sábado, 14 de mayo de 2016

El slogan de la Justicia social

 Por Aníbal Hardy*
Hoy más que nunca, tienen plena vigencia las palabras bíblicas de los profetas del Antiguo Testamento, que no ahorraban expresiones para denunciar las injusticias de los ricos y la negligencia de los gobernantes hacia la suerte de los marginados, como el colmo de la injusticia. “Ay de los que acumulan una casa tras otra – y anexionan un campo tras otro, hasta no dejar más espacio y habitar sólo en el medio del país” (Isaías 1, 5, 8,). Asimismo ilustraban el conflicto de clases: “¿Qué paz puede tener la hiena y el perro? ¿Qué paz el rico con el indigente?”...(Eclesiastés 13,18-23). Los profetas no eran pensadores abstractos, inocuos, restringidos al campo religioso. Ciertamente el objeto de la prédica es el hombre en relación con Dios y, el pecado como desviación de esa relación pero también el hombre en comunidad, enfrentado con el pecado “social”: la injusticia.
El término “justicia social” ha sido una de las expresiones que más fácil y rápidamente se ha afincado en el vocabulario popular. El instinto ha sido más luminoso que el saber conceptual, para comprender el alcance de esta expresión inquietante e imprecisa. Aunque ofrezca dudas al filósofo o al sociólogo, lo que no ha fallado es la intuición popular certera de que nos hallamos ante una sociedad que clama por la justicia. Este sentido popular intuitivo de la justicia social es percibida, como todas las instituciones de la justicia, en su proyección negativa: denunciando una injusticia. La injusticia de que haya hombres que no viven como seres humanos, como criaturas de Dios. Esta expresión da certeramente en el blanco mismo de la idea de justicia: “hay hombres que no tienen lo suyo, lo que les corresponde como seres humanos”, lo que está indisolublemente unido a su dignidad personal.
Terminada la Segunda Guerra Mundial, se inició el vertiginoso crecimiento y difusión universal de la industria. En esa época el laborista inglés Lord Beveridge acuñó una expresión que se iba a hacer famosa: Liberar a todos los hombres de sus necesidades básicas (freedom from wants) “Si no somos iguales en la satisfacción de nuestras necesidades básicas, no somos libres”. Y para ello propuso un conjunto de leyes sociales e intervenciones estatales que iban “desde la cuna a la tumba”, las que fueron adoptadas en la Gran Bretaña, extendidas luego en la mayoría de los países occidentales y consagradas a través de reformas constitucionales, las que fueron perfilando la vigencia universal del estado de bienestar.
Como producto del irresistible dinamismo de la historia y tal vez de sus propias falencias, el estado de bienestar y el constitucionalismo social que le fue inherente han entrado en crisis. El mundo ha experimentado un inimaginado proceso de avance científico y tecnológico y han mejorado las condiciones de vida de grandes sectores de la humanidad. Pero también es cierto que este progreso tiene sus luces y sus sombras. Las sombras de la actual sociedad moderna es la enorme desigualdad social que impera en todo el mundo. Y esto se trasluce en las propias naciones, al dividirse en pobres o subdesarrolladas, (70 por ciento) y en ricas o desarrolladas.
Muchos profetizaron un mundo idílico, al creer que el progreso económico, con el automatismo de los mercados y la reducción de las funciones del Estado, incorporaba el concepto de equidad, de justicia y solidaridad. Pero esta suerte de futurología fue refutada al demostrar que el progreso no incluye la voluntad humana y política de darle sentido y orientación al cambio. El siglo XX, con su espectacular auge científico y difusión del conocimiento, ha presenciado los retrocesos y los horrores del totalitarismo y de los fundamentalismos, de las guerras y los holocaustos. En la actualidad con el mentado proceso de globalización, la humanidad padece de otros problemas, como la esclavitud laboral, tráfico de inmigrantes ilegales, prostitución infantil, ataque xenofobitos, y otras situaciones que agreden a la ética humana.
Se ha perdido la noción de la ética, y para salir de esta situación que agravia la condición humana, el progreso económico debe hacerse cargo de los desequilibrios que genera, con la anexión explícita de la justicia social, como valor inescindible del mismo.
Entre los pensadores de la justicia social, se puede mencionar la prédica de La Doctrina Social de la Iglesia, que a partir de Pío XI (Encíclicas Divini Redemtoris y Quadragésimo anno) también emplea el término “justicia social” como sinónimo de justicia general. La persona es considerada con relación a su posición relativa en la sociedad, en función no solo de lo que aritméticamente aporta, sino de sus necesidades concretas y de sus potencialidades personales.
* Abogado - Desde Formosa
ENVIADO POR SU AUTOR

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