Hay una terna de cosas que me apasionan: la economía, River Plate y elrunning. Hace unos meses, pude combinar las últimas dos en una carrera de 10 km organizada por el club de Nuñez.
Tengo que admitir que fue una experiencia muy movilizante. En especial, porque el último tramo se corría en la pista de atletismo que rodea la cancha. Fue un acontecimiento que jamás olvidaré.
Esta carga emocional que menciono, sin embargo, me jugó una mala pasada en mi perfomance. Mis fervientes deseos de entrar al Monumental provocaron que hiciera un esfuerzo mayor en la largada. Mi mente estaba puesta en la recta final y no en el 95% previo de la carrera.
Craso error…
Esta exigencia mayor se “camufló” en menores tiempos por kilómetro -o mejor ritmo- en el primer tramo. Pero a la mitad de la carrera empecé a notar las consecuencias de mi entusiasmo inicial.
El no haber regulado mi ritmo hizo que los kilómetros finales fueran mucho más duros que los iniciales. Y para colmo, el tiempo final con el que terminé la carrera no fue diferente del que habitualmente venía haciendo.
No respeté la pauta que manejo en mis entrenamientos durante la semana: tiempos armoniosos y constantes.
¿Qué tiene que ver esto con las inversiones?
Mucho.
Hay cuantiosos puntos de contacto entre mi experiencia y las decisiones que tomamos al momento de invertir. Especialmente, ambas están cruzadas por las emociones y éstas determinan la suerte de lo que hacemos en forma definitiva.
Potencian las situaciones límite tanto al alza como a la baja.
La siguiente imagen es muy simple y a la vez poderosa. Condensa la sube y baja de emociones y respuestas somáticas que la inmensa mayoría de los inversores sentimos al compás del mercado.
¿A quién no le gusta ganar? ¿Quién no se ha imaginado disfrutando de las ganancias cuando el valor de un activo crece?
En esos momentos, cuando el mercado es extremadamente alcista o bullish, las emociones positivas toman el control. Y llegan a distorsionan la percepción de señales de alerta con tal de perpetuar el éxtasis ganador.
Ante subas continuas y prolongadas, muchos inversores redoblan la apuesta, pensando que todo seguirá de manera alcista. No oye el acertado adagio bursátil de “los árboles no crecen hasta el cielo”.
La psicología es traicionera y minimiza los riesgos. Podríamos decir que las emociones positivas sesgan al inversor y lo llevan hacia el escenario más favorable, asignándole una elevada probabilidad de ocurrencia.
En torno al pico de las ganancias, se encuentra el punto de máximo riesgo financiero. Aquí la probabilidad de perder una porción importante de la riqueza crece al límite, pero no es percibida por el inversor, a esa altura ya embriagado por la euforia.
La emoción domina la razón o, lo que es lo mismo, no se piensa. Allí, se produce la falla estratégica de no saber vender a tiempo.
Cuando “se da vuelta la taba”, por el contrario, sentimientos más desagradables asaltan las decisiones del inversor y lo conducen a cometer errores.
El primer paso habitualmente consiste en no reconocer el traspié. Frases como “esto es pasajero” o “es un ajuste menor” suelen multiplicarse en esta instancia. El inversor espera que la baja (pasajera, según su percepción) termine para que las cotizaciones sigan su camino victorioso previo.
Pero conforme se acentúan las caídas, la negación da lugar al miedo y la desesperación. Finalmente, todo deriva en pánico.
En esta fase, ya son bastante grandes las posibilidades de caer en otro grave error: malvender las acciones. Y esa venta equivocada no solo se relaciona con las cotizaciones del mercado, sino con los valores intrínsecos. En otras palabras, se venden las acciones por debajo de los valores dados por los fundamentos de las empresas.
Cuando el mercado, luego de su furia bearish, se arrima a los mínimos es cuando se da el momento de máxima oportunidad financiera. Esto significa que quien pueda dejar de lado el pesimismo, tiene la posibilidad de comprar a precios de remate activos injustamente castigados. En otras palabras, es el contexto ideal para hacer inversiones de valor.
Nuevamente, en la gran mayoría de los casos la emoción domina la razón y en vez de ver la caída como una oportunidad, los inversores sucumben y liquidan lo que resta de sus tenencias.
Así, la “montaña rusa de emociones” arrasa despiadada y caprichosamente los resultados de las inversiones. Y los más damnificados son siempre aquellos que están dando sus primeros pasos en la Bolsa.
Un consejo útil para que las emociones no te dominen
Una buena estrategia que trae disciplina en momentos álgidos (alcistas o bajistas) es el uso de trailing stop loss.
Esto es un porcentaje predefinido y subjetivo que funciona como límite y se aplica sobre el precio de una acción. Trailing significa que se mueve.
El número puede ser cualquiera: 10%, 15%, 20% o 25%. Pero lo fundamental es que debe estar alineado con tu perfil de riesgo y horizonte temporal de la inversión.
Si la cotización aumenta, también se mueve el stop loss. Pero cuando la tendencia se revierte, el límite predefinido queda fijo y funciona como umbral de tolerancia a la baja. Si el precio sigue cayendo y cruza esa barrera que marca elstop loss, es señal para que vendas la acción y evites que las ganancias se desvanezcan y las pérdidas se amplíen.
