jueves, 27 de diciembre de 2012

"De Roca a Rojkés, el doloroso retroceso de Tucumán en el país"
Escribe Tomás Luciani. Para muchos, la presencia de la mujer de Alperovich en la sucesión presidencial fue motivo de vergüenza. Un premio a la sumisión al poder central.
El protagonismo nacional de Beatriz Rojkés como tercera autoridad constitucional no generó orgullo sino vergüenza para muchos tucumanos.
El cargo que ocupa la senadora no fue una consecuencia del peso o el espacio propio que haya logrado la provincia en el país.
Por el contrario, su ascenso fue el premio a la sumisión incondicional a los intereses de la Casa Rosada. El clan Alperovich fue perfecto en llenarse los bolsillos y rendir cuentas solamente a los Kirchner.
Como consecuencia, Betty ocupó un lugar para el que no estaba capacitada, a cambio de ofrecer sumisión absoluta en nombre de los tucumanos.
Para peor, el reconocimiento llegó cuando el régimen ya estaba dando serios estertores.
Pronto vendrá la hora de restaurar las instituciones. Entonces, la historia de Tucumán puede ser una buena guía para construir el futuro.
Desde la Declaración de la Independencia en 1816, nuestra provincia jugó un rol preponderante en la historia de la Argentina. Un tucumano, Juan Bautista Alberdi, fue el arquitecto institucional de la Argentina.
Tucumán alcanzó su mayor peso económico en el país hacia fines del siglo 19, cuando supo convertir al azúcar en la primera industria pesada del país. Paralelamente, la política tucumana tenía influencia nacional, al punto que la provincia dio dos Presidentes: Julio Argentino Roca y Nicolás Avellaneda.

En las primeras décadas del siglo 20, la Generación del Centenario también supo irradiar a Tucumán hacia la región, el país y el mundo.
Los tucumanos de entonces pudieron vanagloriarse de tener una clase dirigente que se distinguía por su honradez, su visión estratégica, el amor a la provincia, y la pasión por la acción. Nacieron entonces la Universidad, la Caja Popular, la Estación Experimental, el Museo de Bellas Artes, la Fundación Miguel Lillo, etc.
Luego, muchas décadas de vaivenes políticos y económicos nos fueron retrasando. Salvo algunas gestiones puntuales, como fue la del inolvidable gobernador Celestino Gelsi en los años 60, las sucesivas administraciones se limitaban a poder pagar la planilla estatal. El punto más bajo se tocó durante la crisis del 2001, cuando Tucumán se convirtió casi en sinónimo de hambre y pobreza a nivel internacional.
En los últimos años, se malgastó el mejor período fiscal de la historia, y un escenario externo inigualable para la economía. No se generaron transformaciones estructurales que permitan disminuir las brechas sociales, y sentar bases para un desarrollo genuino de Tucumán.
Y peor aún, se consolidó un poder hegemónico, fulminando la división de poderes, aniquilando el federalismo, estimulando el clientelismo político y alterando reglas esenciales del juego democrático.
Tucumán se ató ignominiosamente al carro del poder central, a cambio del botín que viene siendo disfrutado por el clan Alperovich-Rojkés.
Ya queda poco. El ciclo está llegando a su agotamiento natural.
Las mejores luces del pasado deberán guiar la construcción del Tucumán del futuro. Fuente: Contexto

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