y mesuradas; de lo contrario, se tornan sediciosas e ilícitas”.
Michel de Montaigne
Cuando el sábado Cristina Elizabet Fernández decidió postularse como candidata a senadora por la Provincia de Buenos Aires (al negarle la interna a Florencio Randazzo consiguió quitarse el “pre”) me pregunté qué la había movido a hacerlo. En el mundo de la política todo, absolutamente todo, es posible pero el grado de probabilidad de su ocurrencia depende de la mirada de quien lo evalúe o de hechos reales y concretos; los tiempos están llenos de “cisnes negros”.
Es probable que la viuda de Kirchner salga tercera y, de tal modo, no acceda a la banca que pretende; si fuera así, si no lograra entrar, habría confirmado que se trata de un cadáver político. Y esa probabilidad crecerá geométricamente si se cuela en el imaginario de los intendentes que aún se proclaman leales a su liderazgo; como siempre, estarán dispuestos a acompañarla hasta la puerta del cementerio, pero no a enterrarse con ella.
Entonces, otra vez, ¿por qué lo hizo? ¿Por los fueros parlamentarios, tan mal entendidos entre nosotros? Tampoco, ya que los hubiera obtenido más fácilmente postulándose como diputada, cargo para el cual sus probabilidades de ingresar al Congreso llegarían, sin duda, al cien por ciento.
Por lo demás, esa autoprotección e impunidad que se han concedido nuestros legisladores, en contra del sentido de su origen, que sólo buscaba garantizar la libertad de expresión en el ejercicio del mandato parlamentario, cede cuando los jueces lo requieren y la Cámara a que integra el imputado lo conceden, con una mayoría especial.
Pero, en tren de imaginar probabilidades, también es razonable pensar que esa cantidad de senadores, hartos de Cristina, de su corrupción desaforada y de sus modos autoritarios, y hasta en defensa propia, podría lograrse más fácilmente a partir del 10 de diciembre, claro, si al menos saliera segunda en la elección provincial.
¿Lo hizo, tal vez, para asustar a los jueces que la tienen contra las cuerdas con el fantasma de la restauración de su régimen? Puede haber sido, pero sería una jugada muy corta, ya que en octubre estará totalmente definida.
El país, finalmente, ha conseguido empezar a salir de la depresión en que ingresara, precisamente, por el populismo que impulsó y justificó la aplicación de la política económica del kirchnerismo, una crisis que el Gobierno se abstuvo de denunciar al asumir. Pero el comienzo del fin del horrendo sacrificio que esas locas medidas impusieron a los argentinos y que implicaron una herencia de 30% de pobreza y 40% de inflación anual, amén de haber dejado exangüe al Banco Central, no resulta óbice para que la ahora candidata quiera destruirlo todo otra vez.
¿Por qué lo hace? ¿Todavía no está satisfecha con lo que robó a tantos, mientras los condenaba a la miseria y a la desnutrición? Con cualquiera de los “negocios” que saltan a la luz todos los días, se podría haber dado agua y cloacas a muchos de los enclaves más terribles del Conurbano, amén de construir allí escuelas y hospitales. Me refiero, precisamente, a esos en los cuales campea el tráfico de drogas y la violencia que lo circunda, producto de la sociedad que armó su régimen con los grandes carteles mexicanos, peruanos y bolivianos.
Esta semana, Cristina nuevamente ha desatado la confrontación en la calle y, de continuar con el método de los encapuchados y de los palos, es más que probable que haya muertos, desangrados en el altar que cuida tan celosamente esta diosa malvada y, con seguridad, imputados al accionar represivo de un Gobierno que ha dado muestras de una absurda tolerancia, que tanto rechazo ha producido entre sus mismos adherentes. Pero que no se equivoque, porque ni Mauricio Macri, ni María Eugenia Vidal ni Horacio Rodríguez Larreta son comparables a Eduardo Duhalde frente a la muerte de Kosteki y Santillán.
¿Pretende, entonces, llevar al país a una guerra civil o, al menos, a un estado de conmoción interna? Si lo intentara demostraría que está totalmente loca, porque a los violentos que pudieran hoy intentar un disparate semejante las fuerzas de seguridad los sacarían de la calle a sopapos. ¿Y para qué lo haría?, ¿qué obtendría con ello? Desde ya, no la recuperación del poder porque al menos el 70% de nuestros connacionales tiene una pésima opinión de ella, y tampoco dispone de elementos que pudieran asegurarle el férreo y desalmado control de la realidad, como sucede en Venezuela.
El mundo ha cambiado mucho desde el ábside del poder kirchnerista, cuando Cristina obtuvo el 54% de los votos en 2011. Sus principales compañeros de ruta, como Hugo Chávez Frías y Fidel Castro Ruz, han muerto; otros, como Luis Inácio Lula da Silva, Dilma Rousseff, Rafael Correa y Mahmoud Ahmadineyad han dejado ya el poder; mientras Daniel Ortega, Raúl Castro Ruz y Evo Morales se encaminan a una segura decadencia final.
También se ha modificado muy gravemente en su contra el mundo financiero, que se ha hartado de la corrupción de empresas y funcionarios, y ahora lucha arduamente contra el lavado de dinero. Su viaje a Angola, a cambiar los billetes de € 500, que su miserable marido muerto gustaba coleccionar para tocar y entrar en éxtasis, por diamantes de sangre, tampoco parece ya tan fácil de replicar.
Hace unos años, se hubiera podido exiliar en alguno de los países que, según declamaba, le hubiera gustado hacernos imitar; debo reconocer que nunca creí en esta opción, porque no es lo mismo pasearse con carteras Louis Vuitton por Nueva York o Paris que hacerlo en Caracas, Managua o Teherán. Hoy, ni siquiera esos destinos le resultarían asequibles, ya que en todos ellos impera la violencia más desenfrenada y el aroma a calas marchitas impregna el ambiente.
¿Qué caminos quedan, entonces, a nuestra destronada emperatriz patagónica? Difícil decirlo, a pesar de estar convencido de que todos sus bienes inmuebles en la Argentina son una mera muestra de su verdadero capital en el exterior.
Mientras lo decide, seguirá haciendo de las suyas aquí, tratando de reconstruir un pasado imposible que ya se le ha ido de las manos; por lo demás, tampoco está dispuesta a empeñar su fortuna mal habida en arriesgadas jugadas políticas ni, mucho menos aún, en recomprar la voluntad de los votantes que la han abandonado.
Bs.As., 1 Jul 17
Enrique Guillermo Avogadro -Abogado
ENVIADO POR SU AUTOR
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