Para ser más claro, te lo muestro con un ejemplo.
Supongamos que te fijas mentalmente un stop loss del 20% antes de comprar acciones a $ 100 cada una. Esto quiere decir que estás dispuesto a mantener la acción hasta un precio de $ 80. Cuando la cotización es inferior, debés venderla.
Pero asumamos que, en una primera instancia, el precio de los papeles se incrementó. En pocas semanas, subió hasta $ 160.
Una ganancia rápida del 60% hace que, al igual que la mayoría, sientas las emociones positivas que te comentaba anteriormente, cercanas a la excitación y a la euforia. Pero también es muy probable que eso no te deje ver que el ciclo de suba está por tomarse un respiro.
En este punto es cuando el stop loss saca a relucir sus bondades. El porcentaje de 20% te va a servir para proteger las ganancias acumuladas.
¿Cómo es que funciona? Muy simple.
Tenés que considerar el máximo previo, antes de que la tendencia se revirtiera. Sobre ese número tenés que calcular la cotización en pesos que demarca el stop loss.
La cuenta nos dice que $ 160 menos su 20% es $ 128. Este el límite inferior del precio que vas a tolerar.
Si la acción rompe ese piso, salís a vender tu posición. En el caso de que eso ocurra, en lugar de estar sometido a la esperanza de un ajuste temporal (emociones), vas a realizar una ganancia de 28% respecto de la compra inicial.
Es verdad que es casi la mitad de lo que tenías cosechado en el último pico. Pero también es cierto que si no vendías, ese beneficio podría haberse licuado mucho más o, incluso, desaparecer.
En definitiva, no abogo por la represión de las emociones. Son parte de nuestra naturaleza humana.
En lo personal sucumbí a ellas en la carrera de 10 km y también en buena parte de mi camino como inversor. Pero de esos traspiés, fui aprendiendo.
A veces, con una buena corazonada y valentía se logran hacer excelentes inversiones, que ni el mejor analista podría hacer por algún déficit emocional.
Por eso creo que tiene que haber un equilibrio entre las emociones y la racionalidad. Si sos capaz de mantener la calma en situaciones extremas y tener disciplina (por ejemplo, usando trailing stop losses), estoy seguro que podrás esquivar las pérdidas y proteger tus ganancias.
Que la emoción no le gane a la razón en tus inversiones. La coexistencia armoniosa de ambas te permitirá beneficiarte de las oportunidades del mercado.
Por una nueva inversión exitosa, Nery
Tengo que admitir que fue una experiencia muy movilizante. En especial, porque el último tramo se corría en la pista de atletismo que rodea la cancha. Fue un acontecimiento que jamás olvidaré.
Esta carga emocional que menciono, sin embargo, me jugó una mala pasada en mi perfomance. Mis fervientes deseos de entrar al Monumental provocaron que hiciera un esfuerzo mayor en la largada. Mi mente estaba puesta en la recta final y no en el 95% previo de la carrera.
Craso error…
Esta exigencia mayor se “camufló” en menores tiempos por kilómetro -o mejor ritmo- en el primer tramo. Pero a la mitad de la carrera empecé a notar las consecuencias de mi entusiasmo inicial.
El no haber regulado mi ritmo hizo que los kilómetros finales fueran mucho más duros que los iniciales. Y para colmo, el tiempo final con el que terminé la carrera no fue diferente del que habitualmente venía haciendo.
No respeté la pauta que manejo en mis entrenamientos durante la semana: tiempos armoniosos y constantes.
¿Qué tiene que ver esto con las inversiones?
Mucho.
Hay cuantiosos puntos de contacto entre mi experiencia y las decisiones que tomamos al momento de invertir. Especialmente, ambas están cruzadas por las emociones y éstas determinan la suerte de lo que hacemos en forma definitiva.
Potencian las situaciones límite tanto al alza como a la baja.
La siguiente imagen es muy simple y a la vez poderosa. Condensa la sube y baja de emociones y respuestas somáticas que la inmensa mayoría de los inversores sentimos al compás del mercado.
¿A quién no le gusta ganar? ¿Quién no se ha imaginado disfrutando de las ganancias cuando el valor de un activo crece?
En esos momentos, cuando el mercado es extremadamente alcista o bullish, las emociones positivas toman el control. Y llegan a distorsionan la percepción de señales de alerta con tal de perpetuar el éxtasis ganador.
Ante subas continuas y prolongadas, muchos inversores redoblan la apuesta, pensando que todo seguirá de manera alcista. No oye el acertado adagio bursátil de “los árboles no crecen hasta el cielo”.
La psicología es traicionera y minimiza los riesgos. Podríamos decir que las emociones positivas sesgan al inversor y lo llevan hacia el escenario más favorable, asignándole una elevada probabilidad de ocurrencia.
En torno al pico de las ganancias, se encuentra el punto de máximo riesgo financiero. Aquí la probabilidad de perder una porción importante de la riqueza crece al límite, pero no es percibida por el inversor, a esa altura ya embriagado por la euforia.
