La volatilidad cambiaria de las últimas semanas ha dejado en claro que, a pesar los “vientos de cambio” a nivel institucional, lo cierto es que cuando hay un evento de pánico, el público local se vuelca ansiosamente al dólar.
Esto evidencia dos cosas. Por un lado, cuán primitiva -y por ende- limitada resulta nuestra plaza financiera local. Por el otro, cuán alteradas están nuestras conductas microeconómicas, como producto de las hecatombes macroeconómicas del pasado.
En esta nota vamos a mirar un poco más en profundidad los motivos detrás de este fenómeno, que sería un capítulo más de esta saga de volatilidad e involución que ya lleva varias décadas.
El argentino no confía en el sistema financiero local
Como dice el popular refrán, “el que se quema con leche, ve una vaca y llora”. Aquella persona que tiene más de 40 años recordará escandalosos episodios de volatilidad macroeconómica y confiscación forzosa de depósitos, como el Plan Bonex de fines de los 80s y el corralito de principios de los 2000.
Ambos episodios marcaron a fuego la retina del argentino promedio que, desde entonces, no piensa dos, sino cinco veces antes de insertar su dinero en el circuito financiero local.
Para dimensionar esta aversión del argentino por ingresar al sistema financiero, tomé cuatro indicadores que muestran muy claramente esta tendencia. Estos indicadores, a su vez, se dividen en 2 subcategorías. La primera, indicadores bancarios. La segunda, indicador del mercado bursátil.
En cuanto al sector bancario, la dinámica es cualitativamente similar en los 3 indicadores. Argentina muestra una tendencia crónica al rezago en términos relativos frente a los otros dos países.
Mirando las series anuales de datos, se ven esperables bajas pronunciadas durante períodos de grandes crisis (1975, 1989 y 2001). Chile, en general partiendo de una situación peor que la de Argentina, termina imponiéndose de manera categórica en los tres indicadores en términos absolutos.
Con respecto a Paraguay, también se ve que, incluso partiendo desde muy atrás, se ha recuperado de manera acelerada, particularmente desde mediados de la década pasada, recortando distancia con Argentina, en el caso de cantidad de sucursales bancarias, e incluso dejando a Argentina muy atrás, tanto en depósitos bancarios como en crédito al sector privado.
En este apartado (donde tomamos Perú en reemplazo de Paraguay por la falta de datos) ocurre algo todavía más grave: el tamaño de la “bolsa” local se ha mantenido estancado desde 1998, mientras que países vecinos alcanzaron un crecimiento de 2 y 3 dígitos.
Particularmente Perú, que partió de una situación similar a la nuestra en 1998, hoy muestra un tamaño bursátil de casi 3 veces el nuestro actual, lo que refleja la preocupante situación de nuestro mercado de capitales.
El problema de esto es doble.
En primer lugar, cuanto más raquítico sea el mercado de capitales local, menor liquidez tendrán las empresas. En consecuencia, menor será su tasa de inversión, lo que implica una tasa de crecimiento más baja.
En segundo, cuanto menos profundo sea el sistema financiero, más caros y más escasos serán los instrumentos de cobertura de riesgo, como las opciones. Eso implica que la cobertura de riesgo (como por ejemplo, el riesgo cambiario en la previa a las PASO) se dé mediante instrumentos altamente primitivos, como una simple venta de acciones/bonos/no renovación de LEBACs para pasarse a dólar billete.
En países con plazas financieras más sofisticadas, las coberturas se dan mediante compra de opciones o futuros, que además de ser más elegantes, resultan más baratos en términos transaccionales y menos dañinos para la operatoria de la economía real.
Un Benjamin Button económico
Los números son categóricos: Argentina se ha estancado en términos absolutos, y ha retrocedido sobremanera en términos relativos frente a otros países en lo que respecta al desarrollo de sus mercados financieros y nivel de bancarización.
Así, hoy somos un país poco bancarizado y con un mercado de capitales extremadamente acotado. Las consecuencias son una mayor volatilidad cambiaria, una menor tasa de inversión y una menor tasa de crecimiento.
Más allá de los números absolutos, lo más preocupante es la tendencia: Argentina ha experimentado una dinámica comparable con la experiencia del personaje caracterizado por Brad Pitt en la conocida película “El curioso caso de Benjamin Button”. En dicha película, el protagonista nace “maduro”, y luego, involuciona en su apariencia física durante todo el filme, haciéndose más joven a cada minuto que pasa.
Nuestro país ha experimentado algo similar: pasó de ser un top 10 mundial y líder regional indiscutido a ubicarse en el top 40, por detrás de países como Chile y Paraguay/Perú en algunos indicadores de salud financiera.
Es una verdadera “Buttonización” que al día de hoy parece estar lejos de revertirse.
Entonces, el dólar a $18 en vísperas de las PASO resulta un evento anecdóticamente predecibles: las hecatombes del pasado alteraron las conductas microeconómicas de la ciudadanía. Los que en el pasado se “quemaron con leche” han adoptado primitivas pero entendibles conductas defensivas, que en un contexto de un mercado de capitales más desarrollado pasarían inadvertidas.
Por eso, necesitamos sofisticar y profundizar los mercados financieros, y además borrar las distorsionadas conductas de dolarización apurada ante eventos de incertidumbre.
La mala noticia: ambas cosas sólo pueden lograrse con décadas de estabilidad cambiaria e institucional, asignaturas en las cuáles estamos más que aplazados.
Saludos,
Juan I. Fernández
Director de CONTRAECONOMÍA
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