultados son insoslayables. La moneda local vale un décimo de lo que valía en 2002.Con 100 pesos, hoy se puede comprar sólo $ 9,92 de los bienes a precios de 2002.
Así, nuestra moneda no permite almacenar la riqueza de forma inalterada a lo largo del tiempo. Su valor se diluye como arena que se pierde entre los dedos de las manos.
La desagradable consecuencia de esto es que la confianza en el dinero, en la moneda local, queda socavada.
En este contexto, los argentinos buscan refugio en el dólar. La inclinación a este activo ha sido y es uno de los mecanismos de defensa y de cobertura más elegido a lo largo de nuestra historia.
Por ejemplo, el mercado inmobiliario da cuenta de ello. Hace mucho tiempo que el dólar desplazó al peso como moneda hegemónica en las transacciones. Las propiedades locales se tasan y se negocian en divisas norteamericanas o en pesos pero atados a la cotización paralela.
La razón de fondo es sencilla. Los ahorros y los activos de capital —como los inmuebles— no pueden expresarse en una moneda que pierde valor.
La tendencia de salir del peso en búsqueda de instrumentos de resguardo va a continuar en tanto no se encaren medidas para combatir la inflación.
Si todo sigue igual, los argentinos seremos como los habitantes de Yap… y en el siglo XXI seguiremos buscando en el dólar y sus variantes versiones renovadas de los grandes discos de piedra.
Por una nueva inversión exitosa, Nery
FUENTE: Publicado en inversor Global - Newsletter semanal - enviado por mail
¿Cuál es su particularidad? Sus pobladores usaban gigantescas monedas de piedra.
Ante la ausencia de oro y plata en Yap, sus habitantes suplieron esa carencia con otros objetos de valor.
En una isla a miles de kilómetros, encontraron cuevas con depósitos de piedra caliza. Con ese insumo esculpieron grandes discos de piedra que luego trasladaron a su hogar en balsas.
Al describir el tamaño de los discos como “grandes” quizás me quedo corto…
¡Eran enormes!
Algunas rocas tenían más de tres metros de diámetro y pesaban más de una tonelada. Esto equivale al peso de uno o dos automóviles chicos.
Después de un tiempo, los habitantes de Yap llegaron a una instancia a la que llega toda sociedad medianamente avanzada.
Se dieron cuenta de que necesitaban algo para almacenar valor. Algo que pudiera servir para depositar el resultado de su esfuerzo. Algo en lo que todos estuvieran de acuerdo que pueda usarse para los pagos.
En definitiva, su sociedad demandaba una forma de dinero.
Y como no contaban con metales preciosos, decidieron que sus monumentales discos de piedra, su propia versión de oro, serían dinero.
Pero esas enormes monedas no se empleaban para transacciones ordinarias.
Se usaban, en cambio, para operaciones grandes como el pago de una dote u otros intercambios significativos de riqueza. También se podían vender en caso de que una persona estuviera en serios apuros por una cosecha desfavorable o por escasez de provisiones.
A medida que la sociedad evolucionó, estas transacciones se hicieron cada vez más frecuentes.
Sin embargo, los discos seguían siendo los mismos. Y debido a su gran peso, muchos eran realmente muy difíciles de mover.
Fue en este punto en donde esta forma concreta de dinero rápidamente se volvió algo abstracto.
Los formidables discos de piedra dejaron de cambiar físicamente de manos. Hubo un momento en el cual no hizo falta desplazarlos más.
En concreto, había piedras en el medio de la aldea. Éstas un día pertenecían a una persona, y al otro día tenían nuevo dueño. Y todo el mundo lo sabía.
Incluso, las piedras ni siquiera tenían que estar en la isla…
Un relato cuenta la historia de un grupo de trabajadores que traía un gigantesco disco de piedra a Yap. Justo antes de llegar a la isla, una terrible tormenta los sorprendió e hizo que la gran moneda de roca terminara en el fondo del mar.
Al regresar, los navegantes les dijeron a todos lo que había ocurrido. Y todos decidieron que la pieza de piedra servía igualmente, incluso estando hundida a cientos de metros de profundidad.
¿Esto te suena familiar?
Es lo que pasa cuando mirás tu homebanking y ves tu sueldo depositado o la última cobranza acreditada.
Pero lo que realmente visualizás son algunos bits de información que muestran un número.
El dinero no lo ves en ese momento. No apreciás tangiblemente la cantidad de trabajo acumulada en esa suma monetaria.
¿Y por qué nadie desespera? ¿Porqué nadie entra en pánico?
El valor del dinero, tanto en las sociedades modernas y en Yap, no está en su valor intrínseco —lo que vale por lo que contiene—. El papel moneda vale mucho menos de lo que representa.
El valor del dinero radica en la confianza que tiene la sociedad. De allí, toma el nombre de dinero fiduciario.
Argentina y sus monedas de piedra
Los discos monetarios de Yap son una forma de dinero. En cualquiera de sus variantes, el dinero debe cumplir con tres grandes funciones:
La primera de ellas es que debe servir como medio de cambio en las transacciones económicas.
Según la segunda, sirve como unidad de cuenta, es decir, debe permitir expresar los valores de los bienes y servicios como precios.
Por último, el dinero debe funcionar como reserva de valor, o lo que es lo mismo, debe ser acumulable en el tiempo a fin de realizar pagos futuros —esta última función está íntimamente relacionada con el ahorro—.
En Argentina, nuestra moneda está perdiendo la última de sus funciones jaqueada por la inflación.
La inflación hace que los billetes rindan menos. O, lo que es lo mismo, cada año es necesario contar con más billetes para comprar la misma cantidad de bienes que antes.
El siguiente gráfico da cuenta del deterioro en el poder de compra de los pesos a causa de la inflación.
Los resultados son insoslayables. La moneda local vale un décimo de lo que valía en 2002.Con 100 pesos, hoy se puede comprar sólo $ 9,92 de los bienes a precios de 2002.
Así, nuestra moneda no permite almacenar la riqueza de forma inalterada a lo largo del tiempo. Su valor se diluye como arena que se pierde entre los dedos de las manos.
La desagradable consecuencia de esto es que la confianza en el dinero, en la moneda local, queda socavada.
En este contexto, los argentinos buscan refugio en el dólar. La inclinación a este activo ha sido y es uno de los mecanismos de defensa y de cobertura más elegido a lo largo de nuestra historia.
Por ejemplo, el mercado inmobiliario da cuenta de ello. Hace mucho tiempo que el dólar desplazó al peso como moneda hegemónica en las transacciones. Las propiedades locales se tasan y se negocian en divisas norteamericanas o en pesos pero atados a la cotización paralela.
La razón de fondo es sencilla. Los ahorros y los activos de capital —como los inmuebles— no pueden expresarse en una moneda que pierde valor.
La tendencia de salir del peso en búsqueda de instrumentos de resguardo va a continuar en tanto no se encaren medidas para combatir la inflación.
Si todo sigue igual, los argentinos seremos como los habitantes de Yap… y en el siglo XXI seguiremos buscando en el dólar y sus variantes versiones renovadas de los grandes discos de piedra.
Por una nueva inversión exitosa, Nery
FUENTE: Publicado en inversor Global - Newsletter semanal - enviado por mail
No hay comentarios:
Publicar un comentario