“Una cualidad de la Justicia es hacerla pronto y sin dilaciones; hacerla esperar es injusticia”. Jean de la Bruvère
“… con las cosas que tenemos a la vista”, escribió Eladia Blázquez en un tango; la autora murió sin poder comprobar cuánta razón le da la actualidad nacional, poblada de escenarios complejos que, de todas maneras, no impedirán que concurramos mañana a las urnas.
El primero de ellos se desarrolla en el sur, donde un grupo de falsos mapuches se ha arrogado la facultad de reclamar la secesión y entrega de parte del territorio nacional y, mientras lo obtiene, impone su soberanía sobre el mismo por la fuerza. Hasta allí, se trata de delitos de toda índole que, como tal, deberían ser justamente castigados por el Poder Judicial.
Pero lo que convierte la situación en un verdadero circo es el demostrado terror que tienen los jueces en hacer cumplir la ley, a punto tal que negocian de igual a igual con estos indios “truchos”, requiriendo su permiso para el ingreso de las diferentes fuerzas de seguridad sin armamento al denominado “territorio sagrado”, y admiten que los oficiales sean palpados por los delincuentes para comprobarlo. En su momento, los funcionarios judiciales intervinientes deberán ser, a su vez, investigados por estas infames y cobardes concesiones que, sin duda, constituyen una traición a la Patria.
El bastardo aprovechamiento político de la transitoria desaparición y de la muerte de Santiago Maldonado sirvió a la tentativa de desprestigiar y condenar anticipadamente a esas fuerzas, cuando ni siquiera hay, ni había, reales pruebas de la presencia del joven tatuador en el famoso piquete del 1° de agosto. Es lo mismo que hicieron antes con el Ejército y la Armada, para dejar inerme al Estado argentino ante la agresión que, como tantos otros de América, viene sufriendo bajo el comando del Foro de San Pablo, públicamente decidido a fomentar los movimientos indigenistas en la región para lograr su fin último: dinamitar la democracia y las repúblicas.
Que fueran los federales quienes descubrieran el cuerpo mojó la pólvora de la acusación de desaparición forzada, que los organismos tuertos de derechos humanos intentaron “vender” a la ciudadanía, con el obvio y explícito propósito de identificar al Gobierno con lo peor de la legítima guerra contra el terrorismo en los años 70. Aspiraban, así, a lograr los votos de los jóvenes que ignoran todo lo sucedido entonces y que fueran objeto de un exitoso lavado de cabeza durante el kirchnerismo.
Nuestra curiosa originalidad incluye el método al que, como hace cada año, eligió el encuentro nacional de mujeres para protestar por la violencia contra su sexo: nada menos que romper la Catedral del Chaco y llenar de pintura los monumentos; a veces, hasta han defecado en los templos para culminar su cruzada pacifista.
El cambalache mayor, sin embargo, está en los Tribunales de Comodoro Py. El kirchnerismo creyó en el consejo del viejo Vizcacha y se hizo amigo (fuera con “efectividades conducentes”, fuera por aprietes y carpetazos) de los jueces, que se esforzaron en congelar los expedientes en que los mandamases de turno estaban imputados por la comisión de un sinnúmero de delitos. Las denuncias que formularon Lilita Carrió, Margarita Stolbizer, Mariana Zuvic, Ricardo Moner Sanz y algunos otros corajudos, durmieron durante toda la extendida década robada en los cajones de tan confiables magistrados, tapados por el polvo de la impunidad; en algunos casos, como los sobreseimientos de los Kirchner y sus secretarios privados por enriquecimiento ilícito o las coimas de Skanka, ese polvo consiguió ahogar las investigaciones.
Pero, claro, olvidaban que las encuestas de opinión las reciben también esos maravillosos perfumistas que, encaramados en los cargos que les permiten decidir sobre la libertad y el patrimonio de todos, miran desde arriba y con soberbia a sus conciudadanos mientras ignoran indignamente los deberes que la Constitución les impone. Ante el convencimiento de la derrota que sufrirán mañana sus antiguos patrones, giraron como veloces veletas y simultáneamente descubrieron -¡oh, milagro!- que habían olvidado las causas que los comprometían en el fondo de los cajones; rápidamente, los desenterraron y comenzaron a actuar con renovada celeridad en las mismas.
Así se llegó a los dos pedidos de desafuero y detención de Julio de Vido, el gran cajero de Néstor y Cristina desde los lejanos tiempos de la Gobernación de Santa Cruz. Desde su Ministerio planificó federalmente la pérdida del autoabastecimiento energético y la consecuente necesidad de importar gas y electricidad, la “compra” de chatarra ferroviaria contaminante, el invento de la extracción de carbón en Río Turbio, los monumentales subsidios al transporte, la “nacionalización” de YPF y de Aerolíneas, la obra pública inexistente pero pagada con creces, el sueño compartido de las viviendas sociales nunca construidas y otros latrocinios que, siendo tantos y tan variados, ya ni siquiera llaman la atención.
Pero sí lo hace que la viuda negra haya soltado la mano a tantos de sus funcionarios y testaferros ya detenidos, dejándolos a la intemperie política y haga gala de ello ante cada micrófono que le ponen delante. Porque don Julio, Ricardo Jaime, Lázaro Báez, José López, César Milani y Ricardo Baratta sufrirán esa soledad y, al menos para tener compañía, es probable que se sientan tentados a contar dónde fueron los miles de millones que robaron para la corona kirchnerista, quedándose con algunos vueltos. Eso sí, podrán formar en la cárcel diferentes equipos de fútbol, ya que más temprano que tarde deberían ingresar Roberto Dromi, Daniel Cameron, Carlos Zannini, Anímal Fernández, Amado Boudou, Daniel Scioli, Florencia y Máximo Kirchner, Cristóbal López, Sergio Schoklender, Exequiel Espinosa, Claudio Uberti, Gerardo Ferreyra, Enrique Ezkenazi, Ricardo Echegaray, Rudy Ulloa, Juan Pablo Schiavi, Claudio Cirigliano, Eduardo Freiler y tantos otros saqueadores seriales, públicos y privados.
Mañana, según Hebe de Bonafini, los argentinos deberemos optar entre la libertad y la muerte; tal vez sea una promesa de suicidio. Obviamente, coincido con ella en su afirmación, aunque invierta el sentido de su frase porque, si triunfara la Unión Ciudadana, entraríamos en un camino sin retorno que nos conduciría a Cuba y Venezuela. ¡Dios nos guarde!
Bs.As., 21 Oct 17
Enrique Guillermo Avogadro
Abogado - Enviado por su autor
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