Pasaron varios días desde el fin de la toma de colegios en la Ciudad de Buenos Aires (CABA) que puso en discusión un proyecto de reforma educativa que, en vez de comunicarse oficialmente, se conoció a través de la prensa, en un momento insólito por lo políticamente inadecuado: entre las PASO y las elecciones de octubre.
Más allá de las virtudes y los defectos del proyecto, que como tal es lógicamente perfectible, hoy es tiempo de balance. Al fin y al cabo, alrededor de treinta escuelas secundarias estuvieron prácticamente un mes sin clases por decisión de sus propios alumnos, apoyados en no pocos casos por sus padres. La ministra de Educación de la CABA, Soledad Acuña, consideró correcto recibir a los denominados delegados de las escuelas tomadas, en las cuales, es bueno recordar, los alumnos que así lo deseaban no podían ejercer su derecho a la educación.
Las tomas de colegios no son nada nuevo en nuestra tremenda realidad educativa. Veamos tan sólo algunos ejemplos.
En mayo de 2011 señalé que la renuncia del rector del Carlos Pellegrini, pírrica victoria de los alumnos que tomaron la institución desde marzo de ese año en protesta por la designación de profesores, marcaba un hito en la educación argentina. Luego, los alumnos levantaron la toma, medida que fue avalada por la Asociación Gremial Docente (AGD), que brindaba apoyo.
En julio de 2011, la semana anterior a la elección de jefe de gobierno en la CABA, se realizaron tomas en 11 colegios porteños, que contaron con el apoyo y la participación de estudiantes del Nacional Buenos Aires. El argumento en este caso era por defectos de infraestructura que supuestamente atentaban contra la vida de los estudiantes. Es claro que, de ser así, las escuelas deberían haber sido clausuradas y enjuiciados los responsables, pero, como es de imaginarse, nunca nada de ello habría de suceder.
En agosto de 2012, el ministro de Educación Alberto Sileoni apoyó la toma del Nacional Buenos Aires, motivada por el absurdo del funcionamiento de un bar: "La toma es un triunfo de la democracia y un triunfo de la educación. Lo primero que me sale es celebrarlo".
Veamos un último ejemplo. El lunes 16 de septiembre de 2013 alumnos de varias escuelas iniciaron tomas en protesta por la potencial adecuación de la secundaria de la CABA a la ley federal de educación. Alumnos del Carlos Pellegrini señalaron que la reforma "degrada los títulos, destruyendo la riqueza de la educación pública en la Ciudad". Diez días después, los sucesos tomaron una inusitada gravedad al incendiar estudiantes del Nacional Buenos Aires parte de la Iglesia de San Ignacio de Loyola.
Como muestra es más que es suficiente. Nuestro país requiere una revolución educativa, pero debe ir más allá de verse reflejada en una clara mejora en el resultado de los exámenes PISA. La revolución que la Argentina requiere es de mayor envergadura: debemos educar a nuestros jóvenes en los valores que son relevantes para su convivencia en una sociedad normal.
En septiembre de 2006, Nicolás Sarkozy expresó en un discurso: "La escuela no es deliberativa, no es un coloquio permanente. La escuela es la transmisión del saber, de las normas y de los valores y, en el primer lugar, del respeto". Valores, he aquí la cuestión. Vivir en una sociedad normal, en una sociedad donde cada hombre sea libre de realizarse tomando los riesgos que desee afrontar, accediendo al fruto de sus decisiones acertadas y pagando los costos de sus errores, ¿de qué depende sino de la educación? De la educación formal, que nadie duda que debe mejorar y mucho, pero también de la educación en valores.
Los chicos se comportan como tales y tienen todo el derecho a hacerlo; al fin y al cabo son adolescentes, educarlos es nuestra responsabilidad como adultos. No ponerles límites no es la forma adecuada de hacerlo.
Por ello, cerraré esta breve nota con otra cita de aquel discurso de Sarkozy: "Quiero decirles a los pedagogos que, aunque no hay que aplastar la personalidad de los niños ni ahogar su espontaneidad, no por ello hay que renunciar a instruirlos". Es claro que permitir tomas de colegios, por razones legítimas o ilegítimas, no es una forma de hacerlo.
El autor es vicerrector de la Universidad del CEMA y miembro de la Academia Nacional de Educación.
FUENTE: https://www.infobae.com/opinion/2017/10/17/colegios-tomados-educar-tambien-es-ensenar-valores/
Publicado con la autorización de su autor
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