Muchos jóvenes argentinos tenían menos de veinte años cuando la Dictadura Militar les puso un fusil automático liviano 7.62 en sus manos y les dijeron que eran su única novia. Los mandaron a las Malvinas, esas islas de las que le hablaron sus maestras.
Cuando volvieron a su Patria, los ocultaron como si fueran enfermos contagiosos. Nadie les dio trabajo y durante muchos años no tuvieron pensión. Algunos sintieron que no podían más y dejaron este mundo por propia voluntad. Habían dado la vida por la Patria y decidieron perderla porque su querida Patria no había hecho casi nada por él. Las cifras dicen, más de treinta años después, que 649 pibes murieron en aquella guerra, 323 en el hundimiento del crucero Belgrano y el resto en las islas combatiendo contra los ingleses apoyados por la logística de Estados Unidos. Y hubieron otros números: muchos decidieron suicidarse porque en el país que aplauden a los veteranos de guerra los días 2 de abril y 20 de junio suelen olvidarse los restantes 363 días del año.
El gobierno británico llevo adelante el referéndum para que los 1.672 habitantes de las Malvinas reafirmen su voluntad de considerarse ingleses, seguramente los fantasmas de Los Ocho de Malvinas y de muchos pibes volvieron a agitarse en algún lugar de nuestras Islas Malvinas, donde anidan las historias de los hijos del pueblo, y más en estas horas de desvalorización nacionalista habría que reparar en estas crónicas.
“Tras su manto de neblinas, no las hemos de olvidar. ¡Las Malvinas, argentinas!, clama el viento y ruge el mar.
Desde Formosa- Abogado
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