Con el tiempo, el capitalismo surgido tras la Revolución Industrial ha conseguido que la miseria crónica de la humanidad empezara a disminuir y en dos siglos se creó mucha más riqueza que en el resto de la historia humana. Si a principios del siglo XIX sólo el 10 % de la población mundial vivía dignamente, hoy lo hace el 85 %.
Todavía hay, según el Banco Mundial 2.800 millones de personas que viven con menos de 2 dólares al día, 1.200 millones con menos de 1 dólar y 800 millones que pasan hambre.
Se dice y con razón que es sorprendente y escandaloso, que esto ocurra en el siglo XXI, cuando el mundo puede producir fácilmente alimentos para todos. Pero lo realmente escandaloso no es que siga existiendo hambre en el mundo, sino que el sistema capitalista, que es el sistema que mejor permite la creación de riqueza no se haya extendido por todos los países del mundo y haya sido el sistema más atacado durante los últimos 100 años, hasta el punto que si se leen los titulares de prensa y se ven las entrevistas en la televisión, se llega a la conclusión de que la culpa de la miseria en el mundo es del capitalismo y de la globalización.
Y es que el mundo, me refiero sobre todo a Europa y EE UU es socialdemócrata y el carácter distintivo de la izquierda es el igualitarismo y un hondo sentimiento anticapitalista.
Por ejemplo, Manos Unidas, una importante ONG católica que promueve el desarrollo en el Tercer Mundo, en un cartel publicitario mostraba a una mujer sosteniendo una balanza equilibrada y el texto: “No hay justicia sin igualdad”. Todo sugería que no se trata de la única igualdad realmente compatible con la justicia y la libertad, que es la igualdad liberal, la igualdad ante la ley, sino a la igualdad en bienes materiales.
Tampoco han sido eficaces las medidas de la ONU, del FMI, del BID, del Banco Mundial y de los socialistas de la Unión Europea, consistentes en la llamada ayuda al desarrollo, es decir, en dar enormes cantidades de dinero a los países pobres, que lo utilizan los malos gobernantes para mantenerse indefinidamente en el poder, a veces con guerras locales o incluso financiado el terrorismo contra Occidente como hace el Estado Palestino.
Además el plazo de tiempo en que una determinada sociedad o nación consigue pasar de la extrema pobreza a disfrutar de una renta suficiente, cuando se sigue una política económica acertada, suele ser mucho más reducido que el que tardaron los países que iniciaron la revolución industrial. Por ejemplo Irlanda, en el siglo XIX sufrió una hambruna que redujo la población a la mitad, hace 50 años era todavía tan pobre como lo son hoy los países africanos y ahora está en grupo de los países desarrollados.
ESPAÑA hasta los años sesenta era una sociedad más agraria que industrial en razón de la población ocupada en estos sectores y la gran mayoría de sus habitantes gastaba toda su renta en alimentación, vestidos y vivienda lo que quiere decir que estaban cerca o no llegaban al límite de la subsistencia. Hoy en día, dedicamos a estas partidas apenas el 50 por ciento de nuestros recursos (Encuesta de Presupuesto Familiar del INE) y cubiertas estas necesidades ineludibles, somos libres a la hora de gastar el resto.
CONCLUSIÓN Parodiando a Bill Clinton en la campaña de 1992, podíamos de decir: “No es la desigualdad, es la economía, estúpido”.
Lo malo no es la desigualdad, es la pobreza. Pablo Iglesias, de PODEMOS está equivocado.
FUENTE:https://enriquegomezg.com/2016/04/21/la-revolucion-industrial-y-el-capitalismo/
No hay comentarios:
Publicar un comentario