Ayer por la tarde estuve en la Universidad Nacional de Moreno. Gracias a la invitación de Facundo Ramírez, de la agrupación “Nueva Opción Estudiantil”, participé en un animado debate sobre economía, política económica y, en última instancia, diferentes visiones sobre cómo superar la pobreza en Argentina.
Había estado allí hace un año, en otro debate que recuerdo se extendió por casi tres horas, en las que tanto los alumnos como los disertantes no bajamos el nivel de pasión y entusiasmo.
Recuerdo de esa fecha algo que me llamó la atención. Uno de los expositores, nada menos que el decano del Departamento de Economía y Administración, sostenía que “todo el mundo sabe que el crecimiento es impulsado por la demanda” y que las únicas restricciones a este fabuloso dispositivo de avance económico eran de índole político.
El razonamiento era así: si el gobierno emprendiera una política fiscal y monetaria expansiva, el consumo crecería sin cesar y no habría límites para el crecimiento económico. Sin embargo, los políticos son demasiado pacatos, o neoliberales, o sencillamente enemigos del pueblo, y se preocupan en exceso por el equilibrio fiscal.
Recientemente volví a leer este análisis en el medio digital “Visión Desarrollista”. En una entrevista, el analista consultado sostenía:
Diría que tengo una visión keynesiano-estructuralista del proceso de crecimiento. Tengo un par de premisas. La primera, el crecimiento es tirado por la demanda. Y la inversión tiende a reaccionar ante la demanda.
Ciertas ideas, evidentemente, se resisten a perecer. De hecho, desde al menos la década del ’30 que se consideran como vacas sagradas del pensamiento económico.
En lo que queda de esta nota, intentaré mostrar por qué hemos vivido equivocados.
Un problema de lógica
El primer problema al que se enfrenta la idea de la demanda como motor del crecimiento es de pura lógica. Decimos que hay crecimiento económico cuando existe una mayor cantidad de bienes disponibles para consumir. En la jerga técnica, cuando la Frontera de Posibilidades de Producción se desplaza a la derecha. Si eso sucede, la producción crece y, por tanto, las posibilidades de consumo.
Ahora cualquiera puede comprobar simplemente mirando su economía personal o familiar que, para consumir más, primero va a tener que generar un ingreso mayor. O sea, para aumentar mi “demanda” de bienes y servicios, primero debo incrementar mi ingreso.
Si un trabajador quiere incrementar su demanda de caloventores, tendrá que empezar por conseguir un aumento de salario. ¿Y cómo podría conseguirlo? Aumentando su nivel de producción.
Antes de demandar, hay que producir. Si no produzco nada que tenga valor en el mercado, entonces no voy a tener ingresos y mi demanda será igual a 0 (cero). La producción, entonces, viene antes de la demanda y ésta es resultado, no causa, del crecimiento económico.
El gobierno no es Warren Buffett
A pesar de este problema de lógica fundamental, uno todavía podría pensar lo siguiente:
• El gobierno no puede aumentar el gasto a nivel agregado, puesto que lo que gasta en un sector lo debe haber tomado de otro previamente.
• Sin embargo, si tomó dinero de un sector improductivo para asignarlo a uno productivo, entonces esa inversión pública generará beneficios que se paguen solos.
• Al mejorar la eficiencia económica, el gasto público podría incrementar el crecimiento de la economía, generando una producción total de mayor valor que antes.
Ahora bien, este supuesto es demasiado irreal. Equivale a suponer que el Ministro de Economía es Warren Buffett y que tiene una capacidad extraordinaria para asignar los recursos de la manera más efectiva posible.
Pero la cosa no es así. En primer lugar, el gobierno tiene un problema de incentivos. Sus decisiones de gasto están principalmente afectadas por las elecciones y por los grupos de poder que lo influyen. Así, suele gastar con criterios “sociales” y “políticos”, ambos muy alejados de la eficiencia económica.
El otro problema es el de la información. Y, en este punto, ni Warren Buffett podría hacerlo bien: desde las oficinas centrales del gobierno no se tiene la capacidad para conocer las múltiples y cambiantes necesidades de tan vasta cantidad de individuos. Solo los empresarios en el mercado libre son capaces de identificar y satisfacer, en un proceso de prueba y error, las necesidades de la gente.
Con problemas de incentivos e información a la orden del día, el gasto gubernamental es todo lo contrario de la imagen idealizada que se tiene de él. A la postre, siempre termina sacándole a los productivos para darle a los improductivos.
El resultado, en este contexto, es menor, no mayor crecimiento.
La oferta agregada es la clave
Para ir concluyendo, también conviene señalar una de las lecciones más básicas de la Macroeconomía: que el nivel de precios y de producción lo determina la intersección de la demanda y la oferta agregadas.
Es decir, así como en un mercado concreto, oferta y demanda determinan precios y cantidades, en el plano macro sucede algo parecido. Y aquí la forma de la curva de oferta agregada se vuelve clave. Es que el gobierno puede incrementar la demanda agregada tood lo que quiera, pero si la oferta es vertical (y hay consenso de que, a largo plazo, así es), entonces nada pasará con el crecimiento.
A largo plazo, la oferta agregada es vertical, ya que no responde al nivel de precios. En ese contexto, las políticas fiscales y monetarias expansivas no generan crecimiento, sino (como se ve en el gráfico) solo más inflación.
Un ejemplo concreto de esto es, sin dudas, el período 2011-2015, cuando el déficit fiscal se multiplicó, la cantidad de dinero hizo lo propio y la economía, lejos de crecer, se estancó en términos agregados.
El crecimiento no es tirado por la demanda. Hay que producir para obtener ingresos y recién después demandar/consumir.
Creer que el gobierno, solo a fuerza de decretos y leyes, puede impulsar el crecimiento es otorgarle un poder mágico que, en la práctica, solo ofreció veranitos de corto plazo para terminar en crisis tiempo después.
Saludos,
Iván Carrino
Director de CONTRAECONOMÍA
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