Sin embargo, en esta ocasión, la acrisolada imagen de María Eugenia Vidal contrastó en mucho respecto de la sórdida reputación del repugnante Aníbal Fernández, contraste que derivó en un apabullante vuelco de votos en favor de la candidata de Cambiemos, quien a la postre acabó destronando no sólo al peronismo del Poder Ejecutivo, sino a numerosos caudillos que manejaban sus municipios como verdaderos aguantaderos delincuenciales: de las 135 intendencias de la provincia la coalición opositora Cambiemos obtuvo casi la mitad (63 en total).
Pero Vidal no hubiese encabezado tamaña gesta de no contar con una estructura militante que subterráneamente defendió el voto en todas y cada una de las urnas desparramadas en la interminable Provincia: nos referimos no sólo a los miles de militantes independientes que voluntariamente se sumaron a la fiscalización, sino al imprescindible papel jugado por la UCR, la cual comandada por Daniel Salvador (Vice Gobernador electo) disputó cara a cara y voto a voto contra cada puntero peronista tanto en las zonas urbanas como en los rincones más inhóspitos de la Matanza.
En efecto, aunque con muy bajo perfil mediático, fueron estos silenciosos batalladores quienes lograron que Vidal pudiera consagrarse Gobernadora y así, sepultar a una ominosa y embrutecedora oligarquía provincial que viene siendo el dolor de cabezas no sólo de todos los Presidentes (peronistas o no), sino de la estabilidad institucional provincial y nacional.
Pero no basta ahora con haber ganado esta histórica elección, porque el aparato peronista caído en desgracia siempre tiene todas las chances de resucitar, y por ende resulta imprescindible que la administración Vidal-Salvador se digne reformar la Constitución bonaerense limpiando y normalizando no sólo su estructura política, sino imponiendo la boleta única (y con ello erradicar el fraude) e instalar además un sistema de ballotage reglamentado de manera equivalente al que se encuentra vigente en la Ciudad de Buenos Aires. Con estas y otras modernizaciones se garantizaría para siempre ponerle coto a las mafias peronistas, y con ello la futura gestión bonaerense pasaría así a la historia como una verdadera administración signada por la desratización institucional. (Esta normalización debería darse además a nivel nacional y para tal fin vale reseñar el trabajo de regionalización oportunamente diseñado por Humberto Bonanata)[2].
Por lo pronto, bien vale saludar este notable esfuerzo colectivo esperando y anhelando que este prosiga durante la gestión que se avecina, y que este traspaso de poder sirva no ya para frenar transitoriamente a la inmoralidad populista, sino por sobre todo para exterminarla definitivamente.
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De Nicolás Márquez
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