Cuando el 19 de junio de 2013 el entonces presidente de la Reserva Federal Ben Bernanke anunció el fin de su controvertido programa de expansión cuantitativa con la retirada progresiva de los estímulos que desde 2008 había implementado el banco central estadounidense, la economía estadounidense crecía a un ritmo formidable, el desempleo caía y la inflación se ubicaba en torno al 2%, un nivel que los economistas coinciden en aceptar como óptimo.
La mayor economía del planeta estaba lista para el cambio de política monetaria y así lo entendieron en los despachos de la Fed.
Lo que Bernanke y el resto de funcionarios de la Reserva Federal parecieron no entrever es que al anunciar el cambio de una política monetaria expansiva a una contractiva, el interés de la deuda estadounidense subiría, atrayendo miles de millones de dólares de vuelta a Estados Unidos desde los países emergentes.
Esta huida de fondos de los países emergentes provocó una crisis que se ha cobrado varias víctimas en los últimos años. Como piezas de dominó, países como Rusia, Brasil o Chile han ido cayendo.
La lista es larga y el último país en enfrentarse a serias dificultades parece ser China, que para compensar la peor cifra de producción industrial en los últimos tres años ha decidido devaluar el yuan para mejorar la capacidad exportadora del país.
Esta ralentización de algunas de las mayores economías del planeta ha provocado un descenso de la demanda de las materias primas, entre las que destaca el petróleo. Este abrupto descenso en la demanda de petróleo, unido a una mayor oferta gracias a la producción de shale oil, ha terminado por hundir el precio del barril de petróleo.
El hundimiento del precio del crudo no es algo nuevo. En esta misma columna lo advertí hace casi un año, el pasado 22 de octubre. Lo que sí es nuevo es el pronunciado descenso de la inflación, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Como puede ver en el gráfico anterior, entre finales del año pasado y principios de este año la cifra de inflación de Estados Unidos pasó de un “saludable” 2% al menor registro en más de cinco años, llegando a alcanzar por momentos un valor negativo.
Resulta evidente que detrás del súbito hundimiento de la inflación se encuentra la caída del precio del petróleo.
Una reacción en cadena imprevisible
Una de las razones por las que elegí dedicar mi vida a la economía es su tremenda complejidad.
Si a un coche le quitamos el freno de mano en una pendiente con una longitud y una inclinación determinada, podremos predecir su velocidad con exactitud.
Sin embargo, si un país del Golfo Pérsico decide aumentar su producción de petróleo un 10%, las consecuencias en todo el mundo son impredecibles.
En la economía, son incontables los factores que interactúan y el cambio en uno de ellos a menudo desata una reacción en cadena que ni siquiera los economistas más preparados del mundo con capaces de anticipar.
Los economistas son como los jugadores de ajedrez. Cuantos más movimientos derivados de una jugada son capaces de predecir, más posibilidades tienen de ganar.
Debemos analizar, por tanto, qué movimiento se va a derivar de este pronunciado descenso de la inflación.
En mi opinión son principalmente dos: por un lado el aplazamiento de la subida de tipos de interés por parte de la Reserva Federal, y por otro lado una ampliación del programa de expansión monetaria del Banco Central Europeo.
Estos dos movimientos tienen algo en común, y es que afectan de manera positiva a las bolsas.
Aunque como le decía yo la semana pasada, de momento el activo ideal es la liquidez. Sin embargo, más pronto que tarde comenzarán a llegar buenas oportunidades de inversión para aprovechar este nuevo paradigma de petróleo barato y, por tanto, baja inflación.
Un cordial saludo, Alberto Redondo
La mayor economía del planeta estaba lista para el cambio de política monetaria y así lo entendieron en los despachos de la Fed.
Lo que Bernanke y el resto de funcionarios de la Reserva Federal parecieron no entrever es que al anunciar el cambio de una política monetaria expansiva a una contractiva, el interés de la deuda estadounidense subiría, atrayendo miles de millones de dólares de vuelta a Estados Unidos desde los países emergentes.
Esta huida de fondos de los países emergentes provocó una crisis que se ha cobrado varias víctimas en los últimos años. Como piezas de dominó, países como Rusia, Brasil o Chile han ido cayendo.
La lista es larga y el último país en enfrentarse a serias dificultades parece ser China, que para compensar la peor cifra de producción industrial en los últimos tres años ha decidido devaluar el yuan para mejorar la capacidad exportadora del país.
Esta ralentización de algunas de las mayores economías del planeta ha provocado un descenso de la demanda de las materias primas, entre las que destaca el petróleo. Este abrupto descenso en la demanda de petróleo, unido a una mayor oferta gracias a la producción de shale oil, ha terminado por hundir el precio del barril de petróleo.
El hundimiento del precio del crudo no es algo nuevo. En esta misma columna lo advertí hace casi un año, el pasado 22 de octubre. Lo que sí es nuevo es el pronunciado descenso de la inflación, tanto en Europa como en Estados Unidos.
Como puede ver en el gráfico anterior, entre finales del año pasado y principios de este año la cifra de inflación de Estados Unidos pasó de un “saludable” 2% al menor registro en más de cinco años, llegando a alcanzar por momentos un valor negativo.
Resulta evidente que detrás del súbito hundimiento de la inflación se encuentra la caída del precio del petróleo.
Una reacción en cadena imprevisible
Una de las razones por las que elegí dedicar mi vida a la economía es su tremenda complejidad.
Si a un coche le quitamos el freno de mano en una pendiente con una longitud y una inclinación determinada, podremos predecir su velocidad con exactitud.
Sin embargo, si un país del Golfo Pérsico decide aumentar su producción de petróleo un 10%, las consecuencias en todo el mundo son impredecibles.
En la economía, son incontables los factores que interactúan y el cambio en uno de ellos a menudo desata una reacción en cadena que ni siquiera los economistas más preparados del mundo con capaces de anticipar.
Los economistas son como los jugadores de ajedrez. Cuantos más movimientos derivados de una jugada son capaces de predecir, más posibilidades tienen de ganar.
Debemos analizar, por tanto, qué movimiento se va a derivar de este pronunciado descenso de la inflación.
En mi opinión son principalmente dos: por un lado el aplazamiento de la subida de tipos de interés por parte de la Reserva Federal, y por otro lado una ampliación del programa de expansión monetaria del Banco Central Europeo.
Estos dos movimientos tienen algo en común, y es que afectan de manera positiva a las bolsas.
Aunque como le decía yo la semana pasada, de momento el activo ideal es la liquidez. Sin embargo, más pronto que tarde comenzarán a llegar buenas oportunidades de inversión para aprovechar este nuevo paradigma de petróleo barato y, por tanto, baja inflación.
Un cordial saludo, Alberto Redondo
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