La emoción domina la razón o, lo que es lo mismo, no se piensa. Allí, se produce la falla estratégica de no saber vender a tiempo.
Cuando “se da vuelta la taba”, por el contrario, sentimientos más desagradables asaltan las decisiones del inversor y lo conducen a cometer errores.
El primer paso habitualmente consiste en no reconocer el traspié. Frases como “esto es pasajero” o “es un ajuste menor” suelen multiplicarse en esta instancia. El inversor espera que la baja (pasajera, según su percepción) termine para que las cotizaciones sigan su camino victorioso previo.
Pero conforme se acentúan las caídas, la negación da lugar al miedo y la desesperación. Finalmente, todo deriva en pánico.
En esta fase, ya son bastante grandes las posibilidades de caer en otro grave error: malvender las acciones. Y esa venta equivocada no solo se relaciona con las cotizaciones del mercado, sino con los valores intrínsecos. En otras palabras, se venden las acciones por debajo de los valores dados por los fundamentos de las empresas.
Cuando el mercado, luego de su furia bearish, se arrima a los mínimos es cuando se da el momento de máxima oportunidad financiera. Esto significa que quien pueda dejar de lado el pesimismo, tiene la posibilidad de comprar a precios de remate activos injustamente castigados. En otras palabras, es el contexto ideal para hacer inversiones de valor.
Nuevamente, en la gran mayoría de los casos la emoción domina la razón y en vez de ver la caída como una oportunidad, los inversores sucumben y liquidan lo que resta de sus tenencias.
Así, la “montaña rusa de emociones” arrasa despiadada y caprichosamente los resultados de las inversiones. Y los más damnificados son siempre aquellos que están dando sus primeros pasos en la Bolsa.
Un consejo útil para que las emociones no te dominen
Una buena estrategia que trae disciplina en momentos álgidos (alcistas o bajistas) es el uso de trailing stop loss.
Esto es un porcentaje predefinido y subjetivo que funciona como límite y se aplica sobre el precio de una acción. Trailing significa que se mueve.
El número puede ser cualquiera: 10%, 15%, 20% o 25%. Pero lo fundamental es que debe estar alineado con tu perfil de riesgo y horizonte temporal de la inversión.
Si la cotización aumenta, también se mueve el stop loss. Pero cuando la tendencia se revierte, el límite predefinido queda fijo y funciona como umbral de tolerancia a la baja. Si el precio sigue cayendo y cruza esa barrera que marca elstop loss, es señal para que vendas la acción y evites que las ganancias se desvanezcan y las pérdidas se amplíen.
Para ser más claro, te lo muestro con un ejemplo.
Supongamos que te fijas mentalmente un stop loss del 20% antes de comprar acciones a $ 100 cada una. Esto quiere decir que estás dispuesto a mantener la acción hasta un precio de $ 80. Cuando la cotización es inferior, debés venderla.
Pero asumamos que, en una primera instancia, el precio de los papeles se incrementó. En pocas semanas, subió hasta $ 160.
Una ganancia rápida del 60% hace que, al igual que la mayoría, sientas las emociones positivas que te comentaba anteriormente, cercanas a la excitación y a la euforia. Pero también es muy probable que eso no te deje ver que el ciclo de suba está por tomarse un respiro.
En este punto es cuando el stop loss saca a relucir sus bondades. El porcentaje de 20% te va a servir para proteger las ganancias acumuladas.
¿Cómo es que funciona? Muy simple.
Tenés que considerar el máximo previo, antes de que la tendencia se revirtiera. Sobre ese número tenés que calcular la cotización en pesos que demarca el stop loss.
La cuenta nos dice que $ 160 menos su 20% es $ 128. Este el límite inferior del precio que vas a tolerar.
Si la acción rompe ese piso, salís a vender tu posición. En el caso de que eso ocurra, en lugar de estar sometido a la esperanza de un ajuste temporal (emociones), vas a realizar una ganancia de 28% respecto de la compra inicial.
Es verdad que es casi la mitad de lo que tenías cosechado en el último pico. Pero también es cierto que si no vendías, ese beneficio podría haberse licuado mucho más o, incluso, desaparecer.
En definitiva, no abogo por la represión de las emociones. Son parte de nuestra naturaleza humana.
En lo personal sucumbí a ellas en la carrera de 10 km y también en buena parte de mi camino como inversor. Pero de esos traspiés, fui aprendiendo.
A veces, con una buena corazonada y valentía se logran hacer excelentes inversiones, que ni el mejor analista podría hacer por algún déficit emocional.
Por eso creo que tiene que haber un equilibrio entre las emociones y la racionalidad. Si sos capaz de mantener la calma en situaciones extremas y tener disciplina (por ejemplo, usando trailing stop losses), estoy seguro que podrás esquivar las pérdidas y proteger tus ganancias.
Que la emoción no le gane a la razón en tus inversiones. La coexistencia armoniosa de ambas te permitirá beneficiarte de las oportunidades del mercado.
Por una nueva inversión exitosa, Nery
FUENTE: Publicado en Inversor Global - Newsletter semanal - enviado por mail
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