Con esta contundente e importantísima afirmación, Guillermo Rodríguez González nos da pie para introducir su ensayo sobre la envidia y su relación con el socialismo.
En efecto, pocas veces, dentro de los ambientes liberales clásicos o libertarios, los temas psicológicos son abordados en profundidad. Nos manejamos bien en Economía, Derecho Filosofía Política y Filosofía, tratamos de argumentar racionalmente, estudiamos, leemos, escribimos, y entonces, desde allí, tratamos de “convencer al otro”. Pero “el otro” no se convence, no nos escucha, no nos lee. Y nos preguntamos entonces qué pasa con nuestra didáctica, qué cosa hemos hecho mal, etc. Y seguimos haciendo seminarios, cursos, a veces con mucho público, que ya está convencido, claro. Mientras tanto el socialismo sigue avanzando y en las horas más amargas uno llega a plantearse realmente si el mundo está loco o el loco es uno mismo.
Ni una cosa ni la otra. Nos falta un aspecto importante en todos nuestros estudios. No hemos profundizado suficientemente en las razones psicológicas de los movimientos de masas que son la base de todo socialismo. Las masas no están psicóticas en el sentido técnico del término: están alienadas, que es diferente, y nosotros tampoco estamos locos: sencillamente somos demasiado racionales en un mundo social que se maneja con otros parámetros. Ser conscientes de ello nos evitaría muchas angustias y nos permitiría enfocar nuestra acción política de modo diferente. Y en este sentido, el libro de Guillermo Rodríguez González es un paso muy importante en ese sentido.
Hay tres temas que, en ese sentido, nos ayudarían mucho. En primer lugar, los orígenes psicológicos de la alienación, explicado de manera casi insuperable por Freud en Psicología de las masas y análisis del yo. La masa es una regresión a una etapa infantil, una fijación en la figura paterna que convierte nuevamente al sujeto a la situación de hermandad en la horda primitiva cuyo jefe ha sido asesinado y convertido en tótem. Esa tesis freudiana, no histórica sino simbólica de lo más profundo e inconsciente de la psiquis, nos muestra que las masas alienadas son inmunes a todo discurso racional. Sólo un estadista, que haga una transferencia social, puede sacarla de su encantamiento.
Fromm colaboró de igual modo explicando que las neurosis escondidas detrás de los fenómenos sadomasoquistas están en el fondo de variadas circunstancias históricas y, por ende, también en los autoritarismos del s. XX. Si bien su comprensión del capitalismo deja mucho que desear, ello no quita lo esencial de sus reflexiones: el alienado se une a su victimario, el esclavo se une a su amo y viceversa alimentados por el placer que produce el dominio (sadismo) y el placer de ser dominado (masoquismo). Frente a ello, es obvio que ambos tipos de neurosis, habitando en lo más profundo del inconsciente, no producirán un sujeto precisamente apto para entender “La mentalidad anticapitalista” de MisesJ.
Frankl aporta su propia visión logoterapéutica a la dialéctica del amo y del esclavo. La pérdida del sentido de la existencia fomenta la búsqueda de un “sentido prestado”, que es proporcionado por el “amo”, que también encuentra en ese poder el sentido de su vida. El cerrojo no podría ser mayor: esclavo y dictador se ensamblan de manera simbiótica en una relación que anestesia su profundo sin sentido, una anestesia tan fuerte, un macabro sueño tan profundo, que es casi imposible despertarlos.
Nuestro autor no se queda atrás. Tomando elementos de Schoeck y de Hayek elabora una síntesis tal que es un novedoso aporte en esta dirección. Primero reseña, en una magnífica síntesis, la evolución del Estado de Derecho, al estilo Hayek. Pero ello le da pie para introducir lo central de su tesis. Porque en la evolución del orden espontáneo, que es el paso de la sociedad tribal a la gran sociedad, esto es, el orden extenso del mercado, no hay que suponer que el individuo adaptado al mercado ha olvidado los instintos atávicos de la sociedad tribal. No, ellos subsisten al mismo tiempo que se desempeña aparentemente sin problemas en instituciones liberales y en los intercambios del mercado.
O sea:
Uno de estos “instintos atávicos” (y aquí viene el aporte de Schoeck) es la suposición de igualdad. Las sociedades tribales son sociedades “hermanadas”, al decir de Freud; toleran que el “jefe de la horda” distribuya la riqueza pero siempre reclamando la igualdad distributiva. Las desigualdades conforme a los aportes al mercado son ajenas a sus vivencias. Cuando estas comienzan a aparecer, hay un esfuerzo adaptativo, pero, como Freud diría nuevamente, se produce cierto “malestar”. Un malestar que subsiste en el inconsciente cuyo resultado es la envidia. ¿Cómo puede ser que el hermano sea mejor, se destaque, y tenga más bienes que yo? No, claro, no es una pregunta consciente, es un clamor inconsciente que luego se racionaliza en las críticas al mercado. La adhesión masiva a la teoría de la explotación de Marx es uno de los mejores ejemplos: “Karl Marx, -dice nuestro autor- en Trabajo Asalariado y Capital de 1849 racionaliza la envidia (sin mencionarla) como un malestar ante la desigualdad independiente de mejoras en el nivel de vida de los más pobres, asumiendo que aquellos se comparan siempre, única y exclusivamente, con los que tengan o ganen más que ellos y nunca con ellos mismos en un pasado en que estuvieran en peor condición, siendo la desazón el resultado de cualquier mejora propia si aquélla ocurre al tiempo en que otros mejoren relativamente más”.
El resultado de todo esto (cap. III de este ensayo) es el salvaje. A modo de tipo ideal weberiano, el salvaje es ese individuo que, apenas bajan las defensas del orden civilizatorio del mercado, es capturado por los virus latentes de sus pulsiones tribales originarias. Ese salvaje es el enemigo interno de toda sociedad abierta, de todo orden constitucional, de todo mercado.
Contra “él”, y a pesar de él, evoluciona el mercado, en el mismo sujeto. Freud nos dice que el inconsciente es como ir a la Roma actual donde vive, en el mismo presente, la Roma antigua, no como ruina, sino como real. En el mismo sujeto está el salvaje y el civilizado. Por lo tanto, ¿cuál es la esperanza? La esperanza no puede fundarse en que uno de los dos va a prevalecer, sino en que las instituciones sean lo suficientemente fuertes como para sobrellevar el peso de las masas. Si: es una esperanza orteguiana. El liberalismo, emergente en medio de nuestras pulsiones más primitivas, ha sido un milagro, impulsado tal vez por el judeo-cristianismo al cual incluso Ayn Rand, como nos enseña nuestro autor, le atribuye algún valor, y mucho más Hayek, por supuesto. En ese sentido, los liberales clásicos y libertarios debemos seguir escribiendo, haciendo nuestros seminarios, etc., pero advertidos que rara vez llegaremos a las masas. Nuestro papel es el de ser un contrapeso de la historia. El mundo real siempre será un intermedio entre autoritarismo y libertad. Si es un intermedio, no es porque hayamos fracasado, sino al contrario: es porque estamos. Si no estuviéramos, el autoritarismo será completo y absoluto. Nosotros somos la voz de la conciencia de la horda primitiva, el super-yo que mantiene a la cultura a pesar de su malestar.
FUENTE: https://puntodevistaeconomico.wordpress.com/2015/07/04/prologo-al-libro-libres-de-envidia-de-guillermo-gonzalez-rodriguez/
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