Progresismo es un término ideológico de aplicación genérica, que en la actualidad sirve como etiqueta para agrupar posiciones políticas, doctrinas filosóficas, éticas y económicas identificables de un modo amplio con lo que se denomina izquierda, entendida como los principios en los que se basó la Revolución Francesa de 1789 (Libertad, igualdad y fraternidad). El progresismo actual defiende nuevos tipos de libertades tales como las ligadas a la identidad sexual (feminismo, derechos de los homosexuales), el aborto, la defensa de la tierra (ecologismo), derechos de los animales y otras tradicionales, como el laicismo. Es tolerante con la diversidad religiosa y la inmigración (multiculturalismo). Para la propagación de esta ideología se utilizan los llamados Medios de Comunicación Masivos y los partidos políticos de izquierda.
La noción de progreso es más vieja que la de izquierda, con un camino diferente para arribar al bienestar del hombre sin tener que sojuzgarlo y borrar de su cerebro por la fuerza bruta toda relación con su propio ser. Desde nuestra historia argentina, cuesta definir quienes encarnaron el rol progresista en los tiempos fundacionales. Si el ilustrado Moreno o el popular Saavedra. Si fueron los federales y unitarios, o los propulsores de la guerra del Paraguay o del exterminio indígena y, avanzando hasta el siglo XX, si era ser progresista sumarse a la asonada contra Hipólito Irigoyen o unirse al movimiento compuesto por oficiales pro fascistas y el integrismo católico imperante. El golpe militar que derrocó a Frondizi, e interrumpió nuestra evolución republicana contó seguramente con el apoyo o por lo menos la indiferencia de los sectores “progresistas” argentinos.
Hoy, en nuestro país es difícil saber dónde se ubica un “progre” ante el dilema de un gobierno que ha plantado tercamente la agenda de los derechos humanos pero que no demuestra voluntad de producir un cambio verdadero en la distribución de la riqueza, sostener la vigencia completa de la Constitución y la Justicia y dejar de ejercer una sistemática presión sobre la moral de los integrantes de las FF.AA. y el campo. Muchos de los funcionarios del gobierno Kirchnerista dicen haber sido víctimas en el pasado, pero cobijan rencores, carecen del profesionalismo mínimo para hacerse cargo de las políticas que se les delega, tienen estructuras cuasi feudales, proclives al clientelismo y a los favores del poder central. Viven del presupuesto nacional.
Esta hipocresía enmarcada en una actitud de tolerancia indiferente de la sociedad argentina, lleva en definitiva a la pregunta, si un progresista es lo mismo que un hombre de izquierda. En las décadas del 60 y 70 ser progre era definirse como portador de una vaguedad ideológica y desviaciones burguesas, ahora muchos prefieren definirse como “progresista” antes que exponerse diciendo “soy de izquierda”, para no reconocer el anacronismo de un comunismo fracasado en su teoría y en su práctica. La estrategia discursiva de la izquierda presente ha incorporado nuevos elementos a los efectos de presentarse a la opinión pública como una ideología “humanista”, “filantrópica” y “comprometida socialmente”. Se visten con los residuos de ideologías que no conocen ni les interesa aplicar, traicionan a sus votantes, presumen de sus fantásticos discursos retóricos y se arrastran tras los intereses que mejor les acomoda a su propio y personal interés, que nunca es el interés de todos.
Es motivo de esta nota desenmascarar a los que se ocultan en la dialéctica y a los que hacen un aprovechamiento innoble del desconocimiento ciudadano, usufructuando de su propio “progreso” material “a costo del Estado” , el verdadero “progresismo” que practican mientras declaman la defensa de valores humanos que no aplican.
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