La Casa Rosada, aún hoy sigue siendo la cabeza de un gobierno federal en los papeles y unitario en la realidad cotidiana, este esquema favorece a algunos y empobrece al conjunto de la sociedad nacional y así vemos como nuestros gobernadores pasan periódicamente a mendigar a la Casa Rosada.
Desgraciadamente en los hechos, el gobierno nacional ata y desata, impone, recauda, reparte, consagra, voltea, es como una oficina de peaje y sus ocupantes, cobran por tener la puerta abierta, entornarla o cerrarla del todo. En síntesis hace y deshace prestigios, gobiernos, propuestas económicas y políticas. El esquema utilizado ha sido siempre el del desentendimiento creciente por parte del gobierno central de las realidades provinciales, a pesar de la prescripción constitucional que obliga al Estado Nacional a promover la actividad productiva en todo el territorio.
Más que nunca, nuestro país con el cuerpo productivo en crisis por la ausencia de políticas específicas, exige en forma urgente la puesta en marcha de un programa de desarrollo agropecuario capaz de agregar valor sobre nuestros recursos naturales, dejar de exportar proteínas vegetales y exportar proteínas animales, generar empleo, repoblar el interior facilitando el acceso de nuevos productores a la tierra, reforestar las zonas devastadas por la sojización y sanear las regiones infectadas por el uso de químicos de toda naturaleza. Se necesitan de políticos con sentimiento nacional, que con imaginación y audacia, planteen fórmulas inteligentes y realistas a un centralismo cada vez más asfixiante.
La vocación federalista sigue siendo auténtica, tiene raíces históricas, se hizo ante la singularidad de nuestras regiones, a su derecho a crecer según sus propias pautas, a la necesidad de que sus bienes físicos y recursos humanos no terminen absorbidos por ese casi monstruoso elemento de seducción que es Buenos Aires.
Se necesita que el “País” viva en todas partes. No es cuestión de dar más a la Nación o más las provincias como Buenos Aires, sino más al país, y tener conciencia acabada que la unidad se logra y se hace desde todos los rincones de su territorialidad, y como la naturaleza dotó a algunas regiones de mayores recursos que a otras, es deber del Estado Nacional de equilibrar y proporcionar los recursos económicos y humanos en vistas a la verdadera Unidad Nacional.
La CN, redactada en 1853, sin haberse modificado en las diversas reformas, establece en su art. 1º que: “Adopta para su gobierno la forma representativa republicana y federal”. En la estructura del Estado Argentino coexisten poderes atribuidos al Gobierno Central o Nacional y a los poderes de los estados miembros, que son las provincias y la Ciudad Autónoma de Buenos Aires. Por todo ello, estamos llamados por nuestra historia y nuestra vocación a ser una Nación que despliegue todas sus potencialidades. Es la gran tarea de estadistas, el gran test que la dirigencia argentina, aún no ha aprobado. Para lograrlo, la Casa Rosada y los gobernadores, precisan de objetivos claros y sobre todo despojarse del lastre de conductores y funcionarios que no tienen fe en el destino de nuestro pueblo y todavía carecen de la idoneidad para apreciar el carácter inédito del proceso, de pasar de ser un país subdesarrollado como somos, a convertirlo en una Nación moderna, libre, socialmente justa y avanzada.
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