Luego de vociferar y protestar durante largos años porque Estados Unidos le impedía el comercio de carne vacuna, la Argentina es protagonista de un pequeño gran papelón: ahora que estaba todo listo para empezar los embarques, el gobierno descubrió que no dispone de un laboratorio en condiciones de hacer los análisis sanitarios que le exige Washington. En consecuencia, el país pedirá una prórroga de varios meses hasta corregir la situación y la buena noticia del reinicio de las exportaciones de bifes quedará al margen de la agenda de Barack Obama en Buenos Aires.
Invitado por Mauricio Macri, el jefe de la Casa Blanca visitará el país a fin de marzo con ánimo de reencauzar relaciones que se habían deteriorado bastante durante la década kirchnerista. Uno de los puntos más ásperos era justamente el de la carne: con la excusa de la aftosa, EE.UU. cerró sus importaciones desde 2001 y la Argentina llevó su reclamo a la Organización Mundial de Comercio (OMC), que falló a su favor en setiembre de 2015. Hubo alta pirotecnia verbal. Cristina Kirchner, nada menos que durante una visita a Moscú, calificó de "inconcebible" la actitud norteamericana. Antes calculó que por esa prohibición la Argentina había perdido de exportar por entre 1.600 y 2.000 millones de dólares.
El 18 de febrero, con miras a la visita de Obama, el ministro de Agroindustria, Ricardo Buryaile, se reunió con el embajador Noah Mamet. Se acordó finiquitar los trámites sanitarios para que la Argentina pudiese retomar los envíos lo antes posible. Para hacerlo solo faltaba un cruce de documentos entre el Senasa (Servicio Nacional de Sanidad y Calidad Agroalimentaria) y su equivalente en Washington.
Fue ahí que el diablo metió la cola y mostró que no siempre las culpas de las desgracias argentinas llegan del extranjero: por falta de equipamiento, recursos humanos y presupuesto adecuado, el Senasa no está en condiciones hoy de realizar los análisis que EE.UU. exige a sus proveedores de carne para asegurarse que están libres de la bacteria E. Coli. Su laboratorio de Martínez goza de buena reputación, pero se halla semidesmantelado y además en medio de una mudanza. Hasta la semana pasada nadie reparó en esa avergonzante situación, de la que el titular del organismo, Jorge Dillon, ya informó a Buryaile y al embajador Martín Lousteau.
Según supo Clarín, ahora no queda más remedio que pedir a EE.UU. una prórroga, que demorará la apertura efectiva del mercado al menos hasta mitad de año. Mientras tanto Dillon (que fue nombrado por el macrismo pero que ya había sido secretario de Ganadería del kirchnerismo), deberá rascar en la olla vacía del presupuesto del Senasa en busca de los 3 millones de pesos que se necesitan para poner al laboratorio estatal a la altura de las circunstancias.
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