El país desde hace varias décadas, se halla sometido a un empobrecimiento constante que hace sufrir a la totalidad de los sectores sociales, debido al deterioro de los términos del intercambio que le impone su estructura productiva primaria y desintegrada. A pesar de esto muchos economistas y grupos políticos niegan el fenómeno o le asignan un carácter episódico.
Nada se puede oponer a nuestro designio de ser una gran Nación, excepto el pesimismo, la falta de decisión o la complicidad de nuestros dirigentes con el pasado. Son muchos los economistas y políticos que se consideran afiliados a la concepción del desarrollo, pero conviene no engañarse, la coincidencia termina en el mero enunciado. Para este abanico ideológico de falsos desarrollistas, los requisitos del desarrollo, son la previa estabilización monetaria, o la espontaneidad y libertad del proceso de crecimiento, o la negación de las prioridades y la adhesión al voluntarismo en las inversiones, o la primacía del factor social sobre el económico, o la inexorabilidad de ajustase a los topes de la balanza comercial y de pagos, o la negación del papel dinámico del capital externo.
El común denominador de estos pensadores es su total ausencia de contenido histórico. Para todos sus sostenedores, el desarrollo es una teoría económica, no un imperativo político de nuestro pueblo en esta etapa específica de su evolución histórica. Estos supuestos desarrollistas, pueden vestir sus concepciones con toda suerte de refinamientos académicos, pero tienen un común denominador: el mantenimiento de la vieja estructura, y la incapacidad para diagnosticar las causas de la crisis y diseñar una política capaz de hacerle frente.
Lamentablemente para nuestro país, el gobierno de Mauricio Macri, también se encuentra en una coyuntura similar ya que insiste pertinazmente en seguir aplicando una política que ya fracasó, soslayando del debate político las cuestiones centrales de una estrategia de liberación. Además, pese al tono sombrío que desde hace tiempo distingue a la clase política argentina, hace prevalecer la soberbia del ejercicio hegemónico del poder, conformando un gabinete con CEOS y amigos que gobiernan, pese a que nadie los votó. El otro gran pecado político del presidente, que genera resentimientos entre los propios aliados, y muchos votantes que entre la opción, del mal mayor del Kirchnerismo, votaron a Macri, como al mal menor, y además durante su gestión ha convocado a los demás partidos políticos integrantes de CAMBIEMOS para analizar la crisis y modificar la orientación económica, actitud que amplifica el actual descontento generalizado.
Hay demasiadas frustraciones, y demasiados afanes malogrados para que el pueblo esté dispuesto a soportar otros sacrificios, con la promesa de un futuro que todavía no avizora.
Los verdaderos desarrollistas, en cambio concebimos al desarrollo como lucha, no como categoría abstracta. Y la diferencia parte de la base que hace del desarrollo una expresión concreta e insoslayable de la liberación nacional que, naturalmente, no es un objetivo de mera política económica. Los aspectos monetarios y financieros son aspectos superficiales del problema de fondo, que es de producción, de desarrollo de las fuerzas productivas. En consecuencia, para los desarrollistas, la única solución orgánica, la única verdadera, consiste en transformar las estructuras de la producción. Solo así puede asegurarse trabajo, salarios dignos y cultura a todos los argentinos.
Para salir de esta crisis profunda, prolongada y recurrente, la comunidad precisa de objetivos claros y despojarse del lastre de conductores y funcionarios que no tienen fe en el destino de nuestro pueblo y que carecieron, y carecen de idoneidad para atacar el núcleo de los problemas económicos argentinos: el subdesarrollo.
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